La leyenda de Patarcocha. Muy arriba del macizo andino del Perú, a casi cinco mil metros, donde el viento aúlla en el gélido imperio de las nieves donde actualmente se halla enclavada la capital minera del Perú, vivió el venerable cacique Patar, jefe de la tribu de los Yauricochas, alternando el pastoreo con la caza y la incipiente minería.
La vida de su gente ha quedado grabada para siempre en los anales de la historia peruana; no sólo en los nombres que perviven en los pueblos, ríos, aldeas, ventisqueros, lagunas y numerosísimas minas, sino también en las memorables tradiciones de su noble e inextinguible raza.
Aquellos tiempos, cuando el brillo del imperio incaico declinaba, Patar, el patriarcal curaca, cargado de años y experiencias, sintió el acecho de la muerte en merodeo silencioso por su choza. Temeroso de que la parca lo sorprendiera en posesión de sus agüeros y sus sueños convocó a toda su gente y con gran parsimonia las preparó para darles una dolorosa noticia. Su rostro surcado por profundas arrugas se contrajo en un rictus de odio y dolor. Su mirada era triste, su voz grave y, en aquel momento de íntima comunicación, comenzó diciendo:
-Voy a morir siguiendo la marcha inexorable del sol de la vida. Siento que nuestros antepasados me llaman y yo tendré que obedecer. Sólo las piedras son eternas. Por esta razón los he reunido para mostrarles las profundas heridas de mi corazón. Escuchen éstas que son mis postreras palabras para ustedes.
Aspiró con fuerza los escasos átomos de oxígeno del ambiente y aclarándose la voz cascada, continuó diciendo:
-No olviden que nuestra “llacta” está rodeada de encarnizados rivales. Siempre será así. Al levante están los Panataguas ocupando la sofocante y misteriosa región del Rupa-Rupa; al poniente están los Huancho; al norte, los Yachas y los Chupachos; por el sur los Chinchaycochas; pero sobre todo –se mordió el labio inferior reseco y bordeado de pobladísimas arrugas, con una ira intensa que por un momento le impidió hablar; luego, blandiendo su lanza adornada de flecos y colorines, tronó- ¡De allá del poniente, vendrán unos seres extraños y barbados que cegados por la codicia, abusarán de nuestra gente y se apoderarán de nuestras riquezas!. Ustedes conocen esos metales, uno como el sol, el ccori (oro), el otro como la nieve, ccolque (plata); las que enviamos a las lejanas tierras del inca. Esas riquezas se dan pródigas en nuestra “llacta”, lejos de hacernos felices labrarán nuestra desgracia y postración.
Los cansados ojos del cacique se inundaron de lágrimas de frustración.
Hubo de inmediato un prolongado silencio. Los hombres, estremecidos por la aciaga premonición, sólo atinaron a mirarlo transfigurado de dolor.
-Nuestros hijos, nietos, y los nietos de nuestros nietos, serán como esclavos de estos extraños, por nevadas de nevadas, hasta que la noche de los tiempos nos cubra a todos.
Mudos de asombro, los hombres accediendo a su implorante pedido, dejaron solo al anciano. Éste, en su solitario encierro y a la espera liberadora de la muerte, se puso a llorar inconsolablemente de día y de noche por la suerte que habrían de correr sus tierras y sus hombres. Tan copiosas fueron sus lágrimas, que llegaron a formar dos lagunas enormes. Estas lagunas, una para beber y otra para lavar, ubicadas en el corazón del Cerro de Pasco, llevan el nombre de Patarcocha, que quiere decir laguna de Patar.
la leyenda es muy buena y sobre todo interesante, le doy mis felicitaciones al autor pasqueño