El milagro de los Jircas

El milagro de los Jircas

El milagro de los Jircas (Cuento). Hace muchísimos años, en los linderos del pueblo de Anasquizque, vivían dos hermanos que a la muerte de su padre habían heredado grandes extensiones de terreno y numerosos animales. El mayor, abusivo y prepotente, se apoderó de gran parte del legado confinando a su hermano menor a una minúscula parcela de terreno escabroso e improductivo. Como era de esperarse, muy pronto éste quedó sin un animal de su propiedad porque un huaico feroz con su correntada voraz había invadido sus terrenos arrasando con su ganado.

Ante esta aflictiva situación acudió a su hermano mayor en busca de ayuda para su mujer y su hijo, pero éste, desamorado y duro de corazón, le arrojó de sus predios amenazándole con que, si volvía, le rompería las costillas. Ante esta cruel actitud, el hermano menor dejó a su mujer y a su hijo en una choza para ir a cazar venados para su alimentación. Poquísimo tiempo después se encontró sorteando los obstáculos pétreos de las alturas buscando su presa. Su caminata fue agotadora como infructuosa; para mala suerte fue sorprendido por una tormenta de nieve que arrastrada por un aire silbante, hizo que se refugiara en una caverna que encontró a la mano.

Apenado por su mala suerte se recostó sobre unas rocas del interior y cerrando los ojos, como si durmiera, se puso a rumiar su amargo destino. Buen rato estuvo sumido en estas cavilaciones cuando escuchó a dos pequeños y apergaminados ancianos que conversaban. Eran los jircas de la cueva. Uno de ellos le decía al otro.

– ¿Quién es este hombre que ha entrado en nuestro escondite sin traernos ni un poco de coquita?…

– Es un hombre muy pobre –respondió el otro- por eso no ha podido cumplir con nuestra costumbre,

– ¿Estás seguro que es pobre?…

– Así es. No tiene ni para comer.

– Ajá; entonces, nosotros le ayudaremos. Sólo hay que buscar una manera,

– ¡Ya sé!. ¡A este hombre hay que regalarle con un saco de maíz amarillo y dos de maíz blanco!…

Así fue. Al amanecer el hombre vio que a la puerta de la caverna había tres sacos de maíz. Alegre y agradecido decidió llevar el hallazgo a su choza para que su mujer tostara los granos. A medida que avanzaba, los costales aumentaban de peso sensiblemente hasta imposibilitar su transporte. Con esfuerzo supremo escondió los costales y llenando unos cuantos puñados de maíz en una bolsa con el fin de tostar cancha, se dirigió a su choza. Su sorpresa fue mayúscula cuando al extender sobre el mantel, en lugar de maíz encontró abundantes monedas de oro y plata. Alborozados marido y mujer, transportaron todos los costales hasta su choza. Con una pequeña parte de las monedas llevaron muchos presentes a los jircas de la cueva y compraron una hacienda muy cercana, la amoblaron espléndidamente y, en agradecimiento por este regalo, decidieron celebrar una misa solemne con procesión de Corpus y una gran fiesta general a la que invitaron al hermano mayor.

La celebración pueblerina, esta demás decirlo, constituyó un acontecimiento sin precedentes. Una fiesta que hasta ahora se recuerda en el pueblo porque la noticia del suceso se ha venido comunicando de padres a hijos ininterrumpidamente.

Intrigado el hermano mayor por la suerte del menor, le recriminó por la posesión de tanta riqueza que, suponía, la había robado. Mas el hermano menor, bueno y cariñoso como siempre, le contó con lujo de detalles al ingrato todo lo que le había ocurrido sin omitir detalle alguno.

El codicioso, utilizando los datos proporcionados por su hermano, quiso obtener otra riqueza parecida y para eso llegó a la cueva y, como su hermano, fingió dormir cuando pasado un breve tiempo escuchó la conversación de los jircas que decían:

– ¿Quién es este hombre que ha entrado en nuestra cueva sin traernos siquiera un poco de coquita?…

– Es un hombre rico, pero quiere más. No nos ha traído nada a sabiendas cómo es nuestra tradición.

– ¿Rico, no?…. Muy bien. Entonces, mañana que despierte se encontrará con una gran sorpresa consistente en tres regalos…

Feliz por lo que había escuchado y en la creencia de que al día siguiente –igual que su hermano- encontraría sus tres costales de oro y plata, quedó dormido a pierna suelta.

Al abrir los ojos al día siguiente, lo primero que hizo fue buscar sus bolsas de plata y oro que le dieron los jircas, pero al no encontrarlas, quedó muy desilusionado, pero al mirar sus manos y tocar su cara, reparó que le habían crecido unos feos e hirsutos pelos que le cubrían todo el cuerpo. Es más, al tocarse la frente, descubrió dos cuernos. Estremecido de terror trató de correr pero no lo consiguió porque se tropezaba con un rabo gigantesco que también le había crecido.

Presa de terror llegó a su casa y, al verlo su mujer se desmayó. Aterrorizado por su espantosa figura, huyó por las alturas en donde estuvo vagando sin dejarse ver por el resto de sus días.

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