La Navidad en el Cerro de Pasco antiguo

La Navidad en el Cerro de Pasco antiguo

Ha llegado la Navidad a la ciudad minera. Desde las primeras horas del día un surtidor de nieve ha cubierto de albura a la ciudad, como si el tiempo no quisiera excluirse del festejo. Con el transcurso de las horas, techos, antepechos de ventanas, alféizares, dinteles y montantes de puertas y  balaustres de balcones han ido blanqueándose. Los bordes de las ventanas cubiertos de nieve dejan tan sólo una abertura para tamizar la luz. Ante estas nieves copiosas, los viejos mineros estaban de plácemes. Derretidos los copos, bajarían en arrebatadas riadas convergiendo en los Ingenios –molienda de metales- dejando la amalgama de plata y mercurio en el fondo de los pozos después de haber arrastrado todo el barro que los cubrían.

Las calles cerreñas están vestidas de fiesta. Ríos de gente abrigada provista de gruesos zapatones ellos y botas hasta la pantorrilla, ellas, circulan apresuradas para converger en el centro. Van caminando sobre la nieve que cruje con un sonido especial que transcurrido el tiempo rememoramos con nostalgia. La subida de la Calle del Marqués fulgura con extrañas  luminosidades. Dos o tres faroles de artesanía asiática colgados a cada puerta le dan un encanto especial a esta vieja y linajuda calle cerreña. Aquí están aposentados chinos y japoneses que aún sin ser su fiesta, colaboran para que la nuestra -conmemoración de la cristiandad- sea más hermosa.

Los negocios de españoles, austriacos, croatas, italianos, franceses, ingleses, polacos -extranjeros residentes en la ciudad- están repletos de gente ávida de comprar lo necesario para celebrar el acontecimiento. Las principales bodegas de los españoles Vicente Vegas, Francisco “Paco” Gallo, Antonio Ruiz; de los italianos Vincenzo Amoretti, Alessio Sibille, Jacopo Cortelezzi, Orestes Concatto y Pietro Beloglio; de los franceses Leopoldo Martin, Francois Poncignon, Emile Sansarricq; de los ingleses Brown, Woolcoot, Wilson, Taylor; de los austriacos Nicolás Lale, Frano Raicovich  y Juan Kukurelo; de los catalanes Antonio Xammar, Lucas Moreti, y Hermanos Martorell; de los croatas Jorge Klococh, Nicol Vlásica, Franko Soko y decenas de extranjeros más.

Los campamentos mineros de Ayapoto, San Andrés, Noruega, Cureña,  Railway, Yanacancha y La Esperanza -radiantes de luminosidad- resplandecen alegres con los destellos de la nieve. Frente al campamento de la Esperanza, domicilio de don Delfín Castillo y doña Felicia Taylor, han erigido un nacimiento extraordinario; como ellos, todas las familias cerreñas han armado los suyos.

Hoy día todos recuerdan que: «Faltaban pocos días para la navidad del año 1223 cuando San Francisco de Asís regresaba de una peregrinación, agradecido por todo lo que había visto y oído y más convencido que nunca de hacer algo que rompiera el lujo y boato existentes en esa época en la iglesia, concibió una representación del nacimiento del Mesías, acorde con la vida y enseñanza de Jesús y solicitó permiso al Papa Honorio III, protector de las órdenes mendicantes, para celebrar aquella navidad de un modo especial, con un  Belén al aire libre. El permiso le fue concedido y la víspera del 25 de diciembre, una de las grutas de la aldea montañosa de Greccio, en Italia, se iluminó con las velas y antorchas de los campesinos que fueron a presenciar el acontecimiento. La historia señala que San Francisco dijo el sermón y leyó el Evangelio de la Misa de Gallo desde una especie de púlpito. A partir de entonces, en todo el mundo católico se levantan los nacimientos en conmemoración de la santa Epifanía».  Fueron en consecuencia, los miembros de la seráfica orden franciscana los que lo echaron a rodar la costumbre por el mundo cristiano. Al Perú llegó traído por los colonizadores con el nombre de Nacimiento o Belén. A nuestra ciudad arribó con los primeros mineros españoles.

El hogar de los yanquis no está exento de celebrar la Navidad. En lugar preferente de su sala han colocado un hermoso pino con guirnaldas brillantes, bombillos de luz eléctrica, listones, bolas luminosas, caramelos y sorpresas; debajo, en lustrosos envoltorios, los regalos familiares.

Ahora recordamos que delante de los resplandecidos escaparates, especialmente en la Mercantil de la «Compañía», rostros asombrados de inquietos ojos infantiles contemplan juguetes de ensueño. Carros de último modelo, exactas réplica de las marcas que vende «Gallo Hermanos»; muñecas de biscuit de rostros delicados y pelucas endrinas o rubias; juegos completos de té; fantásticas casas de muñecas; trenes eléctricos que atraviesan túneles y puentes con estridentes silbidos y controles a desnivel; soldados de plomo defendiendo de indios que atacan un fuerte del Far West; equipos completos de pieles rojas de plumajes colorinescos, armas y tiendas de cuero; disfraces de «Llanero Solitario» y Toro, del » Zorro» y el «Último mohicano»; pelotas de cuero y bates de béisbol; pistolas de cachas de nácar y cartucheras de cuero; espadas, corazas y dagas. Toda una gigantesca variedad de juguetes que con sólo mirarlos nos hacían soñar.

El nacimiento navideño brilla como la gloria. A los «chiuches» se nos pela los ojos de asombro al mirarlo. ¡Qué hermoso está el Retablo!. Sobre una arquería de quishuares de redondeadas hojas verdes y filo blanco han amarrado molles y retamas y chiracas y eucaliptos, cuyos cálidos aromas trascienden la estancia fiestera. Alternadamente, en cortados envases de lata, las semillas de trigo y cebada que se han sembrado y ahora forman atractivos haces verdes. Las rocas de cavernas trabajadas con papeles de cemento y pintadas simulando vetas impregnadas de piritas y cascajos y rosicler y pavonadas y deslumbrantes filones de sílice, ámbar, burcita, feldespato y obsidiana. El “Capillero” ha tenido el acierto de contratar al electricista Cristóbal que con extraordinaria habilidad ha colocado focos blancos y pintados en los más intrincados rincones de la caverna en el que se erige el pesebre.

Al centro del portal, sobre una rústica cama de madera cubierta de pajas, el Niño, hermoso y sonriente como un sol, abrigado con finos ropones de lana, tejidos por laboriosas manos cerreñas. ¡Debe estar abrigado! Flanqueado por el barbado José, el carpintero, su padre y María, cardadora de lana, su madre, un trío tradicional: la mula, el borriquito y el buey. Frente a Él, de rodillas, tres reyes de regias vestiduras, uno blanco y cano; otro rubio y joven; el tercero moreno tirando a negro; Melchor, Gaspar y Baltazar portando cada uno cofres conteniendo sus más preciados regalos. «Gaspar ofreciendo el oro, vestido con su túnica color  jacinto, simbolizando el matrimonio; Melchor entregando la mirra, llevando ropaje de distintos colores, en señal de penitencia; y Baltazar, el incienso, con un atuendo de color azafranado, que representa la virginidad».

 Han llegado de tan lejos siguiendo la estrella luminosa y, no obstante el cansancio que los agobia, sus ojos relampaguean de dicha y sus rostros trasuntan la felicidad de estar ante el Hijo de Dios. Por lo demás, entre sinfonía de relinchos y mugidos, grupos de jóvenes pastores con sus tiernos «shutis» al hombro y su séquito de ovejas y carneros de retorcidas astas, rinden su homenaje al Niño. Se ven también  vacas y pollinos y potros y cabras y llamas y vicuñas y alpacas, menos el chancho; la leyenda cuenta que cuando de plácemes todos los animales se aprestaban a concurrir a la adoración, él, ocioso, cochino y rezongón, se negó a asistir; desde entonces jamás pudo levantar la cabeza y nunca mirará al cielo. ¡Dios no lo quiere!.

Del arca maravillosa donde se guardan los juguetes del niño, el “Capillero” –mago de creación e inventiva- ha sacado aves de variadas plumaje que en grupos compactos se desplazan mayestáticos sobre un espejo que simula un transparente lago encantado: patos reales, cisnes majestuosos, robustos gansos, diminutos patillos detrás de mamá pata, flamencos de largas piernas, alcatraces, gaviota y lebreles y guacamayas y pingüinos y piwis. Aves de agua dulce y mar. ¿Por qué no?  ¿No es la noche de los milagros?

Rodeando el lago también una variopinta mudanza de pájaros de formas, tamaños y colores diferentes, envueltos en la magia de paz que reina en el Nacimiento; águilas, halcones, lechuzas, quetzales, papagayos, pitos, gacharrancas, gavilanes, cornejas, palomas, codornices, lechuzas, frailiscos. En una esquina, prodigio de inventiva, una mina con sus coches de transporte mineral y sus mineros. ¿Cómo podían estar ausentes estos prodigiosos buscadores de riquezas? ¡Qué hermoso está todo! Imbuidos de fe, los niños hemos dejado al lado de la cama nuestros mellados zapatitos vacíos de amor y esperanza. Siempre estuvieron vacíos.

Cercana la medianoche, una parvada de tiernos niños ataviados de pastorcillos, recorren pletóricos de entusiasmo las ateridas calles en una conmovedora rondalla bulliciosa.

¡Venid, pastores, venid,
venid a adorar,
al Rey de los Cielos
que ha nacido ya…!

En Navidad, ellos entonan alegres villancicos, tiernas y dulces tonadas cuya música retozona y letras ingenuas fueron inventadas por las sencillas gentes del pueblo, por los poetas de la villa; de allí su nombre: villancico. Nacido en pleno siglo XV, se constituyó en alijo de los conquistadores y trepó las aventureras carabelas que recalaron en nuestras costas. A su llegada tomó carta de ciudadanía en nuestro pueblo y se hizo cerreño. Tenía que ser así, porque labrado en el dulce idioma castellano, junto con los romances, las adivinanzas, las coplas y los cantares, pasó a pertenecer al pueblo minero también.

Corramos, corramos,
volemos allá;
que Dios niño y pobre,
nos acogerá.

De camino a la vieja iglesia de Chaupimarca donde alegrarán la Misa de Gallo, recalarán en los nacimientos familiares que hay en el trayecto. Ellos con sus multicolores birretes de lana, camisetas y chalecos y pantalones de bayeta y \»shucuyes\» pastores, cargan sobre sus tiernos pechos sus hondas iridiscentes, en tanto una de sus manos acompaña la danza con el acompasado sonido de una sonajas de chapas; uno de ellos –el mayorcito- conduce al grupo con un sonoro triángulo metálico.

Arre, borriquito,
vamos a Belén,
que mañana es fiesta,
pasado también.

Ellas, caritas encendidas de arrebol y de felicidad, con sus faldellines de colores, polkitas iluminadas de abalorios y la cata de castilla bordada sobre las espaldas, transportando un “quipecito” de paja para abrigar al niño. Llegados al nacimiento, las parejitas bailan de dos en dos, acercándose al niño y, sin perder el compás, se prosternan ante el Él.

En lecho de paja
desnudito está,
viendo a las estrellas,
a sus pies brillar.

Los pastorcillos son niños del pueblo, hijos de perforistas, carrilanos, enmaderadores, troleros, tareadores, perforistas, etc. Para la oportunidad han estado ensayando en una o varias casas de fieles celebrantes. Después de haber bailado cinco o seis rondas, rodeados de los circunstantes, beben calientes tazas de chocolate para seguir su peregrinaje a otro nacimiento.

Cercana la medianoche habrá un silencio expectante que sólo será roto –doce en punto- por el agudo silbido de los «pitos» de las minas, el ulular de la sirena de la Compañía de Bomberos, el bullicioso rebato de las campanas de iglesias y capillas; las bombardas y los cohetes sonoros. ¡Feliz Navidad! y los abrazos de amor y buena voluntad unirá a familiares y amigos.

Tras haber bebido el chocolate con bizcochos, pan de maíz y bizcochuelos, en una rondalla de felicidad, todos sin excepción, chicos y grandes, formarán parejas para adorar al Niño. Así, con la alegre música de Navidad continua, una tras otra, las parejas llegan ante el Salvador del Mundo y dejan sobre un platillo su óbolo navideño. Nadie se libra. Cuando todos han adorado, la música lugareña pletórica y alegre, animará el baile de los circunstantes que amanecerán llenos de alegría.

Pasados los años, lejanos en el tiempo y el espacio, evocamos con emoción muy grande aquellos instantes que todavía guardamos emocionados en un recodo del corazón. ¡Felicidades, hermanos! Desde este rincón de mi blog, agradeciéndoles por sus visitas y palabras cariñosas, les digo de todo corazón: ¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo! Que Dios los bendiga.

Foto: La histórica ciudad minera, toda de blanco, acurrucada de frío para recibir la Navidad de pasados años. Entera. Invicta. Todavía no habían abierto la monstruosa tumba del “Tajo Abierto”. Pasados los años, la recordamos así, íntegra y hermosa, evocando nuestros años infantiles. Rememorando aquellos tiempos saludamos a todos nuestros amigos del Perú y el extranjero que nos acompañan en nuestra página evocativa. Un abrazo especial para el doctor Efraín Herrera León, gran amigo y figura notable de nuestra tierra del que fue su Alcalde en muchas oportunidades. Deseamos para todos nuestros amigos mucha felicidad en Navidad y prosperidad en los años por venir. ¡Salud!

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2 comentarios en “La Navidad en el Cerro de Pasco antiguo”

  1. Aurelio Milla Trujillo

    Querido Maestro. Nos recuerda tal, retrata, nuestra infancia vivida, incomparable. Creo que ningún niño de mi Cerro de Pasco, se quedaban sin juguetes, ni dejaban de tomar el chocolate, esto, en los primeros años cincuenta, los de mi niñez. Estaban los de Auxilios Mutuos, Las monjitas de la Inmaculada, El Consejo Provincial, entre otras, las que se encargaban que ningún niño se quedara sin el regalo, la administración del Cine Grau, el día del nacimiento del Mesías, invitaba a una función gratis a todos los niños. La explotación de las minas, con todas sus dificultades o desigualdad, eran muchas mejores que en la actualidad, es que los obreros, se hacían respetar mediante sus sindicatos, En los últimos treinta años, se han sucedido gobernantes de mala maña, que solo hacen beneficiarse y aplastar cualquier organización reivindicativa.

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