La marcha de sacrificio de 1963

La marcha de sacrificio de 1963

Marcha de sacrificio de 1963. El dos de enero de 1962 comenzó el drama de nuestra filial de la Universidad Comunal del Centro. Eligieron de Rector a un tal Manuel Carranza Márquez. Decían que era un sabio. Su primera medida fue visitar a las filiales de Lima, Huacho, Huánuco y Cerro de Pasco. Cuando visitó la nuestra, en tono pontifical que no admitía réplicas, dijo: «La existencia de esta Universidad constituye un robo y un fiasco para nuestra patria. Yo que he estudiado en Alemania y puedo decir que, dedicado a tiempo completo a mis estudios, no me alcanzaba las horas para cumplir a plenitud con mis materias. ¡¿Qué tiempo puede alcanzarle a los que, además de estudiar, tienen que trabajar en la Compañía?!. Trabajando ocho horas no puede alcanzar tiempo para el estudio. Hay que cerrar esta filial.». El «sabio» no quiso escuchar ninguno de nuestros argumentos y persistió en su empeño tomando todas las medidas conducentes al fin anunciado. Dijo que dejaría de entregarnos los Dos millones quinientos mil soles (s/.2´500,000.oo) que nos correspondía del Presupuesto General de la Universidad. De nada sirvieron los alegatos esgrimidos. A partir de ese momento sólo contábamos con nuestras cuotas mensuales que cada vez eran más estrechas.

El 2 de abril de 1962, cuando el número de estudiantes había crecido en ambas facultades ocupando por mucho tiempo los salones del Instituto Industrial, nos trasladamos a una amplia vivienda de la calle Lima. En el aula magna de esa casona tuvimos gratos momentos de difusión cultural cuando nos visitaron, por ejemplo, el doctor Leopoldo Chiappo, Vicerrector de la universidad Cayetano Heredía y tuvo con nosotros, animada y luminosa conversación; el doctor Carlos Daniel Valcárcel que nos hizo interesantes revelaciones respecto del movimiento tupacamarista y sus secuelas; el folclorólogo, Sergio Quijada Jara; el poeta y novelista, Manuel Scorza, que llegó no sólo a dictarnos dos conferencias, sino que recogió datos interesantísimos en Rancas, Cerro de Pasco y Yanahuanca para escribir su famosa saga de novelas campesinas; el doctor Washington Delgado, notable poeta que nos dio notables datos de Literatura; Juan Bolívar, notable compositor y cantante de la música jaujina; Lohoman Villena, … Las aulas de clase, acogedoras aunque pequeñas, fueron lugar de inolvidables momentos de nuestra vida estudiantil. A nosotros sólo nos mantenía parte del medio millón de soles que inicialmente nos había otorgado el Congreso y nuestras magras mensualidades de alumnos. Habíamos comenzado a sufrir los problemas económicos.

En observancia a los Estatutos universitarios se realizaron las elecciones para nombrar al Presidente de la Federación de Estudiantes de nuestra Universidad (F.U.P). El nuevo Presidente de la F.U.P fue nombrado César Pérez Arauco. En ese momento, con el poder que me otorgaba el cargo decidí realizar una lucha frontal para lograr la estabilidad de nuestra filial primero y luego, la creación de una Universidad autónoma que en nada tuviera que depender de Huancayo ni de ninguna otra ciudad. Sabíamos que la lucha sería muy dura, pero la afrontamos. Para ello, conscientes de que la Universidad debía proyectarse a la sociedad para que la sintiera suya, trazamos un meditado programa de proyección social, tratando de abarcar todos los medios a nuestro alcance para que la comunidad nos viera como a agentes activos de la cultura y no unos privilegiados que se encerraban a sus aulas, ajenos a la problemática local.

En noviembre de 1963, debido a la ausencia de los maestros impagos, pedimos la realización de una Asamblea Universitaria que por primera vez en su historia fue presidida por el Presidente de la Federación de Estudiantes. En ella, generosamente los maestros se comprometieron a seguir dictando clases hasta finalizar el ciclo; muchos de ellos, regalaron sus sueldos y los devengados correspondientes, no así los de dedicación exclusiva. Nuestras mensualidades ya no alcanzaban para lo más elemental. Debíamos los haberes de nuestros profesores, los salarios de algunos empleados indispensables, la luz y el teléfono; no podíamos comprar papeles, tizas, tinta, etc.

El único que estaba al día con los pagos de sus haberes era el encargado. Conformamos dos comisiones a fin de viajar: una a Lima, para solicitar la independencia de nuestra Universidad, otra a Huancayo, para pedir al “sabio” que nos enviara el dinero, porque de los quinientos mil correspondientes a 1962, sólo nos había hecho llegar doscientos mil, quedándose con el resto. Es en este momento en el que sufrimos un duro golpe. La totalidad de alumnos de Ingeniería de Minas abandonó los estudios en pleno. No tuvieron el coraje de luchar por lo que era imprescindible para nuestro pueblo; por eso es que la primera promoción de Ingeniería integrada por los alumnos Adrián Picón Ventocilla y Víctor Guerrero Timoteo, recién egresa un año después que la nuestra. En 1966. Ellos habían retornado al ver que la Universidad nuevamente estaba vigente.

Nuestra situación se había tornado dramática y nos sentíamos tan solos que, poco a poco fue tomando cuerpo en nuestra mente la idea de efectuar un movimiento estudiantil que, no sólo quedara circunscrito a nuestro ámbito local, sino que trascendiera al plano nacional y lograra conmover a la opinión pública. Nuestras noches se fueron poblando no sólo de pesadillas, sino también de planes y proyectos para el futuro.

Como era de esperarse, el dueño de la casa que nos servía de local estudiantil, decidió actuar judicialmente. Sin embargo, para felicidad nuestra, una tarde vino a buscarme un amigo que trabajaba de escribiente en el juzgado y me dijo: “Tras el juicio que les sigue la dueña de casa, con el fin de no quedarse en el aire, sin haber cobrado nada, el juez ha dictaminado que mañana a las ocho en punto de la mañana, descerrajarán el local y se llevarán todo lo que encuentren. La vieja no quiere perder nada. Así que, toma las provisiones del caso para que no pierdan tanto”.

Inmediatamente, nos reunimos varios colegas y desde las diez de la noche, sibilinamente, fuimos sacando todas nuestras pertenencias como carpetas, pizarras, libros, teodolitos, planchetas, microscopios, aparatos eléctricos, teléfono, mobiliario de oficina etc. Debidamente catalogadas y registradas los fuimos dejando en clubes deportivos, centros educativos y casas amigas. A las cinco de la mañana, no quedaba nada en los salones. Cuando a las ocho llegaron el juez, los policías, la interesada y muchísimos curiosos, no encontraron nada. Sólo así pudimos salvar nuestras escasas pertenencias.

Como puede verse, la suerte estaba prácticamente echada. El 22 de diciembre, el encargado de la filial nos anunció que se marchaba porque nuestra Filial ya estaba cerrada. En ese momento decidimos efectuar una marcha a Lima para pedir al Gobierno la creación de una Universidad Autónoma. Era el último recurso. Hubo, para entonces, una serie de contratiempos que hicieron peligrar la marcha. Felizmente logramos superarlos. En una primera instancia se inscribieron 65 participantes en tanto nosotros salíamos a conseguir apoyo.

En nuestro afán de que connotados alumnos de la facultad de ingeniería nos acompañaran, nos entrevistamos con muchos de ellos que habían abandonado la Universidad a comienzos de año. Fue en vano. Dijeron que la fecha no era oportuna. Que su responsabilidad en el trabajo de la compañía era grande y que estábamos en víspera de navidad. Nadie puede abandonar a su familia para realizar una marcha que bien podía resultar un fracaso. Que sin lo efectuábamos tras los primeros días de enero, nos acompañarían. Estos pusilánimes fueron muchos y, todos sin excepción, más tarde se graduaron de ingenieros.

Pero no todo fue negativo, gracias a Dios. Hubo gestos tan conmovedores que nos alentaron. Los comerciantes nos regalaron con arroz, galletas, azúcar, chocolates, conservas, refrescos, mantequilla, dulces, bizcochos, etc. Muchos aportaron dinero. Las cuentas fueron publicadas en la radio, a toda hora. Mis colegas de la Radio, pusieron en campaña un aviso de solidaridad para que nos ayuden porque “mañana van a marchar por nuestra tierra”. Ya todo el pueblo hablaba de la marcha. Otro tanto hicieron los sindicatos de Obreros, de Empleados, de Ferroviarios, Bancarios y maestros cerreños. Todos ellos nos ayudarían. Tras estas gestiones, decidimos hablar con nuestras autoridades. El primero en sumarse a nuestra causa fue el Alcalde, don Carlos Rodrigo Minaya Rodríguez. El Comandante de la Compañía de Bomberos nos ofreció: Una unidad móvil pequeña para desplazar nuestras pertenencias, elementos auxiliares y todo lo necesario hasta llegar a la meta.

Cuando visitamos el Hospital Carrión el Director, doctor Hipólito Verástegui Cornejo, nos dijo que él autorizaría al médico que aceptara acompañarnos pero que nosotros le habláramos. En la creencia que en su condición de profesor de la Universidad nos aceptaría, hablamos con el médico Fernando Ramos Carreño. Lo que nos respondió constituyó una puñalada a nuestras aspiraciones: “Esta marcha es una insensatez porque ya la Universidad está cerrada” Al invitarlo le dijimos que él solamente en forma interdiaria nos daría el alcance para revisar a los marchantes. Nada más. Pero no creía en nosotros. Se negó rotundamente “Esa Universidad ya está muerta –nos dijo- y no soy ningún Quijote para ira tras una quimera. Esa marcha no es sino una pose que no tendrá ningún resultado positivo”. Diciendo esto, en actitud peyorativa y arrogante nos dejó con la palabra en la boca. No podíamos concebir que aquello estuviera aconteciendo. Felizmente, testigo del diálogo malhadado, fueron un enfermero y una enfermera que se encontraban en el tópico.

Aquella noche –permítanme la digresión anecdótica- cuando retornamos al local de la Universidad después de haber dirigido un mensaje a la población por la radio y visitado a autoridades e instituciones así como a generosos comerciantes que contribuyeron con nosotros, encontré a un grupo de alumnas que estaban llorando muy pesarosas. Cuando pregunté el motivo de la congoja, Lila Gorriti me dijo que en cuanto habíamos salido con Luis Aguilar Cajahuaman para cumplir con nuestra campaña, un alumno encabezando a una cantidad de derrotistas se había dirigido a los allí presentes para decirles: “Pérez Arauco es un romántico soñador. No podrá pasar de Colquijirca porque la policía se lo impedirá. La muerte de nuestra Universidad es un hecho. Así lo han determinado en Huancayo. Sólo lo hace con algún fin subalterno de propaganda. Que ellos – se refería a un grupo numeroso de sus seguidores- no irían porque se vislumbraba un fracaso”. Demás está decir que nos conmocionó la noticia, pero sacando fuerzas de flaquezas les dije que de todas maneras, vayan ellos o no, marcharíamos a Lima. Si no me acompañaban, yo solo realizaría el esfuerzo. Las chicas se consolaron y al día siguiente fueron las primeras en estar a mi lado en el punto de partida.

Primer día, 23.12.1963

La madrugada del 23 nos reunimos los alumnos expedicionarios en el local de la calle Lima. Sólo 13 varones y 4 mujeres. Todos alumnos. Sin ningún maestro. En la calle, la unidad móvil de los Bomberos. El ambiente dejaba traslucir un marcado pesimismo, pero igual, haciendo de tripas corazón, seguimos con los preparativos. Faltaban quince minutos cuando la alumna Betty Núñez y su señora madre nos sirvieron un chocolate caliente. Aprovechando el momento, un alumno me pidió que postergáramos la marcha porque la consideraba inoportuna “Lima todos van a estar enfrascados en celebrar la navidad y nadie nos hará caso” –dijo-. Les respondí que por esa razón la marcha sería impactante. Nadie en su sano juicio que no esté inspirado por algo sublime, acometería una empresa de esa magnitud en una fecha de tanto significado. Era muy oportuna la ocasión. Argumentaron que éramos muy pocos para cumplir la empresa. Tan sólo, trece. En respuesta les dije: “ Parece que nuestros estudios no han servido para nada”… ¿No recuerdan que hace dos siglos, tan sólo trece hombres decidieron llevar sobre sus hombros la responsabilidad de irradiar por el mundo la religión del amor y del perdón?. Lucharon empecinadamente por conseguirlo. Sufrieron como nadie en su empeño. ¿No lo han conseguido?. Para una empresa grande como la que vamos a emprender no se necesita más gente. Somos suficientes. Para esto sólo se necesita tener fe y coraje. Lo demás cae por su propio peso”. “En otra oportunidad – les dije- un hombre decidido trazó una raya en la arena y la pasó, doce más lo siguieron.

Ese día los que salimos fuimos: Luis Aguilar Cajahuamán, Fulgencio López Castillo, Max Fernández Figueroa, Félix Luquillas Hualpa, Raúl Canta Rojas, Nectalio Acosta Ricse, Antonio Arellano Martorell, Antonio Torres Andrade, Joaquín Cortina Valverde, Carlos Aguilar Ramírez, Hipólito Cabello Livia, Víctor Dávalos Delgado, Ruth Gálvez Bravo, Teresa Idonne Isla, Juana Espinoza Celestino, Lucía Álvarez Luchini, Pascual Córdova (Enfermero), Gabriela Da Silva (Enfermera) José Illanes (Bombero), y yo, César Pérez Arauco.

Poniendo en práctica los lineamientos aprendidos en nuestro curso de I.P.M Superior, habíamos dispuesto que dos experimentados ex sargentos de nuestro Ejército: Max Fernández Figueroa (“Ranger”), y Fulgencio López Castillo (“Capulina”), fueran encabezando, cada uno a nueve hombres y un enfermero, por sendas orillas del camino. Yo iría comandando, desplazándome a un lado y otro. Caminaríamos cincuenta minutos y descansaríamos diez. Con mucha disciplina. El carro de los Bomberos se adelantaría con las chicas hasta un pueblo de avanzada para que nos preparen los alimentos. Sólo ellas subirían al coche, nadie más.

Cortamos camino en muchos trechos y a las ocho de la mañana entrábamos en Colquijirca, pueblo minero donde funciona un cuartel de policía para el registro del tránsito de unidades que van a la selva o vienen de ella. El caso es que cuando pasábamos frente al cuartel, un policía que se estaba aseando, al escuchar nuestras maquinitas y gritos, leyó nuestra pancarta, entró llamó a sus compañeros y en segundos, todos los policías estaban a la puerta, riéndose de nosotros. Les parecía un chiste que un reducido grupo de hombres pudiera marchar a Lima, a pie. Lo importante es que, en ese momento, en el REPORTER ESSO, un noticiero que se propalaba a cada hora, en cadena con todas las emisoras de Lima, el locutor decía: “Esta mañana a las seis en punto, ha salido de Cerro de Pasco la Federación de Estudiantes de la Universidad para solicitar al Gobierno central la creación de una Universidad Autónoma para esa ciudad. Respaldan a los estudiantes que marchan, los sindicatos de obreros, empleados, ferroviarios y campesinos de la zona que, en sendos comunicados, advierten que de no ser atendido el pedido de los estudiantes, irán a una huelga general indefinida”. Escuchada la noticia, los trabajadores de ese asiento minero nos dieron alcance llevándonos galletas, mermeladas, leche, conservas, panes y dinero. Este generoso apoyo nos emocionó grandemente y nos insufló el alma de entusiasmo.

Al mediodía, las cuatro chicas – Ruth, Teresa, Juana y Lucía- nos esperaban a la vera del camino con el almuerzo preparado. Fue una pascana deliciosa. Entre chistes, bromas, y muy buen humor apuramos el alimento. Después del reparador almuerzo habíamos avanzado un buen trecho, cuando una voz se generalizó en el grupo. ¡Las cantimploras estaban vacías!. ¡No teníamos agua!. La sed comenzó a apremiar. Felizmente apoco de caminar descubrimos un corralón que servía de aprisco a unos ganaderos del lugar. La señora que nos atendió fue muy amable de invitarnos a entrar en el recinto. Inmediatamente nos llevó a un brocal y extrajo un balde con agua y nos alcanzó. Quedó muda de asombro. Nunca he visto un rostro tan confundido cuando nos miraba cómo bebíamos el agua, uno tras otro, en disciplinado orden. Daba la impresión de que no habíamos bebido desde nuestro nacimiento. Los baldes se sucedían uno tras otro con asombrosa continuidad. Era un agua sabrosísima y refrescante que, como por encanto nos renovó los bríos de seguir adelante. Nunca bebí un agua con tantas ansias. Y nunca fui tan colmado como entonces.

Marchábamos con gran entusiasmo por más de tres horas hasta que en un cruce del camino de la enorme meseta, un volquete de la Compañía Minera Milpo que había puesto a nuestra disposición nuestro amigo Bejarano, alumno de Minas, nos dio el alcance. En él llegaban a sumarse a la marcha: Elián Marcos Cárdich, Andrés Rosas Clemente, Julio Baldeón Gabino, Juan Casas Delgado, Ernesto Misari, Juan Agüero de la Matta, Eduardo Mayuntupa Punto y Oscar Berrospi López. Ocho hombres más que fueron recibidos con gran algarabía. Los recién llegados también demostraban su enorme complacencia de haber decidido su aporte a nuestra causa. Antes de reunirse con nosotros habían estado presentes en un mitin que el pueblo había improvisado al conocer de nuestra marcha. Después de los abrazos hicieron bajar una olla enorme con un charquicán rojo y apetitoso que esparcía su olor de una manera agresiva. Elián Marcos, en ese momento, saca de su mochila un enorme botellón que contenía un líquido transparente con unas ramas verdes dentro y, entregándomelo, me dice: “Shisha, esto es para el cansancio. Te lo envían unas viejitas cerreñas”. Tras la entrega continuó con la tarea de bajar la olla y adecuarse al grupo.

La presencia de aquellos compañeros, nos encendió el entusiasmo; sobre todo el comentario que nos hicieron conocer. “Todo el pueblo está pendiente de los alumnos que marchan a Lima”. Sin embargo, aquel día, influenciados por el entusiasmo y nuestro buen estado físico, avanzamos a buen paso y al promediar las tres de la tarde entrábamos en Carhuamayo. Aquí surgió un problema. Como nuestra salida había sido hecha sin previa programación, consultamos con los muchachos y ellos –especialmente los nuevos- nos aseguraron que sin ningún problema podíamos llegar a Junín que “está aquicito nomás”. Nos dejamos llevar por el optimismo y seguimos de frente. Tremendo error. En ese momento, con el afán de poder avanzar sin problemas ni pesos innecesarios, ordenamos que sólo portáramos individualmente, cantimplora, frazada y una porción de galletas. Nada más. Tomando como referencia el obelisco de Chacamarca avanzábamos pero con la dolorosa impresión de que no nos movíamos del mismo lugar. Observábamos solamente que la aguja pétrea se difuminaba, poco a poco. Avanzábamos como posesos del diablo –siempre cumpliendo nuestro horario, claro- pero viendo que la oscuridad se nos venía encima. Nuevamente el fantasma de la sed comenzó a atormentarnos.

Mientras tanto el tiempo nos había ganado. La oscuridad se adueñó del ambiente. Para no perdernos, unimos nuestras correas que nos sirvieron como nexo, y en una oscuridad sepulcral avanzábamos cantando. La negrura era tan grande que nos permitía ver a lo lejos las luces de los carros que iban y venían a Lima y, por otra parte, un asombroso muestrario de luceros magníficos, relucientes, misteriosos y estremecedores en el inmenso cielo azul. De rato en rato observábamos que una que otra estrella se descolgaba del cielo e iba a perderse en quién sabe qué lugar. Nuestro avance era a tientas, no podíamos ver por donde caminábamos, sin embargo, con extraordinario empeño superábamos el cansancio que poco apoco se iba adueñando de nuestros músculos.

Era la medianoche cuando la marcha se interrumpió. Un grito de alarma se propagó desde las últimas filas. ¡Un hombre se ha desmayado!… ¡Un hombre ha caído!. Todos nos arremolinamos de inmediato allí donde salía el grito y, para poder distinguir, encendimos unos periódicos. La lámpara gigantesca de los bomberos, la habíamos dejado en el carro auxiliar. ¡Cuánta falta nos estaba haciendo!. En el suelo, sin conocimiento, lívido como un muerto, yacía Carlos Aguilar Ramírez. El pánico fue adueñándose de nosotros. Pascual Córdova dijo: ¡Ha perdido el conocimiento y prácticamente no tiene presión!. ¡Hay que llevarlo inmediatamente para que puedan conducirlo a un hospital. En el acto hicimos una angarilla con una frazada y abrigándolo lo más que podíamos, los transportamos hasta el lugar de donde provenían las luces de los vehículos. Los carros pasaban de largo.

Esta actitud obedecía a que muchas veces habían sido asaltados por detenerse a auxiliar a tanto maleante. Ya estábamos para perder la esperanza cuando un carro de la Agencia Arellano que estaba viajando del Cerro a Lima acertó a pasar. Cuando nos reconocieron se detuvieron. Subí al carro y pedí el auxilio del chofer. Le dije que había que llevarlo al Hospital del Seguro de la Oroya para que lo atendieran y aceptó gustoso. Cuando lo subimos para recostarlo en el pasadizo, vimos que varios alumnos, entre ellos el Secretario de Defensa de la Federación, iban muy bien arrellanados en sus asientos a gozar de su navidad en Lima. Menos mal que se ofrecieron a hacer la gestión en la Oroya y se responsabilizaron del estudiante desmayado. Aquel fue un milagro. Cuando partió el carro, nosotros seguimos caminando en silencio, apesadumbrados. A las dos de la mañana entrábamos en el pueblo de Junín en medio de una sinfonía de ladridos. Las chicas que nos habían precedido, no sólo habían preparado una cena reparadora sino también que un prestigioso club deportivo nos cobijara por esa noche en sus instalaciones.

Nuestro cansancio era tremendo. Tras la cena franciscana, los masajes de Pascual y de Gabriela, caímos como muertos, a dormir el cansancio. Habíamos caminado dieciocho horas.

Segundía día, 24.12.1963

Muy temprano, las chicas habían preparado avena con leche y emparedados con queso que los juninos nos habían regalado. Para reforzar nos dieron dos huevos duros a cada uno para el camino, una tableta grande de chocolate “Sublime” y nuestras cantimploras personales repletas de agua fresca. Tras agradecer la hospitalidad de las personas que nos habían ayudado, partimos con nuevos bríos. Era las ocho de la mañana de la víspera de navidad de 1963.

Enfilamos por un sendero que nos ponía en medio de aquella enorme meseta que parecía interminable. Avanzábamos a campo traviesa cuando nos dimos con unas alambradas que limitaban terrenos ganaderos. Para pasarlas, exigía la necesidad de superar las barreras con mucha agilidad y gran cuidado, porque éstas terminaban en sólidos alambres de púas.

Ya alto el día, llegamos debajo de obelisco erigido por el pueblo cerreño en homenaje a la célebre batalla de Junín. Nos había costado tanto llegar. Descansamos sobre la base y el encargado de las provisiones, “Capulina” López me hace saber que ya no teníamos ni una gota de agua; que las cantimploras estaban vacías y la sed abrasaba a todos. Se hacía necesario el proveer de agua a los caminantes. Con la premura del caso designamos a tres hombres para que fueran a buscar agua. Nos informaron que sólo en una choza cercana habían encontrado pero que el tonel nos venderían a diez soles. Hicimos la compra y sólo así pudimos calmar una sed terrible. Tras el aprovisionamiento, seguimos la marcha.

Habíamos caminado tanto que, casi todos nos caíamos de cansancio. Un orgullo muy varonil nos mantenía en pie. Estábamos tan deshidratados que labios y lengua estaban hinchándose. Los pasos, no sólo eran balbucientes e inseguros, sino que ya dejaban traslucir un cansancio mortal. Ya nadie cantaba ni hacía bromas. Nos hallábamos cruzando la hacienda Casaracra cuando nos correspondió el descanso pertinente. Ordené al alto y nos tiramos como muertos. Ernesto Misari que había traído consigo un enorme aparato de radio a transistores, lo encendió y, al momento se escucharon las ondas de Radio Pasco y, como un milagro la voz del locutor llegaba hasta nosotros, nítida, como si estuviera a la vuelta del cerro en el que descansábamos. Tras unas notas de música, se oyó claramente la lectura siguiente:

Comunicado:

“El Sindicato de Trabajadores Mineros de la Cerro de Pasco Corporation, hace del conocimiento del Poder Ejecutivo y del Legislativo del Perú y de todas las autoridades pertinentes, que apoya plena y totalmente a los estudiantes de la Federación Universitaria de Cerro de Pasco que están realizando la “Marcha del Sacrificio” a la ciudad de Lima, e invoca su atención al pedido que están portando para que sea creada la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA en esta ciudad. El derecho que nos asiste a efectuar este pedido es que somos los que aportamos la base económica de nuestra patria. Por ésta y otras razones históricas que nos respaldan informamos que, de no ser atendidos en su pedido, nos declararemos en huelga indefinida hasta que se solucione este histórico problema”.

Con parecido tenor y con aire conminatorio, el locutor siguió leyendo otros comunicados enérgicos del Sindicato de Empleados, de los ferroviarios, de las comunidades campesinas, de la Asociación de Maestros, de la Asociación de propietarios, de los clubes deportivos.

A medida que se iban propalando los comunicados, como inyectados de sangre nueva y pujante, sin alcanzar a calibrar lo que estábamos oyendo, nos pusimos de pie, pletóricos de vida, con nuevos bríos y un renovado entusiasmo. Cuando el locutor terminó de leer, un grito unánime, viril, emocionado, inundó la pampa de aquel paraje campesino. Vivas, aplausos, abrazos nos confundió por un momento, después, ya repuestos, seguimos marchando con el alma llena de fortaleza y la canción cerreña en los labios. ¡No estábamos solos!. ¡Cuánto nos alegró enterarnos! ¡No estábamos solos!

Faltando algunos minutos para la medianoche, superada largamente la localidad de Paccha, marchábamos a la Oroya. En la radio de Misari se irradiaba un mensaje de la señora Lucila Cruchaga de Belaúnde, madre el mandatario de la Nación, saludando al pueblo peruano y ya podíamos distinguir el bullicio de la ciudad metalúrgica. Cuando llegamos al centro, un concierto de sirenas, silbidos, campanas y cohetes, anunciaba al mundo que la Navidad había llegado. Era las doce de la noche. ¡Había llegado Navidad!. Nosotros, con un entusiasmo rayano en el paroxismo, no obstante nuestro cansancio, comenzamos a gritar con todas nuestras fuerzas consignas estudiantiles. Teníamos la secreta esperanza de que nos escucharían o en todo caso, nos hacíamos la idea de que nos celebraban a nosotros. No era así. Todos conmemoraban Noche Buena. Sin embargo, cuando pasábamos por una casa muy iluminada en donde se realizaba una fiesta, salió un joven que se acercó a nosotros y al enterarse de nuestra misión, volvió a entrar a su casa y nos trajo abundantes tajadas de panetones y vasos con chocolate navideño. ¡Qué hermoso gesto!.

Seguimos avanzando siempre con nuestras arengas y maquinitas. La gente de las calles nos miraba con curiosidad y seguía caminando. Era una rareza muy particular para ella.

Las chicas nos habían conseguido un hotel –barato y amplio- donde nos instalamos; luego, como hermanos, nos estrechamos en abrazos calurosos y fraternos que no podré olvidar jamás. Bebimos el chocolate con panteones que nuestras compañeras nos habían preparado y no obstante la alegría de nuestro entorno, bebíamos en silencio; cada uno concentrado en los que habíamos dejado.

Antes de despertar a los muchachos, pasé revista a todos los elementos que debíamos transportar. En eso sufrí un choque emocional tremendo. Camuflado entre los bultos auxiliares, hallé a un alumno que pretendía viajar como polizón en el carro auxiliar. Perdí los papeles. Ahora que han transcurrido los años puedo decir que la tensión que estábamos viviendo nos había hecho extremadamente sensibles. No pude menos que expulsar al farsante y ordenar su retorno a nuestra ciudad. Nadie se opuso. Todos estábamos conscientes que la disciplina debía primar sobre todas otras consideraciones.

Tercer día, 25.12.1963

A poco de salir de la Oroya, una lluvia pertinaz nos acompañó por un largo trecho. La caminata la realizábamos por la pista asfaltada y entramos en calor con la caminata. Después, la lluvia la recibimos como una bendición refrescante.

Como en la mayor parte había que trepar por fragosidades pronunciadas, la hinchazón de mis rodillas me impedía trepar con comodidad y destreza. El dolor era realmente insoportable. Pascual Córdova tuvo que inyectarme cada determinado trecho, inyecciones de calmantes. Por otro lado, con un marcado sentimiento de solidaridad, alguien me consiguió una pértiga de madera de dos metros y medio con el que pude valerme para avanzar. Me sirvió de bastón y soporte, pero también para que me chantaran mi chapa de “Matusalén”. Entre risas, para sobreponernos del dolor que nos causaban las ampollas y las hinchazones avanzamos un buen trecho.

Después del magro almuerzo navideño en la ruta, ya con el atardecer ensombreciendo el ambiente, llegamos a un lugar en el que de bifurcaba el camino. Por uno seguía la ruta con normalidad hasta la siguiente localidad de la Carretera Central; por otro se modificaba para acortar notablemente la distancia. Así las cosas, me planteaban una disyuntiva. ¿Por cuál derrotero deberíamos continuar?. La mayoría me respaldó para seguir por el tradicional y conocido aunque fuera un tanto más largo; otro grupo minoritario por cierto, decidió que debía irse por el nuevo que, según ellos, se encontraba casi expedito. “Que unos pocos días sería puesto al servicio”. Inclusive, como dueños de la verdad, me plantearon el reto fraternal que ellos, siguiendo la nueva dirección llegarían primero a Morococha. Su insistencia era tal que no pude menos que aceptar. Los “visionarios” eran una minoría formada por Baldeón, Dávalos, Canta, Delgado y Aguilar. El resto decidió ir conmigo.

A poco de separarnos las cerrazones se desataron en una terrible tormenta de rayos, truenos y una implacable lluvia que terminó por empaparnos de la cabeza a los pies. Era las once de la noche. Ascendimos una cumbre muy abrupta al final de la cual estaba el local del Sindicato de Trabajadores Mineros de Morococha que, por gestiones oportunas de nuestras chicas guías, nos aguardaban desde las siete de la noche.

– ¡Compañero estudiante,- dijo muy emocionado el anciano Secretario General del Sindicato- les damos la bienvenida a esta su casa!. -Todos aplaudían en tanto él me estrechaba en un abrazo fraternal cargado de emoción y cariño. Cuando terminó su abrazo pude ver que lloraba abiertamente, como un niño. ¡Estaba emocionado, muy emocionado!. Ahora que han pasado tantos años puedo comprender lo que sentiría al ver que, nos obstante la lluvia, truenos y relámpagos, marchábamos sin temor por aquellos lugares con el fin de conseguir nuestro anhelo.

Nos hicieron pasar al amplio salón de sesiones donde habían preparado suficiente comida para atendernos a todos. Cuando nos aprestábamos a sentarnos a la mesa, las chicas repararon que faltaban algunos hombres. Eran aquellos que se habían arriesgado a transitar por una ruta que todavía no estaba terminada. Esto nos alarmó. Inmediatamente dispuse que el teniente Illanes nos llevara en el carro bombero para darles alcance guiado por un trabajador que conocía la ruta. Cuando llegamos a un abra donde según el guía debían estar, comenzamos a llamar a grito pelado a nuestros compañeros. La angustia nos atenazaba el alma y una terrible zozobra nos angustiaba. Nuestros gritos se perdían en medio de los ramalazos del tiempo. Los fogonazos de rayos y truenos que iluminaban el ambiente nos permitía ver el perfil de los cerros pero a ningún ser viviente. Esto nos desesperaba. Aquella noche grité hasta casi quedar sin aliento. Nos encontrábamos en esa desesperante tarea cuando un propio vino a informarnos que por otro camino habían llegado nuestros compañeros. Experimentamos una alegría tremenda.

Cuarto día, 26.12.1963

A poco de salir, nos dimos con una subida cuya ascensión demandaba de todo nuestro esfuerzo. El dolor de mis piernas era insoportable y como no era edificante ni alentador el que me vieran presionado por el padecimiento, Pashco tuvo que aplicarme otra inyección de Antalgina R, que me alivió y del brazo de Gabriela y uno que otro compañero superamos la subida a Ticlio.

El sol había asomado sólo como una leve luminosidad tras de las nubes para alumbrar nuestro camino solamente, porque no sentíamos nada de su calor. Cuando llegamos a la cumbre de aquella pendiente de cerca de cinco mil metros, Antonio Arellano Martorell que había tenido un papel en la obra COLLACOCHA, al ver a Antonio Torres Andrade (comunista), Julio Baldeón Gabino, (demócrata cristiano), Elián Marcos Cárdich, (aprista), subir ayudándose mutuamente, recitó un pasaje de la obra en la que el ingeniero Echecopar, dice: ¡¡¡“Los que vengan después no lo sabrán, pero estamos forjando la felicidad de los hombres del futuro”!!! (Aplausos).

A poco de avanzar, pasamos por Ticlio, un asiento minero que acababa de cerrar y cuyos habitantes habían salido en estampida en busca de otro trabajo dejando abandonados a sus animales. Causaba honda impresión ver a varios perros sin dueño, aullando su desamparo en casas cuyas puertas y ventanas, azotadas por el viento, proclamaban su abandono. ¡Qué dolorosa impresión nos produjo ese espectáculo!.. Era como si de pronto el pueblo se hubiera muerto. Que no quedaban ni siquiera fantasmas. Estuvimos consternados un buen momento contemplando el resultado de aquel éxodo forzado, pensando para nuestros adentros que igual destino le estaba reservado a nuestro Cerro de Pasco cuando se agoten sus minas.

Tras el descanso correspondiente seguimos avanzando y llegamos a un abra desde donde debíamos descender. Encontramos dos ramales para hacerlo. Uno, el camino carretero que caprichosamente bajaba dando muchas vueltas. Otro, un sendero trazado por los viandantes que se desplazaban por el lugar acortando distancias. Animados por el brillo del sol, nos conseguimos unos cartones y a manera de resbaladero, nos dejamos arrastrar por los cartones por una considerable distancia, no sin dejar de sufrir serias volcaduras que se convertían en risas. Fue muy divertido este pasaje de nuestro avance. Inclusive los dolores de nuestras heridas se atenuaron.

Para almorzar tuvimos que utilizar las abandonadas instalaciones de un local que antes había sido un restaurante, pero que estaba completamente derruido. Allí nos aguardaban nuestras chicas. La sopa y las bebidas calientes que nos dieron, entonó nuestros cuerpos. Con el guiso que todos repetimos, quedamos muy satisfechos y luego nos pusimos a caminar. Toda la ruta la cubrimos cantado. Al atardecer llegábamos al Sindicato de Trabajadores Mineros de Casapalca donde fuimos recibidos con gran cariño y alegría. Tras la ceremonia de bienvenida que nos ofrecieron, hice llamadas al Cerro de Pasco. Hablé con el Alcalde que me envió saludos cordiales para todos, con el Secretario de los Sindicatos de Empleados y Obreros y la Radio Pasco a donde dejamos otro saludo a nuestros familiares. Nos enteramos muy complacidos que todo el pueblo estaba con nosotros.

Llegada la noche y tras la cena correspondiente, realizamos un conciliábulo acerca de lo que había ocurrido hasta entonces y las posibilidades que nos aguardaba en el futuro. Plenamente de acuerdo en que deberíamos de partir a la primera hora del día siguiente para avanzar y aprovechar que todavía el clima estaba fresco, nos echamos a dormir.

Quinto día, 27.12.1963

En medio de la caminata vimos clarear el día. Los difuminados perfiles de los primeros árboles oxigenaba el ambiente y una calidez muy placentera nos comenzó a abrigar. Aquel día, almorzamos mucho más alegres que en días anteriores. La cercanía de la meta nos alentaba enormemente. Sólo la preocupación de las chicas era más perentoria: nuestras economías escaseaban.

Aquel día recibimos una muy agradable sorpresa. Utilizando una camioneta de la Municipalidad, nos alcanzó en el trayecto el amigo Félix Ureta; y nos hizo entrega de cartas que familiares y amigos nos enviaban. No sólo eso que de por sí ya constituía una nota de profunda alegría. Nos traía varias mudas de ropa que tanto la necesitábamos. Se llevó de vuelta los envoltorios con lo usado hasta entonces. Como no podía ser de otra manera, nos informó que el pueblo se había solidarizado plenamente con nuestra marcha. Es más, los periodistas habían censurado a los contrarios que, lejos de ayudarnos, nos habían atacado. La luz salía al fin. Con la alegría al tope, también enviamos cartas a familiares y amigos. No pueden imaginarse el significado que tuvieron aquellas misivas cargadas de solidaridad y apoyo. Todas estas cartas las guardamos como un invalorable tesoro.

Cuando llegamos a Matucana, nadie nos esperaba. Allí terminamos nuestras escasas economías. Felizmente las chicas habían conseguido que un Club Social nos alojara por esa noche.

Debo mencionar que, subrepticia y sibilinamente, un personaje del gobierno aparecía en cada una de nuestras llegadas o en las reuniones que teníamos con los hermanos que nos esperaban. Era un artista para hacerlo. Después caímos en la cuenta que era un miembro de la Policía de Investigaciones del Perú. Cuando alguien sugirió que lo arrojáramos al encontrarlo en nuestras reuniones, comprendimos que como no hacíamos nada que estuviera en contra de lo que predicábamos, no nos perjudicaría. Al final, el gobierno pudo ver que nuestras intenciones eran eminentemente educativas y reivindicativas.

Sexto día, 28.12.1963

Este sexto día, ya lo sentimos muy pesado. Agotador. Es que nuestras fuerzas habían mermado ostensiblemente y el dolor de heridas e hinchazones aguijoneaban implacablemente. Posiblemente el viento, el sol abrasador en algunos casos y, sobre todo, las lluvias, habían teñido nuestros rostros de un ocre pronunciado. No nos explicábamos por qué, durante esos días se nos había formado una serie de capas superpuestas sobre el rostro, a manera de escamas. Al comienzo nos las arrancábamos pero eso ocasionaba que, sobre la superficie, se notara a manera de vetas, las cicatrices del arranque. Para evitar esas malformaciones evitamos quitárnoslas. Total, era una manera de protegernos también. Entretanto, se habían unido algunos alumnos más: Oswaldo Cajavilca Soto, Jaime Ostos y Luis Aguilar Ramírez. Ostos no perdía oportunidad de hacer propaganda a su credo adventista.

Como aquel día nuestra meta era Chosica, superando nuestros dolores y alentados por la cercanía de la meta, salimos a primera hora para avanzar y evitar que el sol nos maltratara demasiado. Dos columnas debidamente organizadas marchaban a orillas del camino central entonando canciones. Algunos conductores que conocían de nuestra misión, nos saludaban con las bocinas. Los transportistas que venían de la selva nos regalaban con frutas. Era muy emocionante.

A las nueve de la mañana, en el descanso correspondiente, terminamos con nuestras provisiones. Es que el apetito de los marchantes –ya en mayor número-, la sed y extrema debilidad, determinó que ordenáramos que se sirviera con generosidad porque abrigábamos la esperanza de que en La Cantuta, la Federación de Estudiantes nos ayudaría con la alimentación. Con esa idea avanzábamos después de llenar nuestras cantimploras con el agua salvadora. La sed era manifiesta y el calor se hacía percibir ostensiblemente.

Habíamos caminado quince horas ininterrumpidas y el cansancio estaba al tope. Nuestras fuerzas ya nos estaban abandonando. Era las tres de la tarde y en el descanso de esa hora, Fulgencio López me dice que ya no nos quedaba nada más para poder alimentarnos. Que sólo había sólo una lata de frijoles con tocino. En esos momentos, ocurrió otro gran milagro. Un verdadero milagro que nos conmovió las fibras más íntimas del alma.

Nos habíamos apostado a las orillas del río, debajo de algunos árboles frondosos que nos ofrecían sus sombras refrescantes; a escasos dos metros de la Carretera Central por donde iban y venían los carros que trajinaban la ruta. Nos lavábamos la boca después de haber comido “Opíparamente” cuando acertó a pasar un carro de la Agencia González que siguió de largo y, avanzado unos cincuenta metros frenó y regresó a donde estábamos nosotros. No entendíamos la razón. El corazón nos dio un gran vuelco cuando se abrió la puerta delantera y vimos bajar a nuestro amigo Carlos Rodrigo Minaya Rodríguez, el Alcalde; detrás de él, Teófilo Castillo, representante del Sindicato de Empleados; el “Ronco” Santiago, representante del Sindicato de Obreros. A ellos se habían unido el empleado Huayanay y Oswaldo Cajavilca Soto, Secretario de Defensa de la federación Universitaria Pasco. ¡Qué alegría!. ¡No estábamos solos!.. Nunca comimos tanto y tan rico como aquel día.

Satisfechos y alegres, retomamos el camino de avanzada. Nuestras autoridades estaban con nosotros. Decidieron caminar el trecho que nos faltaba para llegar a nuestra meta de ese día. A Chosica llegamos a las seis de la tarde. En la cantuta nos estaban esperando los miembros de la Federación de Estudiantes que nos dieron la bienvenida fraternal.

Como debíamos salir a medianoche para caminar bajo el amparo del fresco de la media noche, dispusimos que todos se retiraran a descansar hasta las once y media en que debíamos reunirnos. Bueno, todos se retiraron, menos yo. No podía. Una gran cantidad de periodistas que querían hacer algunas notas y los dirigentes que llegaron me tuvieron trazando planes para el día siguiente. Sin haber dormido ni un poco, partí comandando a mis compañeros. Ya no nos faltaba casi nada.

Séptimo día, 29.12.1963

Partimos exactamente a la medianoche. La frescura del ambiente nos permitió avanzar a buen paso por el borde de la carretera. Nuestros cantos eran optimistas y llenos de vida. Teníamos que darnos aliento uno a otro. Las chicas habían decidido caminar con nosotros y las autorizamos a que lo hicieran. Ellas iban conjuntamente conmigo, portando la bandera nacional.

Habíamos avanzado un trecho considerable. Ya se comenzaba a sentir el calor de verano. Hicimos el alto de descanso junto a una ranchería de gente morena que al vernos tirados a orillas de la carretera, se acercaron y una robusta matrona nos preguntó que a dónde íbamos. Les conté nuestra odisea. De inmediato llamó a su gente diciéndonos que nos esperáramos un rato. Como por encanto trajeron hornillas y peroles y al rato tenían hirviendo un perol de avena en tanto freían unos camotes que después lo convirtieron en apetitosos sandwiches. Cuando hubieron terminado, tocaron un fierro a manera de campana y saliendo de las barracas, nos rodearon los morenos y todos, como hermanos, saboreamos aquel desayuno milagroso de amor y fraternidad que recibimos de esa gente maravillosa y sencilla.

Ya habíamos terminado de desayunar cuando vemos que un patrullero se detiene frente a la ranchería y comienza a interrogar a Ostos. Antes que éste respondiera nada, nos hicimos presentes y le ordenamos que fuera a unirse con el resto de alumnos. Eran jefes de la policía que, como avanzada, trataban de conocer la cantidad de personas que caminábamos, nuestro estado de ánimo y todo aquello que pudiera servirles para tomar providencias policiales a nuestra llegada. Les dije que en ese momento estábamos esperando a los obreros y campesinos que en cualquier momento se harían presentes. Que en ese momento éramos treinta y uno pero que, se engrosaría la fila con las delegaciones representativas que venían y otras que nos estaban esperando en Lima. Temía que al ver nuestro reducido grupo nos dispersaran por la fuerza para evitar nuestro ingreso en Lima. Con estos datos partieron. Nosotros, tras agradecer la conmovedora ayuda de nuestros hermanos morenos, hicimos lo propio. Es necesario mencionar como nota aparte, que el gesto de los morenos me había conmovido tanto que decidí que, terminada nuestra odisea, volvería con directivos de la Federación para entregarles el testimonio de nuestro agradecimiento. Dos años más tarde volví al lugar, pero ellos ya no estaban. Donde había estado la ranchería, se erguía la construcción de una fábrica donde no supieron darnos señales de los morenos. Ahora que han pasado los años, con el amor fraternal que el gesto despertó en mí, quiero que se recuerde esta valiosa cooperación de gente que sin tener nada que hacer, nos ofreció su apoyo desinteresado y valioso. ¡Que Dios los bendiga!

Olvidaba mencionarles que, cuando el día anterior, los compañeros de otras universidades me ofrecieron su colaboración, les pedí que me lo dieran al llegar a Lima. De acuerdo a lo que decían, me formé la idea de que los alumnos comunistas, querían utilizar nuestra marcha para sus intereses particulares. No lo acepté. Nosotros no portábamos ninguna bandera política. Sólo queríamos nuestra Universidad. Así fue. Marchamos solos. Lo conmovedor es que, cuando entramos en Lima, gritando nuestros slogan y barras correspondiente, los choferes de los carros de servicio urbano se ubicaban a la orillas del camino y nos saludaban con cariño mediante sus bocinas. A nuestras chicas que llevaban la bandera les lanzaban piropos y las aplaudían. Fue muy conmovedor aquel momento porque nos daba fuerzas para gritar con una sonoridad que nos esperaba. No era para menos, Habíamos caminado más trescientos kilómetros para eso y no podíamos acobardarnos.

A punto de llegar a la avenida Abancay –ya en Lima- los compañeros dirigentes de las principales universidades de Lima, nos esperaban. El Presidente de la F.E.P, Gustavo Espinoza Montesinos, además los presidentes de la Católica, UNI, Agraria de la Molina, San Marcos, Villarreal. El encuentro fue muy emotivo, tras los abrazos, todos los directivos me acompañaron a llevar la bandera nacional y de una manera casi autoritaria hicieron fuerza para que siguiéramos a la Casona de San Marcos. Cuando advertí la intención, les dije que me oponía, que si quisieran acompañarme lo hicieran directamente a Palacio Legislativo donde nos esperaban los congresistas de la República. En ese momento saltó el conejo. Tratando de ser convincente el presidente de la F.E.P me dijo que había preparado una ceremonia en la Casona en la que, con asistencia de camarógrafos de la televisión y los periodistas de todos los diarios de Lima, yo quemaría la bandera de los Estados Unidos como repudio a su política abusiva. Me aseguraba que ese gesto atraería la simpatía de todo el Perú. Con una energía digna del momento les dije que yo no había venido a quemar ninguna bandera ni menos a efectuar poses políticas. Que nuestra marcha obedecía únicamente a la instauración de la Universidad local y nada más. Diciendo esto ordené continuar la marcha. A regañadientes me acompañaron.

A las doce del día del 29 de diciembre de 1963, estábamos ocupando la avenida Abancay en medio de una conmovedora expectativa general. Los gritos estudiantiles atronaban. Confieso que me encontraba sorprendido de la vitalidad de mis compañeros. No pensé que pudieran manifestar tanto empuje después de del esfuerzo desplegado. A lo largo de la calle, los fotógrafos de la prensa imprimían sus placas. (Al día siguiente, todos los diarios, con sendos relatos, ilustraban el acontecimiento). Estoy muy conmovido de cómo la gente que iba en los carros de servicio urbano, nos aplaudía con generosidad.

Al pasar por el Ministerio de Economía, entre las muchas personas que se hallaban a la entrada del edificio, alcancé a distinguir al señor Campero, Jefe de la Caja de Depósitos y Consignaciones de nuestra ciudad y padre del alumno de ingeniería que no estaba con nosotros. Cuando escuchó nuestras maquinitas y leyó nuestras pancartas, bajó las gradas y de una manera que me conmovió enormemente, se puso del lado nuestro y con él seguimos marchando. Para entonces ya algunos alumnos de las universidades limeñas se habían sumado a la comitiva estudiantil. Los gritos, proclamas y maquinitas, eran rotundos y varoniles. Sentí un enorme orgullo por mis compañeros.

Llegando a la plaza Bolívar, viramos hacia la derecha y entramos por la Biblioteca del Senado. Toda la plaza estaba plagada de obreros portuarios y otros gremios. Cuando nos vieron llegar, respetuosamente abrieron calle y, aplaudiéndonos, nos dejaron seguir hacia la puerta del Congreso. Yo no lo podía creer. Esa muestra de solidaridad era muy especial. La puerta del Congreso estaba resguardada por una tupida delegación de la Guardia de Asalto que con metralletas y máscaras anti gases, impedían el paso. Era imposible avanzar un poco más. Nos quedamos frente a la puerta principal sin dejar de gritar a voz en cuello nuestras consignas, cuando sucedió algo inesperado. Salió un edecán de interior del Congreso y habló con el Comandante que dirigía a los policías: “Hay orden del Presidente del Congreso para que pueda entrar en el recinto la delegación de Estudiantes. Ha sido un pedido del diputado Llanos de la Matta”. Mágicamente se hizo una calle resguardada por los custodios por donde entramos al Congreso. A la puerta, nos esperaba Llanos de la Matta. A medida que nos estrechaba las manos pude ver cómo sus ojos se enturbiaban. No era para menos. Parecíamos unos engendros de alguna película terrorífica de esas que por esos días abundaban. Nuestras caras estaban cubiertas de escamas oscuras y se notaba claramente los signos de abatimiento que veníamos arrastrando. Entretanto, se había detenido brevemente la sesión para recibirnos.

Tras las cálidas palabras de bienvenida del Presidente, el relator dio lectura al memorial que portábamos, respaldado por los sindicatos de trabajadores del Cerro de Pasco, las Comunidades Campesinas, los Clubes Sociales y Deportivos, los Concejos Municipales y buen número de ciudadanos notables. Cuando fui invitado a exponer nuestro pedido, rodeados del Alcalde, los secretarios generales de los sindicatos, de obreros, de empleados y de ferroviarios, hice uso de la palabra de una manera tan rotunda y conmovedora, sin dejar de ser respetuosa y varonil, que al final fui aplaudido generosamente por todos los asistentes. Nunca había hablado como entonces. Puse mi empeño y el calor que nos animaba a todos los estudiantes y obtuve un éxito. En medio de las cariñosas palmas que premiaban mi intervención, escuché el aliento quebrado de emoción del “Ronco” Santiago: “¡¡¡ Buena, Cesarcito!!!”. Inmediatamente después, el Presidente del Congreso, don Fernando León de Vivero, nos dijo: “Nos encontramos muy emocionados por la muestra de entereza que acaban de demostrar los estudiantes del Cerro de Pasco y a usted, señor Presidente de la delegación, le encargo: Dígale a ese pueblo generoso que, lo que ha pedido, ha sido aceptado totalmente. Cerro de Pasco ya puede contar con su Universidad autónoma. –Fue el momento más hermoso de toda la travesía, hubo abrazos y lágrimas- pero como tenemos que ser respetuosos de los procedimientos –siguió diciendo el presidente- empeño mi palabra a nombre de la Célula Parlamentaria Aprista que el próximo año de 1964, la ley de su creación será discutida y aprobada en ambas Cámaras y, los primeros días del 1965, ya tendrán la Universidad que han venido a solicitar” Los aplausos se centuplicaron y la emoción nos nublaba los ojos. Habíamos conseguido nuestra Universidad. Sólo Dios sabe lo que nos había costado. De inmediato, respetuosamente, en medio de los aplausos generosos de los congresistas nos retiramos del aquel histórico recinto. ¡Habíamos conseguido lo que habíamos venido a pedir: Nuestra Universidad!.

Cuando salimos entre aplausos de congresistas y manifestantes –cada uno por su lado- sentíamos la indescriptible alegría del deber cumplido y aunque por aquellos históricos instantes habíamos superado nuestro cansancio, éste retornó a nosotros de una manera apremiante y terrible. Cuando los primeros alumnos buscaban un lugar para sentarse a descansar, nuestra voz enérgica, recordándoles que habíamos superado más de trescientos kilómetros sin descansar, los conminó a seguir resistiendo de pie un poco más hasta que consiguiéramos un lugar dónde alojarnos

Felizmente para nosotros, en ese momento, se apersonó el diputado Genaro Ledesma Izquieta para anunciarnos que la Directora de Educación Secundaria había dispuesto que nos alojáramos en el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe. De inmediato partimos hacia allá superando nuestra fatiga. Bajamos hasta Alfonso Ugarte y entramos en el histórico plantel.. En conserje nos señaló una habitación mediana en uno de cuyos rincones se hallaba almacenada gran cantidad de colchones de lana. Cada uno tomó el suyo y colocándolo en el lugar que mejor le conviniere, se tiró a dormir. Yo recuerdo que, cogiendo el mío lo arrastré a un rincón y agobiado por un cansancio agobiante, tal como me encontraba vestido, me abandoné a un sueño que en días interminables no había gozado. ¡Qué hermoso aquel momento!…

Cuando sentí el ruido de unas cachetadas escandalosas, apenas si pude entreabrir los ojos. Advertí que me frotaban las orejas para que el dolor me despertara, pero el sueño era más poderoso. El agua entrando por mi cuello y recorriendo las interioridades de mi cuerpo y la repetición de las cachetadas en el rostro consiguieron hacerme abrir los ojos. En ese momento, difuminado por la pesadez del sueño, distinguí la figura del Alcalde que con gran energía me conminaba a levantarme: “!He conseguido una entrevista con el Ministro. Él nos espera en su despacho. La reunión es a la siete de la noche y casi ya no nos queda tiempo. ¡Tienes que venir con nosotros, porque contigo es con quien quiere hablar”! Yo que le oía como si me hablara de una inmensa distancia le pedía que me dejara dormir, que al día siguiente, a primera hora, estaría en el Ministerio. Les rogara con el alma que me dejaran descansar un poco más. Que mi cuerpo estaba completamente rendido. No me hicieron caso. Con razón. Ésa era una única oportunidad. Cuando advirtieron que ni los golpes ni el agua fría habían surtido el efecto deseado, de la cafetería del Colegio trajeron un menjunje que, afirmaban, era café pero que yo lo sentí como una brea pesada y amarga que tuve que engullir. Ayudado por los amigos me puse de pie, me pusieron mi casaca que estaba sirviendo de cabecera y partimos. Los otros compañeros ni se enteraron de este acontecimiento, seguían durmiendo como leños.

Cuando llegamos al Despacho Ministerial, ya el Ministro, doctor Francisco Miró Quesada Cantuarias, nos estaba esperando. Con sonrisa benevolente nos estrechó las manos y nos dijo que nos había visto pasar desde su Despacho y que él hubiera querido acompañarnos pero que su obligación de asistir a la clausura del año académico de un Colegio Militar se lo había impedido. Ahora con especial deferencia nos recibía manifestando su admiración por nuestra hazaña de caminar seis noches y siete días para lograr nuestra meta. Que había leído nuestro memorial y el informe económico de la filial y que él, nos extendería un cheque a nombre de la Universidad para entregarle al “sabio” y que él derivaría los pagos completos a nuestra filial. No había otra salida. Así lo hizo y salí del Ministerio con el cheque. Esta partida extraordinaria nos permitió –como vamos a ver- superar las deudas de 1963 y el ejercicio económico de 1964, en tanto se diera la ley de creación de nuestra Universidad.

El 29 de diciembre de 1963, conseguimos no sólo la creación de nuestra Universidad autónoma sino también los fondos para solventarlos gastos que nos agobiaban y el presupuesto para seguir viviendo hasta que la ley se diera.

Aquella noche, con el cheque cerca de mi corazón, muy feliz del deber cumplido, dormí como nunca, plácidamente, por doce horas seguidas.

Al día siguiente, el señor Ministro tuvo la gentileza de nombrar al doctor Juan José Vega como su representante personal a fin de que él pudiera ayudarnos en nuestras gestiones en Lima. Con aquel dinero obtenido cancelamos nuestras deudas, y por especial disposición del Ministro, el 64 seguimos como parte de la Universidad del Centro. Aprobada la ley en el Congreso, fue enviada para que el Presidente de la República firmara el cúmplase. Inexplicablemente, el gallardo mandatario, Fernando Belaunde Terry, se negó a firmar la autógrafa de la ley. Este señor que en nuestra plaza, como en todas las del Perú, había declarado que «los últimos serían los primeros» se negó a firmar no obstante llevar la impronta de «el pueblo lo hizo». De acuerdo a la Constitución entonces vigente, el Presidente del Congreso de la República, Senador Ramiro Prialé y Prialé, estampó su firma que fundaba nuestra Universidad. Era el 12 de abril de 1965. Aquel día se improvisó un desfile por todas las calles de nuestra ciudad entre la algarabía de nuestro pueblo. Yo no pude marchar. Tenía las piernas completamente hinchadas pero, cuando llegaron a la puerta de la casa, salí al balcón y les di mi saludo fraternal. Nunca me sentí tan conmovido con mis compañeros. Ya teníamos nuestra Universidad.

La versión completa de este relato se encuentra en la obra de César Pérez Arauco, disponible en Amazon.

1 comentario en “La marcha de sacrificio de 1963”

  1. Lys Delgado Zuñiga

    Que lindos recuerdos de mi Cerro de Pasco de mi vida universitaria, como no recordar a muchos de mis profesores prof Aguilar que fue asesinado en Pcayacu , y bien es una linda historia como se logro que la UNDAC se autonoma a fuerza de luchas y sacrificios feliciraciones a quienes lograron su independencia y al aotor de quie rememora estos hechos .

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