A las 6.45 de la mañana del 23 de abril de 1998, quedaron atrapados la totalidad de mineros del turno de cuatro de la mañana a doce del día en la galería 548 del asiento minero de Animón, a setenta kilómetros del Cerro de Pasco. Todos ellos pertenecían a la planilla diaria de la “Empresa Administradora Chungar”.
Las aguas de la laguna Naticocha, ubicada encima de la mina, invadieron en forma relampagueante los socavones interiores, ahogando a siete mineros que nada pudieron hacer para salvarse de la inundación. Las siete víctimas eran naturales de Huayllay. Sus edades fluctuaban entre los 30 y 42 años. Todos casados. Cada uno, con cuatro hijos en edad escolar. Ellos fueron: (1) Serapio Sosa Agüero; (2) Ignacio Ricra Poma; (3) César Agüero Quiquia; (5) Fausto Villanueva Hinostroza; (6) Román Yachachín Astuvilca y (7) Ronald Arteaga Zevallos.
Los trabajos en el asiento minero de Animón se efectuaban debajo de la laguna Naticocha, a 70 metros de profundidad. Las aguas descendían, debidamente controladas, a los socavones por los piques “Montenegro” y “Esperanza”, comunicados por 888 metros lineales. De ellos se extrae zinc, plomo y cobre. Tiene una fuerza laboral de 172 obreros, 25 empleados y 70 trabajadores de contrata.
“La empleadora es la única responsable” -aseveró Pablo Cristóbal dirigente del Sindicato de Mineros- Siempre fue remisa a facilitar trabajos de previsión y no obstante las denuncias de filtraciones y ruidos terráqueos, nada hicieron por prevenir la inundación”.
“La Voz Regional” valiente periódico cerreño relataba así aquel trágico acontecimiento: “La tragedia de la mina “Animón” perteneciente a la empresa minera “Chungar” S.A. pudo evitarse, pues los trabajadores advirtieron el peligro de una posible inundación de los socavones, pero los responsables de la empresa los obligaron a continuar trabajando bajo amenaza de despedirlos, denunciaron familiares de las seis víctimas”
Efectivamente, no obstante que desde días antes una serie de filtraciones revelaba el peligro inminente en que se hallaba la mina de Chungar, los encargados del departamento de seguridad, nada hicieron para prevenir el desastre. Inicialmente los mineros del nivel 645 habían denunciado que, sin razón aparente, se había filtrado misteriosamente abundante agua hasta llegar más arriba de las rodillas de los obreros y que de la parte superior del socavón seguía goteando enormes cantidades de agua. No se necesitaba ser experto en geología para saber que un serio peligro amenazaba a la mina. Había amenaza de un aluvión. Más de un obrero había sentido un siniestro sonido como de algo al quebrarse por lo que arreciaron sus temores. Es más, una hermana de una de las víctimas aseguraba que, durante toda una semana, terribles pesadillas no dejaba dormir a uno de los desaparecidos.
Ante las presiones y las muestras de peligro correspondientes, los obreros hicieron la denuncio del caso, pero los jefes afirmaron que eso era pasajero y, que si no seguían trabajando, serían despedidos inmediatamente. En un momento, los reclamantes pensaron que seguramente se trataba de un temor injustificado toda vez que los jefes aseguraban que eran filtraciones sin mayor peligro, y por temor al despido, siguieron en sus labores.
Así, a las cuatro de la mañana del jueves 23 de abril de 1998, un grupo de obreros inició sus labores en la esperanza de terminarlos al mediodía. A poco de comenzar, unos ruidos extraños los incomodó sobremanera, agravados por una inexplicable gotera del techo de la galería que cada vez aumentaba, un buen número de precavidos inició una huida sibilina porque nada garantizaba que aquello era un aluvión interno; pocos –los que estaban en las partes interiores- siguieron trabajando ignorando lo que se avecinaba. En ese lapso, los ruidos se hicieron más ostensibles, hasta que faltando cinco minutos para las siete de la mañana, en medio de un estruendo infernal, las aguas de la laguna de Naticocha ingresaron en un mortal turbión que no les dejó tiempo para nada. En el techo de la galería se abrió un enorme boquete de setenta metros de diámetro que dejó entrar el agua empozada encima de la mina en una extensión de cuatrocientos metros por una cantidad de tres millones de metros cúbicos.
Esta fabulosa fuerza inundó hasta los últimos recovecos de la mina cuyas galerías tienen una altura de dos metros de alto y dos metros de lado. Fue providencial este acaecer, porque en esos momentos, el grueso de obreros de aquella mina estaba lista para ingresar en sus labores. De no ser así, enorme cantidad de vidas se habrían perdido. Afuera se vio claramente que el espejo de agua de la laguna Naticocha había descendido cuatro metros y medio. Tanta fue la cantidad y la fuerza del agua que llegaron hasta amenazar las galerías de la mina Huarón, ubicada a cinco kilómetros al norte. Felizmente, en este lugar, los obreros que también estaban listos a comenzar sus tareas del día, tuvieron tiempo de ponerse a buen recaudo. Fue un milagro.
Este estrépito hizo que la superficie de Animón también recibiera el impacto del remezón. El campamento “B”, donde residían doce familias, comenzó a hundirse. En rápida acción comunitaria sus ocupantes fueron auxiliados y alojados en el centro escolar ubicado en las cercanías.
Como ocurre en estos casos, las compañías mineras Centromín – Perú, El Brocal, Atacocha, Huarón, y otras, acudieron rápidamente a prestar auxilio. Se dio a conocer que habían desaparecido siete obreros: (1) Serapio Sosa Agüero; (2) Ignacio Ricra Poma; (3) César Agüero Quiquia; (5) Fausto Villanueva Hinostroza; (6) Román Yachachín Astuvilca y (7) Ronald Arteaga Zevallos.
La primera tarea que tuvieron que afrontar los obreros fue la de tapar el hoyo para evitar que el agua siguiera inundando los socavones. Con arduo trabajo de tres días, empleando maquinaria pesada, se removió tierra y piedras para lograr su objetivo
Tras esta tragedia, tanto los dirigentes del sector energía y minas de Lima y Pasco mantuvieron hermético silencio, lo que fue acremente criticado por la colectividad pasqueña. Lo que sí hicieron conocer rápidamente fue el resultado de las pérdidas millonarias que esta inundación causara. “Trascendió que las pérdidas económicas por el desembalse de la laguna y la inundación de los socavones de las minas “Animón” y “Huarón” superaban los treinta y cinco millones de dólares. Que al momento de de la tragedia, en el interior de ambas minas habrían estado operando aproximadamente sesenta máquinas denominadas “pesadas” valorizadas en 500 mil dólares americanos, cada una. La mayoría de estas máquinas se hallaban en el interior de la mina “Huarón”.
Ante el deseo de los directivos de “Animón” de desecar la laguna “Naticocha” de unos cincuenta mil metros cuadrados de área y almacena unos veinte millones de metros cúbicos de agua, para traspasarlos a otra laguna adyacente, el Ministerio de Agricultura hizo conocer su negativa aduciendo que por razones ambientales esa maniobra no se podía ejecutar.