El viejo boticario italiano

El viejo boticario italiano

El viejo boticario italiano. No podría señalar con precisión la época en que comenzó a funcionar la primera botica en el Cerro de Pasco. Mis viejos y cariñosos informantes me aseguraban que la administración de pócimas y remedios para los dolientes, así como primera curaciones urgentes, estaba a cargo de “curiosos” y muy conocidos. Alguno de sus medicamentos continúa usándose en nuestro poblado minero que aún cree en milagros y recetas de brujos, chamanes, charlatanes y demás ralea que hace su agosto en este campo.

En un documento que hemos hallado con el nombre de “El Florilegio Médico” escrito por el jesuita Steyfner, escrito “para uso de las provincias de España y sus misiones” figura la lista de santos a los que se debía encomendar para la sanación de determinadas enfermedades: San Blas, para la angina; Santa Lucrecia, para el asma; Santa Engracia, el hígado; San Pantaleón, almorranas; San Antonio, vías urinarias; Santa Polonia, dolor de muelas; San Valentín, estreñimiento; Santa Águeda, partos difíciles; Santa Lubdina, dolor de cabeza; San Hugo, epilepsia; Santa Gertrudis, mal del corazón; Santa Tecla, boca torcida o “Mal aire”, San Gregorio, los ojos; Santa Lucía, la ceguera; San Zacarías, mal de oído.

Por su parte, la farmacopea traída por los españoles, contenía remedios tan curiosos como: “ranas calcinadas; ojos de cangrejo; agua de capón; uñas de la gran bestia, espíritu de lombrices, piedras de araña, agua de la reina de Hungría, sal de Male de Ribero, Marte aperitivo, bálsamo de María, serpentina virginiana, sangre de dragón” etc. Lo que sí sabemos –documentos de por medio- es de que la primera botica seria y muy bien dotada que aquí se estableció fue la del italiano don Constantino Ísola, boticario recibido en la Universidad de Florencia que amparado por el consulado italiano de puso a trabajar con gran ahínco. Era muy mentado su tratamiento de sangrías, enemas, lavativas, ventosas, frotaciones. Era como un médico para la gente del pueblo.

No obstante su desmedido entusiasmo, el enjuto y cariñoso personaje –muy querido en el pueblo- pronto se vio entrampado en un gran problema. Las “Autoridades” le hicieron conocer una ley que disponía que las boticas sólo podían ser administradas por nacidos en el Perú. Con profusos alegatos y pruebas fehacientes, demostró que ningún profesional del ramo se animaba a venir el Cerro de Pasco, arguyendo dificultades de altura y clima, exigiendo eso sí, sueldos extraordinarios y adelantos onerosos. Tuvieron que pasar algunos años para solucionar favorablemente su caso. Por mucho tiempo fue el único boticario en la ciudad hasta que, entrado en siglo XX, lo fueron sucediendo otros profesionales muy conocidos y respetados en la ciudad: Atilio C. Valle, Manuel E. Noria, Alfredo Lavado, Dámaso Ramos, Porfirio Oscátegui, Régulo Flores Canchucaja, Walter Espejo, “Waiky” ….

Ahora que han pasado los años, todavía puedo evocar con respeto el establecimiento de salud que me ha dejado grandes recuerdos, ocupado -me aseguraban mis viejos informantes- por el boticario italiano Ísola. Estaba ubicado en la Plaza Chaupimarca, a un costado de la iglesia, con una enorme puerta limpia y seriamente blanca que imponía respeto; amplio, piso de madera machihembrada con anaqueles de madera pintados de blanco -de pared a pared- desde el suelo hasta el techo. En la parte alta central, claramente visible, una buena cantidad de ánforas de loza con hermosas decoraciones enmarcando los nombres en latín de las sustancias que guardaban. Estas piezas artísticas habían sido especialmente traídas de Europa.

Las que contenían sustancias tóxicas, peligrosas o especiales como el Láudano, Salvarsán, o alcaloides como morfina y cocaína, heroína, codeína, cafeína, teobramina, atropina, digitalina: en la última fila superior, en una hermética caja de metal que otra lucía una calavera con las canillas cruzadas: “PELIGRO” (“Poison”). En lugar más que hermético, un baulillo de forro carmesí con cuchillos, tenazas, otros instrumentos más de cirugía y medicamentos clásicos como. Azogue, albayalde fino, mercurio dulce, jalapa en polvo, precipitado blanco, crémor tártaro, sal de saturno, basilicón, antimonio crudo, piedra infernal, bolo armenio, tierra japónica y éter. Todos los medicamentos lucían llamativas tapas que terminaban en una bola distintiva. Estas artísticas bombonas, son hoy, codiciadas piezas de museo. (A propósito: ¿Sabe usted quién se llevó las bombonas de porcelana que tenía la botica del Hospital Carrión?).

En parte visible, el boticario tenía una amplia vitrina donde se exhibían los más finos cosméticos –nacionales y extranjeros- que estaban de moda en Lima: polvos “Cotty”, perfumes, colonias, esencias, polvos, coloretes; frascos de cristal con jabones exclusivos de tocador, piezas de esponja natural (Todavía no se habían inventado los artificiales); delicadas motas de plumas de cisne para el tocado de las damas; pastas dentífricas, polvos y otros afeites femeninos; la más grande variedad de las casas, Belmont y Rachitoff. Con infaltable regularidad llegaban envíos de las casas Oechsle, Krevani, Klinge, Lido, Cadeli, Bon Marché, etc. A un costado, encerrado en un cuadrángulo de vidrios, una mesa de grueso mármol blanco sobre la que se preparaba las recetas. En la parte central de este cubículo, la balanza de precisión con su aparato pendular y dos platillos pequeños con diversas pesitas de bronce para garantizar las cantidades precisas de elementos químicos. A un costado un mortero manual, matraz, gotero y otros elementos de trabajo además de un “primus” siempre vigente con agua caliente para los preparados necesarios.

Lo que siempre me tuvo encandilado de misterio era que, en parte preferente y central de la segunda fila de casilleros, se lucía un enorme frasco de cristal, muy transparente, en cuyo interior se hallaba enrollada una gigantesca serpiente, como si estuviera viva. ¡Dios mío!. Nunca tuve el valor de preguntarle a mi abuelo el significado de aquel trofeo, hasta que un día, don Julio Patiño León, me transmitió la siguiente historia: “Ese frasco enorme y hermético, destapado sólo en casos especiales que el boticario sabía, contenía un preparado que llamaban “Culebrina” y su ingesta originaba un estado tremendo de inquietud y entusiasmo que podía transformar totalmente a una persona”.

Yo lo experimenté personalmente. Una noche que nos hallábamos muy alegres celebrando un cumpleaños en casa de un amigo, llegó a faltar el trago y, tú sabes, sin trago no hay fiesta. Como de ninguna manera debíamos dejar morir la algazara, salimos a esa hora de la noche a buscar alguna bebida adecuada. No encontramos nada. Chinganas, toneladas y comercios estaban cerradas completamente. Como si fuera poco, nevaba copiosamente. Estábamos muy apesadumbrados cuando el “Mongo” Aguilar, aquel olvidado artista que se lucía como nadie tocando el “Fríscol”, nos aseguró que era muy amigo del ayudante de la Botica de Noria y que le acompañáramos a pedirle que nos venda un poco de “Culebrina”.

Al comienzo el empleado se negó encarnizadamente pero, a tanta insistencia y viendo el generoso aporte económico, aceptó. Llenó una botella que nos alcanzó muy camuflada recomendándonos que lo mezcláramos con agua azucarada porque era muy fuerte. Le pagamos generosamente y volvimos a la fiesta. Llegamos cuando ya las chicas estaban listas para marcharse. Ante nuestros ruegos, la impetuosidad de la orquesta y, sobre todo, la visión de la botella de trago, se animaron a continuar en el jolgorio. Después de preparar el brebaje tal como nos había recetado el boticario, la hicimos circular pródigamente. Las chicas la encontraron muy agradable y la bebieron con mucho entusiasmo. No transcurriría ni una hora cuando, como un milagro inesperado, se alegraron en demasía; de una manera que no esperábamos. Se convirtieron en charlatanas, alegres y hasta disforzadas. Llevaban la iniciativa para el baile y las canciones con un entusiasmo que nunca les habíamos visto.

En poco tiempo se tornaron tan cariñosas que hacían pródigas muestras de afecto que nosotros aprovechábamos al máximo. Lo que nos sobresaltó más es que, nosotros también, estábamos como locos. Eufóricos e inquietos bailarines. El efecto del trago nos estaba transformando. Sentíamos una inquietud extrema, una alegría indescriptible y una euforia descomunal que nos asustó. Felizmente –cercanos los carnavales- las chicas se pusieron a jugar con la nieve caída en el patio, donde muchas se revolcaron sin pudor alguno, alegres sobre el manto blanco; otras lloraban recordando dolorosas vicisitudes, otras cantaban, pero todas estaban desconocidas. Nos asustamos. El “Mongo” Aguilar preparó café cargado y les dio de beber. Tuvimos que esperar un buen tiempo para que poco a poco fueran volviendo a la normalidad. Ya era de día cuando, ajenas y autómatas, como si fueran otras personas, partieron a sus casas. Parecían hipnotizadas. Cuando las volvimos a ver y conversamos con ellas, no recordaban nadita de lo acontecido después de beber aquel misterioso mejunje. Desde entonces, no lo he olvidado y siempre recomiendo: No es aconsejable beber la “Culebrina” por que es peor que el ajenjo. Te puede volver loco”.

Volviendo a la botica. Había en la parte baja de los anaqueles, una zona de numerosos cajones con sus correspondientes nomenclaturas y manijas donde el boticario guardaba, gasas, algodón, esparadrapo y hierbas medicinales diversas como hojas de violeta y malva, valeriana, manzanilla, raíz genciana, metrim, salvia, Jarabe de la señora Wislow, para la dentición infantil, infusión de borraja, aceite lagarto, elixir paregórico, aceite ricino, lamedor de achicoria y lamedor de granada, para el estómago de críos recién nacidos; igualmente, agua de azar, tintura de árnica, canchalagua, huamanripa, “Salvarsán”, para el tratamiento de la sífilis, toda clase de pomadas, gotas, frotaciones, ungüentos, parches porosos, pastillas, tisana y tónicos; la mayoría procedentes de París, Nueva York o Londres.

Las pomadas –envasadas en cajitas de viruta de madera- eran de diversa naturaleza. Pomada secante; para cicatrizar heridas; napolitana, para frotaciones; alcanforada, para la bronquitis de los niños, sulfurosa para combatir granos, chupos y heridas infecciosas; de coco para el arreglo del cabello; Belladona, para atenuar los golpes; Anís estrella, para ayudar la digestión, quitar los cólicos y eliminar el mal olor de la boca; el Ungüento de Mantequilla cacao, para los labios agrietados por el hielo, muy efectiva para los \»sabañones”. Al costado del amplio mostrador, una discreta puertita que conducía a un compartimiento interior -exclusivo y privado- donde preparaban las recetas. Aquí, como los antiquísimos alquimistas del medioevo, el boticario hacía sus preparados que llenaban en frascos con su corcho y su correspondiente dosificación pegada. Eso sí, éste era un experto descifrador de escrituras tan enrevesadas de los médicos que sólo ellos podían entender.

A la Botica llegaban todas las gentes del pueblo, las “decentes” y las otras, para encontrar urgentes remedios a sus males de pulmonía, gripes rebeldes, tifoideas, diarreas, toses, “lipiria”, sobreparto, torceduras, mal de ojo, “costado”, etc. Traían las recetas de sus “remedios” y se llevaban esperanzadas, cucharadas, cucharaditas, gotas, enjuagatorios, gárgaras, toques, obleas, vomitivos y enemas. Sin lugar a dudas, a lo largo de todo el año, el negocio del boticario era rentablemente redondo. En nuestra comarca, alta y riesgosa, los males estaban a la orden del día, desde las gripes recurrentes hasta los cólicos misereres. Cuando, por desgracia se presentaba una epidemia, como la de tifus exantemático, lo que más de una vez ocurrió, llevándose consigo a numerosas personas, especialmente párvulos, se recomendaba usar banderas de color para informe de familiares y vecinos. Blanca si no había enfermo en casa, amarilla si existía peligro de contagio y, negra, si había algún muerto por la peste.

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14 comentarios en “El viejo boticario italiano”

  1. Nelly Marquina Oscategui

    Mi abuelo fue Porfirio Oscategui , recuerdo de infancia que mi nonno contaba muchas historias vividas entre él y su gran amigo Dàmaso Ramos . Grande Damaso! De como inicio sus farmacias Santa Ana y Carriòn .Y de las dificultades en llevar las medicinas de la capital a Cerro de Pasco muchas veces varado en el camino por fallas mecanicas y de las inclemencias del clima èste ultimo su peor enemigo, siempre acompañado de mi tìo Germàn .Mi abuelo llevo una vida de muchos sacrificios Q.E.P.D

      1. Nelly Marquina Oscategui

        Gracias!!! Le hare presente a mi madre ( Nelly Oscategui Palomino-La menor ) Mi abuelo falleció el 12 de marzo del 2002 es verdad una perdida muy lamentable pero es la ley de la vida fallecio de 94 años. Un saludo !
        Pd .-Este site esta interesantisimo! Felicitaciones!!!

      2. Sarah Oscátegui Fernández

        Hola, que tal Dr. mi bisabuelo también fue Porfirio Oscátegui y quisiera saber si sabe algo más acerca de él, porque quiero hacer una búsqueda familiar sobre todos mis antepasados.

  2. gustavo isola flores

    hola mi Tatarabuelo fue Don Constantino isola ,gracias por mantener su memoria viva a travez de este blog

  3. Muy buenas noches Profesor Cesar Perez, mi nombre es Erick Isola, resido en Lima – san juan de Lurigancho mi hermano esta recaudando informacion de toda nuestra familia y ya sabiamos del abuelo Isola en cerro de pasco, mas no sabiamos ke habia puesto la primera botica, quisiera saber si Ud. cuenta con alguna informacion adicional de Constantino Isola o de alguna persona la cual sepa o tenga fotos de la misma, seria de mucha ayuda para nuestra investigacion, de anticipado le estare muy agradecido me de una respuesta.
    Muchas gracias por su tiempo y sera hasta una nueva ocasion.

    Erick Isola – Lima zarate SJL

  4. gustavo isola flores

    Hola buenas noches espero pueda tener el tiempo necesario para leer mi comentario, soy el tataranieto de Don Constantino Isola, me gustaria saber mas de el, de su historia, y donde puedo encontrar informacion de el y si es posible fotografias, espero su gentil respuesta saludos.

    1. A Don Gustavo Isola Flores:
      En la Embajada italiana de Liam puede encontra datos de los ciudadanos que llegaron a la ciudad minera. La personalidad de su tatarabuelo fue muy conocida por viejos cerreños que me narraron sus peripecias. Saludos

  5. Ana Isabel Valdivia Isola

    Hola, que tal, veo que algunos buscan tambien a Don Constantino Isola. No se si nos conocemos, pero mi familia tambien busca informacion sobre este tatarabuelo. Lo que sabemos es que si tenia una Botica por alli en cerro de pasco, mi abuela cuenta poco al respecto a el. Mis familiares buscan mas informacion al respecto. Desde ya le agradesco, pues con este blog veo que fue muy conocido mi tatarabuelo y lo fantastico que fue recopilar toda esta informacion. Saludos

  6. Hola, quisiera saber dónde podría encontrar más información acerca de Don Porfirio Oscátegui ya que en mi familia hemos estado investigando sobre él .
    Espero sus respuestas con muchas ancias
    Stephanie

  7. Sarah Oscátegui Fernández

    Hola, que tal, al igual que Nelly Marquina Oscátegui, creo que soy pariente de Porfirio Oscátegui por lo que me contaron mis tías soy la bisnieta de Porfirio Oscátegui, a pesar de lo poco que sabems de él es que fue el padre de mi abuelo, Isidoro Oscátegui Celis, y dejó a su madre cuidando de él y su otro hermano, aunque mi abuelo no pudo conocer a su padre sino hasta el año 1998. Bueno creo que eso fue mucho solo para decirle de que quiero hacer una investigación acerca de mis parientes y por eso el señor Porfirio es una parte clave de mi investigación y por eso quisiera saber si usted sabe más cosas que yo acerca de él. Saludos,
    Sarah Oscátegui Fernández (12)

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