El Condenado

El Condenado

El condenado, cuento cerreño. En el remanso de un río, en cuyas aguas tranquilas los rayos del sol arrancan extraños fulgores a los guijarros, las ondas del agua impulsadas por un viento con olor a hierbas van a morir a la ribera. Allí, una joven hermosa contempla su imagen cargada de tristeza. Su mirada fija en el agua se ilumina de pronto al oír una conocida voz que la llama.

– ¡Tiucha!… ¡Tiucha!.
– ¡Donato!.
– ¿Dónde has estado, Tiucha?.
– En mi casa, Donato. No me dejaban salir.
– Te he estado buscando; todos los días he venido por aquí. Tú recién te presentas… ¿Por qué Tiucha?.
– Mi papá no me deja salir, Donato. Está muy molesto.
– Pero… ¿Por qué?
– Doña Tomasa le ha contado que nos ha visto bailando en el pueblo y eso le ha enojado.
– Pero si no hemos hecho nada malo. Todo el mundo lo sabe.
– Lo que más le disgusta a mi papá es que todos en el pueblo estén hablando de nosotros…
– La gente es así de mala. Todos quisieran es que no nos habláramos, ni nos mirásemos siquiera…
– Así es, Donato. Creen que el odio que se tienen nuestros padres deberíamos tenernos nosotros…
– Parece que el demonio se ha apoderado de los viejos. Son muy rencorosos.
– Mi papá me ha maltratado, Donato. Me ha dicho que nunca más debo hablarte. Que la hija de un pobre no debe meterse con un rico.
– Pero, ¿Qué culpa tengo yo de que mi padre tenga o no tenga?. Además me cuentan, que ustedes han tenido sus cositas también. Si el huayco se llevó tu ganado y tus cosas, no es para que nos odiemos.
– Sí, pues Donato. Pero mi papá no piensa así.
– Mira, Tiucha. Yo te quiero hace mucho tiempo. Tú lo sabes. Por eso quiero casarme contigo. No importa que nuestros padres se odien si nosotros nos queremos…
– Pero, ¿Sin su consentimiento?.
– Que importa, más tarde ya se darán cuenta. Ahora no nos aceptarían, ni a ti ni a mí. Se odian a muerte. Pero… ¿Tú me quieres, Tiucha?.
– Sí, Donato; tú lo sabes, pero…
– Pero… ¿Qué?, Tiucha.
– Tal vez yo no te merezca. Puedes conseguirte una muchacha hermosa en el pueblo y casarte con ella.
– La única mujer que quiero eres tú, Tiucha, a nadie más quiero.
– Y… ¿La Clorinda?.
– ¿Cuál Clorinda?.
– No te hagas el sonso, Donato. La hija del gobernador, pues…
– Ella ha sido para pasarme el rato nomás Tiuchita. Es muy coqueta. Está con uno y con otro… ¡Cómo la voy a escoger para mi mujer!.
– Y… ¿la Shanti?.
– No te negaré que ha estado con este “pechito”, pero ahora es la querida del Bryan Choquehuayta, el chofer. Ella para metida en el camión nomás… ¡Cómo la voy a querer!.
– De la Paulina sí no me vas a negar. Ella anda diciendo que tú vas a ser su marido…
– Yo no sé quién te ha metido esos cuentos, pero la Paulina no es gallina para mi corral. Desde que se ha ido al Cerro de Pasco ya no cabe en su pellejo, se ha “repajado”.
– Y la…
– No sigas, no es bueno llevarse de cuentos. Si yo quisiera a otras, no te buscaría. La única que quiero eres tú.
– Pero, ¡Qué vamos hacer Donato!… mi padre me ordena que ni te hable!.
– Pero… ¿Tú, me quieres o no?
– Sí, Donato, por eso sufro mucho. Sufro de que no podamos encontrarnos siquiera…
– Yo también, amor mío… yo también…
– ¿Qué hacemos Donato?
– Vámonos lejos, mujer. Vamos a vivir donde nadie nos conozca.
– Pero… ¿Dónde?
– Me han dicho que en las minas del Cerro hay bastante trabajo.
– Tengo miedo, Donato.
– ¿Pero, de qué….?….
– De que te canses de mí… de que me dejes. Tal vez conociendo a una cerreña me abandonas ¿y?…
– Nunca haría eso, mamacita. Yo te quiero, tú lo sabes. Por lo que tan dicho las malas lenguas, dudas de mí ¿No es así?.
– Sí, Donato. De repente…
– Para que te convenzas, te lo voy a jurar Tiuchita.
– ¿Jurarme?
– ¡Sí!, ¡Yo te juro que te querré toda mi vida!. ¡Nunca te dejaré ni en la vida ni en la muerte!. –El juramento ha sido formulado con una unción verdaderamente conmovedora.
– ¡ Ni en la vida… ni en la muerte?! –pregunta ella.
– ¡Así es, Tiucha!. Ni de vivos ni de muertos nos separaremos. Dame tu mano yo te doy mi palabra…
– Ya, Donato…Está bien…
– Ahora… ¿Me crees?….
– Sí, Donato, sí. Te creo y te quiero.
– Entonces. Ahora, harás lo que te diga. La próxima semana como hoy a las seis de la tarde nos encontraremos aquí para irnos muy lejos…
– Ya, Donato…
– Durante toda la semana no salgas para nada de tu casa; no quiero que sospechen. Prepárate nomás…
– Está bien…..
– Ahora me voy, amorcito. La próxima semana como hoy… no lo olvides.
– Ya, Donato. Está bien. La próxima semana

El tiempo ha transcurrido normalmente, sin embargo a Donato Apari le ha parecido interminable, desesperadamente interminable. Con gran delectación y esperanza ha contado los días y las horas de la semana. Su ansiedad ha ido en aumento con la sola evocación de aquella prodigalidad de belleza y vitalidad que se llama Teodolinda Armas. Su espera, que ahora llega a su fin, bien ha merecido todos aquellos desvelos. Por fin podrá tener en sus brazos a aquella mujer que se le fue clavando en el corazón y en su pensamiento; ya no tendrá que buscar mezquinos atajos, ni soledades riesgosas para gustar de sus besos. Ahora será suya, entera y limpiamente suya; por eso hace ya un buen rato que espera, cuando los rayos últimos del sol se han escondido tras los cerros verdes…

– ¡Donato!…¡Donato!
– ¡Tiucha!.
– Donato, temí que no vinieras. He tenido mucho miedo. No he podido ni dormir pensando en que podrías arrepentirte y no venir…
– Tú no me tienes confianza Tiucha, pero ya ves, he cumplido; aunque yo también te diré que temía que tu papá podría hacerte cambiar de parecer…
– Ya no, ahora, ya no. Yo sé que me quieres y he venido para irnos.
– Bien, amorcito.
– Sólo temo que no iremos muy lejos. Tanto mi padre como el tuyo podrían alcanzarnos y encontrándonos nos castigarían o sabe Dios qué nos harían…
– No tengas miedo. Si nos fuéramos a cualquier pueblo cercano, nos descubrirían, pero no vamos a hacer eso…
– Entonces… ¿Adónde vamos a irnos?.
– Iremos a un lugar que nadie conoce. Sólo yo.
– ¿Adónde, Donato?.
– Allá en las alturas de Cerro Azul yo conozco una cueva. Allí estaremos hasta que, cansados de buscarnos se olviden de nosotros. Entonces nos iremos a algún lugar…
– Pero en Cerro Azul también podrían buscarnos… ¿Y si nos encuentran?.
– Nadie nos encontrará. Esa cueva sólo la conocemos el “Wisha” Palacios y yo, pero él está trabajando en las minas del Cerro y no dirá nada.
– Será lo que tú digas, Donato. “Ultimadamente” si nos encuentran también, que vamos a hacer. Les diremos que nos queremos y le hablaremos al padre Melecio.
– Él nos comprenderá, pero mientras tanto vámonos sin que nos vean. Ya se está haciendo tarde… ¿Has traído tus cosas?.
– Sí, Donato; lo que más necesito está en este “quipecito”…y ¿tú?.
– Yo, en estas alforjas llevó lo necesario…
– Vamos, pues Donato…
– Ya pues, vámonos mi Tiuchita…

Enclavada en la agreste peñolería del Cerro Azul, una caverna con una entrada pequeña, ha cobijado la felicidad de los dos jóvenes amantes. El interior, ahora cuidadosamente limpio sin ser muy espacioso, es un abrigado recinto en donde Donato ha ido guardando frazadas y alimentos. Por fuera, como una ventana del cerro, hay un otero formidable, desde donde se puede ver el camino principal, único lugar de entrada y salida del poblado. Pasados los días, desde allí Donato ha podido ver las diarias partidas de hombres que salían a buscarlos apenas aparecía el sol y regresaban fatigados de cansancio y polvo, entrada la noche. Así pudo comprobar la odiosa mezquindad de su padre al enterarse que se había fugado con la hija de su peor enemigo. ¡Cómo estaría rabiando el orgulloso anciano!. Ahora Donato, estaba preocupado, muy preocupado…

– No te vayas a enojar Tiucha. Yo he debido de ponerte una casa muy buena, y sin embargo, vivimos en esta cueva…
– ¡Que vamos a hacer, Donato! , nuestra suerte será así. Lo importante es que nos queremos.
– Tienes razón…
– Además, aquí se está tan abrigada que es como si tuviéramos una casa.
– Yo creí que te aburrirías…
– No… para nada. A propósito… ¿Cómo conociste esta cueva?.
– Cuando era un “chiuche” subíamos a pastear los carneros y un día que veníamos por estos lugares, se desató una fuerte lluvia con muchos truenos…
– …¿Y?.
– Entonces, alcancé a ver esta cueva. Al comienzo creí que era pequeña, pero cuando entramos con el “Wisha”, nos dimos cuenta que era grande.
– Seguramente los antiguos viajeros que pasaban por aquí se guarecían en ella.
– Por eso será tan limpia… yo ya no extraño la casa.
– Nueve días no es para poco; ya te estarás acostumbrando, pues…
– Verdad, ya nueve días… cómo han pasado… sin sentirlo.
– Y nosotros no podemos ir a otro lugar. Yo creí que íbamos a estar dos ó tres días a lo más…
– Ya se acabó casi toda nuestra comida, Donato.
– En eso he estado pensando, Tiucha. Por eso he decidido ir a traer alimentos…
– Pero… ¿Y si te ven?.
– No me dejaré ver. Iré a mi casa. Mi mamá guarda en la troje de los altos bastante comida.
– Pero es muy peligroso, Donato.
– No importa, me arriesgaré.
– No vayas, Donato. Con lo que hay nos podemos acomodar unos días más.
– ¿Y después?…No, Tiucha, aquí vamos a tener que estar un buen tiempo. Nos están buscando, todos los días mi papá con cinco cabalgados sale de mi casa a buscarnos en la madrugada. Desde que nosotros nos hemos venido, es así. Mi padre es muy orgulloso para poder olvidar lo que hicimos y seguro que en los alrededores ya están en alerta para cogernos…
– Más bien nos ha alcanzado la comida hasta ahora…
– De haber sabido esto, hubiera traído más alimentos.
– ¿Qué harás ahora, Donato?.
– Parece que esta noche habrá luna, Tiucha. Cuando todos estén dormidos, yo iré a traer algo…
– Ojalá que no te pase nada…
– A mí no me va a ocurrir nada, Tiucha. Tú cuídate nomás…
– Sí, claro…
– No te vayas a mover de aquí por ningún motivo; no vayas a tener malas ideas en la cabeza. Ya sabes que yo no te voy a dejar nunca. Ya estás convencida, también que te he dado mi palabra. Sólo tienes que esperarme.
– Pero, te apuras, Donato; por favor…
– Sí, hijita… voy a volver, ya verás…

Su orgullo maltrecho, no lo deja dormir. El encono se le ha clavado en el cerebro y le impide cerrar los ojos. Su vigilia poblada de silencios se ve, de pronto, interrumpida por un ruido extraño. Moisés Apari, aguza los oídos y un extraño presentimiento lo invade haciéndole estremecer. El viejo se ha incorporado sobre sus cobijas y despierta a su mujer.

– Shatu… Shatu…
– ¿mmmmm?.
– ¿Has oído?….
– ¿Ja?… No…
– Shhh… “masque” oye… creo que están entrando en los altos.
– Sí, sí… parece que alguien está entrando…
– Desgraciado ladrón… ladrón es…
– Claro que es ladrón…
– Pero… es raro, los perros no ladran… Oye Moishe ¿No será ánima?….
– ¡Qué ánima ni qué anima, mujer!; Lo que pasa es que los rateros han matado a nuestros perros.
– ¡Jesús, Ave María Purísima!….
– Como saben que no está mi Donato, creen que me pueden robar…
– ¿Qué hacemos?…ahora siento que están andando arriba.
– Lo que tenemos que hacer pues, voy a llevar la escopeta.
– ¡No te vayan a atacar!….
– No voy a ser tan tarugo de salir por delante pues. Voy a ir por la puerta de atrás y por el zaguancito voy a ver…
– Ten cuidado, Moishe…
– ¡Ahora sí se han fregado esos malditos, carajo!.

Sigilosamente, cual fiera en acecho, Moisés Apari ha salido arma en ristre y da una vuelta completa por el corral y ahora está frente a la puerta de los altos. Decide aguardar a que el delincuente salga con su botín para hacer justicia. Lo espera en medio de una fruición que le produce el imaginarse la sorpresa que se llevará el ladrón al salir. Ahora se abre la puerta y sale un hombre con un bulto en el hombro. Su silueta se recorta nítidamente en el fondo del cielo estrellado. Ahora o nunca. El viejo apunta y el silencio de la noche se hace trizas con el estampido…

– ¡Le has dado, Moishe… le has dado!…Ya cayó!.
– Sí, y en todo el corazón…
– Vamos a ver quién es ese miserable de mierda…
– Ten cuidado, no se vaya estar haciendo el muerto.
– No, ni siquiera se mueve…
– Voltéalo…
– Sí…
– ¡Mamalao, mamacooo!… ¡Santo Dios!. !.Nooo!.
– ¡Donato hijooo!.
– ¡Hijaco, te han matado, pues,!….
– Pero… caray… ¿Dónde ha estado este muchacho?… ¿De dónde ha salido?!.
– ¡Dónde habrá estado, pues papalao!.
– Y todavía ha venido a robarme…
– ¡Capaz ha tenido hambre, capaz por eso, Moishe…
– ¡Anda, anda, despierta al Shimo, a todos los vecinos… ¡Qué hemos hecho!…

El viejo Apari, se quedó inmóvil, clavado en el suelo, estático; su rostro curtido y ajado se estremece con una ligera agitación parecido a un llanto sin lágrimas. Su orgullo mellado, pisoteado y ahora impotente, ya no pude erguirse porque más puede el peso de su conciencia castigada al ver el pálido rostro de su hijo iluminado de lleno por la alta luna serrana.

Allá en el lejano otero de Cerro Azul, Teodolinda Armas, ha estado esperando angustiada el retorno de su amado. Ni de día, ni de noche ha dejado de escrutar angustiosamente el horizonte cumpliendo así el encargo de su hombre. Ella está muy lejos de imaginar que Donato ha sido amortajado y enterrado en el cementerio del pueblo.

Ahora es de noche, la quinta noche de espera. Han pasado cinco interminables días y un mundo de sobresalto angustia en el corazón de la muchacha. Desde tempranas horas, el cielo se ha tornado amenazador, de un gris tétrico a una oscuridad más pronunciada que se ha desatado en una fuerte lluvia; no obstante, allí está ella, esperando a su amado.

De pronto, entre el monótono chisporroteo de la lluvia menuda. Teodolinda cree escuchar un crujido peculiar como de pasos, como de gente arrastrándose. La crepitación ha ido creciendo, creciendo y, ahora está más cercano. El corazón le golpea en el pecho desesperadamente. Sí, es él, Donato. No puede ser otro. Una mezcla de temor y alegría le abrasa el espíritu. Los pasos han llegado a la entrada de la caverna y se han detenido allí, ante la expectación de la mujer.
– ¡Donato!… ¿Dónde has estado?… ¿qué te ha pasado?.
– Nada…
– Todas estas noches no he podido dormir esperándote… Pero, pasa estarás cansado, siéntate…
– Hmmmm.
– ¡Pero ahí en la entrada te estarás mojando!. ¡Hace frío… pasa!…
– No…
– Desde que te fuiste, ya no han salido jinetes por el camino grande. Parece que ya se han casado de buscarnos…
– Hmmmmm…
– Te prepararé algo caliente para que te abrigues…
– Noooo.
– Sí, no seas sonso Donato, te puede agarrar “costado”…
– Hmmmmmm.
– ¿Qué te pasa, Donato?. Parece que estuvieras mal… ¿Qué te sucede?. ¿Por qué no hablas?.

La expectación es tremenda. Ella tiene un presentimiento clavado en el cerebro. ¡Cuánto daría por un rayo de luz y poder contemplar bien a Donato!. Sabe que está allí, no puede ser otro, pero ella lo quiere ver. De pronto, un relámpago ilumina la estancia rasgando la oscuridad y ella queda petrificada, a punto de caer; luchando con todas sus fuerzas por no proferir el grito que le quema la garganta y le hace daño. En ese instante efímero de resplandor del relámpago, lo ha visto todo. Un rostro cerúleo y terrible, ultraterreno, en el que destacan unas cuencas profundas y oscuras; las mandíbulas colgantes, las greñas crecidas saliéndoles por el capirote marrón del sudario. La mortaja sostenida por un blanco cordón está empapada por la lluvia y pegado a su esquelético cuerpo. Ese no es Donato… ¡es el espectro de Donato!… ¡Donato se ha CONDENADO!.

En medio de aquel temor que la sobrecoge, trata de ordenar sus pensamientos, y lo consigue. Ha tomado el porongo y se dirige a la salida de la cueva pasando por el lado de Donato tocándole las fúnebres vestiduras que emanan un nauseabundo hedor a muerte…
– Voy a traer agua, Donato. Espérate un rato… ya vuelvo…

No podía hacer otra cosa. Una vez que hubo salido de la caverna ha comenzado a correr a campo traviesa, tropezándose aquí y allá. Auxiliada por los esporádicos fogonazos de los rayos; y el condenado atrás, arrastrando torpemente su osamenta fatigada y profiriendo agudas voces como lamentos, como llorares salidos de lo más profundo, de ultratumba.
– ¡Tiuchaaaaaa!…¡Mi palabraaaaa!…¡Mi palabraaaa!.

Por fin, sacando fuerzas impensables, Teodolinda ha llegado a la iglesia del pueblo y con ansiedad golpea el pesado aldabón…
– ¡Padre!…¡Padre!…¡ábrame por favor!.

La puerta se ha abierto, dando paso al padre Melecio.
– ¿Qué ocurre, hijita?… ¿Qué pasa?…
– ¡Ayúdeme padrecito, el Donato me está persiguiendo!.
– ¡Entra hija mía, entra!… ¿Quién dices que te persigue?.
– ¡El Donato, padrecito, el Donato Apari!.
– ¡¿Cómo?!… ¡¿ Donato?!… ¿ Donato Apari?!.
– ¡Sí, padrecito, sí, cierre y asegure la puerta!.
– Pero… ¿Estás loca hija?… ¡El Donato está muerto!. Hoy se cumplen cinco días.
– Seguro padrecito… pero yo lo he visto con su mortaja…
– ¿Estás segura de lo que dices?.
– Sí, padrecito, sí, sí y ahora me está persiguiendo…
– No lo puedo creer… pero… ¿Por qué iría a buscarte?. Algo debe haber…
– ¡Creo que quiere que le devuelva su palabra, padre…
– Pero… te ha dado su palabra.
– Sí padrecito; me juró que nunca se separaría de mí, ni en la vida ni en la muerte… Por eso se habrá condenado…
– Entonces, hija tendrás que devolverle su palabra para que no siga penando…
– ¡Sí, padre! pero no quiero quedarme sola…
– No te preocupes hija –entretanto la puerta suena estrepitosamente por los golpes que le propina el condenado.
– ¡Tiucha, devuélveme mi palabra!… ¡Por favor!… – Es patética la voz gutural de súplica.
– En nombre de todos los santos, te invoco Donato Apari, a que nos digas lo que quieres…
– Padre, padre… me he condenado… He muerto y no pude entrar en la otra vida. Nuestro Señor me ha expulsado para cumplir mi palabra empeñada en la Tiucha o para que me la devuelva, si no, vagaré eternamente… ¡Por piedad, Tiucha!… ¡Devuélveme mi palabra!… ¡Tú ya no podrás vivir conmigo!…
– ¡¿Qué hago padre?… El pobre Donato está penando!.
– ¡Devuélvele su palabra, hija!…
– Sí, padre. Toma mi mano Donato…
– ¡Ayyyyy! –El grito ha sido tremendo. Teodolinda se ha desmayado porque el dolor ha sido espantoso. Al sacar la mano por la mirilla de la puerta, el condenado le seccionó un dedo de una dentellada y ahora lo llevará como señal de que le fue devuelta su palabra. Ante el estupor del sacerdote que pronuncia una oración, arrastrando sus pasos como si le pesaran, el condenado se retira emitiendo sonidos destemplados como de macabra alegría mientras los truenos arrecian y la noche se lo traga.

Conoce más cuentos y leyendas del Cerro de Pasco en la obra de César Pérez Arauco, disponible en Amazon.

1 comentario en “El Condenado”

  1. NELSON PEÑA DAVILA

    BUEN RELATO PROFESOR CESAR PEREZ ARAUJO, ESPERO MI COLEGA SE COMUNIQUE CON USTED, TENEMOS UNA PROPOSICION QUE HACERLE. SOBRE UNA PELICULA, Y ESTA ES UNA BUENISIMA HISTORIA…

    TODO POR QUE MI CIUDAD QUEDE BIEN ALTO.

    ATTE. NELSON PEÑA DAVILA

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este contenido está protegido.