La matanza de Cobriza

La matanza de Cobriza

La matanza de Cobriza. Desde niño había presenciado la pesadumbre de sus padres por los trágicos avatares de la mina: accidentes mortales, asonadas, huelgas, protestas. Pablo Inza Basilio había nacido en el Cerro de Pasco, la cuna de sus padres. Llegado a la juventud se presentó a filas para servir a la patria. Estuvo en el cuerpo de comandos por sus arriesgado accionar y su resistencia especial. Allí aprendió muchas cosas y adquirió un alto sentido de justicia y equidad. Los jefes lo llegaron a estimar y respetar. Cuando salió de filas volvió a su tierra y entró a trabajar en la compañía norteamericana donde fue empapándose de los problemas de sus hermanos de clase. Se hizo dirigente. Por su espíritu recto y decidido se ganó el aprecio y el respeto de los hombres de la mina. Pasados algún tiempo casó con Mery Luz Aranda Velásquez –su paisana- hermosa joven que le dio dos hijos a los que adoraba: José y Douglas.

En el ejercicio de su cargo en el Sindicato logró muchas medidas favorables para los obreros, pero también consiguió que sus jefes lo señalaran como conflictivo. Cuando quisieron deshacerse de él, no tuvieron ningún pretexto válido, y como no podían expulsarlo del trabajo por las implicancias que la medida tendría en el resto de obreros, decidieron enviarlo a la mina de Cobriza. Pensaron que allí atenuaría sus actitudes, pero no. Se hizo más contestatario. Respetado por su lealtad, honradez y espíritu de lucha sus compañeros lo designaron como Secretario General. Ahora está aquí, con su familia, presionado por el cariz que han tomado los problemas laborales en el centro del Perú. Hay una dura huelga general que ha paralizado al centro del país.

La noche del nueve de noviembre –la última de su vida- sin que hubiera un poderoso motivo para ello, fue asaltado por una nostalgia tremenda. Volvieron a tener fuerza en su mente aquellas experiencias que se guardan en un recodo del corazón. Recordaba –por ejemplo- que había sido muy feliz hasta que lo nombraron delegado de su sección ante el Sindicato de Obreros.

A partir de entonces su trabajo se había hecho ilimitado porque asambleas, comisiones, comparendos y demás actos administrativos, le absorbían sus horas constantemente. A su casa en el campamento de Ayapoto, apenas si llegaba pasada la medianoche. No obstante lo recargado de sus responsabilidades, debido a su juventud y su afición muy marcada, no pudo dejar de practicar el fútbol, su deporte favorito. Mientras esperaba que las horas transcurrieran, esas copiosas gotas de lluvia cayendo sobre el encalaminado, le hizo rememorar un emotivo partido definitorio en el Cerro de Pasco.

Allá, conformando el “Unión Esperanza” se había enfrentado al cuadro del “Jorge Chávez Fútbol Club” para ascender a Primera División. Ganador éste, lo invitaron a vestirse de rojo, emblemática camiseta del Chávez. Allí conformó la más sólida defensa de aquellos tiempos con “Matango” Ordoñez en el arco; David “Sangre Cansada” Cuyubamba; Raúl “Tractor” Dávila; él, Pablo Inza Basilio y Roberto “Chapla” Yalán Soto, como backs. Una defensa extraordinaria por su dureza y regularidad. En la media, Baldomero “Chalhua” Meza y Zósimo “Shusho” Limaylla. En la delantera: Eduardo “Pila” Robles; Roberto “Bío” Soto; César “Shisha” Pérez Arauco; Miguel “Pecas” Dávila y, Víctor “Shacsha” Curiñahui Vivar, en la delantera. ¡Qué equipo”!. ¡Qué partidos inolvidables!. Su desempeño en la Selección Mina también había sido espectacular. Sin embargo, todo fue efímero, aquel mismo año la Oficina de Relaciones Industriales le informaba que había sido cambiado para trabajar en Cobriza. Estando aquí se inició la huelga más dramática contra la compañía norteamericana Cerro de Pasco Corporation. Recordaba cómo, desde las primeras horas de la mañana del 26 de octubre de 1971, se habían establecido los piquetes de huelga. Por convenio entre los Trabajadores y la Empresa sólo quedaba funcionando, la planta encargada de suministrar el fluido eléctrico y los servicios de manutención higiénica.

Transcurridos los días en agobiante compás de espera, el 4 de noviembre los gringos deciden trasladar los carros hacia la zona alta desconociendo abiertamente el trato entre las partes. Los obreros protestan y se dirigen allá. Creen que es una abierta provocación. Se había acordado que ningún carro sería movido de su sitio. Al llegar a Parco, las puertas de malla metálica se hallan cerradas, resguardadas por diez policías de la Guardia Civil reforzada con personal de la Policía de Protección de Planta. Los trabajadores se dispersan buscando atajos por los cerros y minutos después, en número de cien aproximadamente, comienzan a ingresar en la vedada zona de Parco. El alférez Hermoza, jefe de la policía, ordena el repliegue del contingente y al aparecer el primer obrero ordena disparar bombas lacrimógenas y ráfagas de metralleta con fin de amedrentarlos. Los trabajadores no se acobardan e insisten en entrar. En la segunda arremetida, ráfagas de metralla hieren a Juan Ancasi que cae con el vientre perforado.

La masa obrera se arma de piedras, palos, tubos de metal y atravesando el humo asfixiante de las bombas lacrimógenas avanzan amenazantes. Erasmo Sánchez ha caído aparatosamente por un impacto de bala que le ha destrozado la rodilla. Víctor Arapa, recibe otro proyectil en el pie. En la refriega también cae el niño Jesús Contreras. Una bala le ha herido el vientre. Los trabajadores se indignan y avanzan furiosos. Los policías retroceden, trastabillan, están aterrorizados. Finalmente huyen. En su escape uno de ellos deja caer su metralleta. Un minero, licenciado del ejército, se adelanta y coge el arma del que conoce su mecanismo. Le asalta un conminatorio deseo de venganza al ver a sus compañeros heridos pero reflexiona y corre al borde de los cerros para descargar el arma disparando al suelo. La cacerina se vacía. Las mujeres indignadas han llegado al lugar y rodeando a los dirigentes extranjeros desarman al superintendente J. J. Ukos que ha comenzado a sangrar por las heridas de las pedradas y golpes que le han propinado. En ese estado lo bajan, maniatado, descalzo y sangrando. Los obreros creen que el gringo debe experimentar la aspereza de aquel suelo minero.

En Cobriza y restantes campamentos de la Cerro de Pasco Corporation campea el hambre. Las mujeres de los obreros con mucha abnegación mantienen la vigencia de la olla común. Mal que bien están pasando los días.

El 5 de noviembre, con el fin de encontrar solución al problema, el geólogo holandés Daniel Bronkhorst y el Jefe de Relaciones Industriales, el peruano Guillermo Shoot, acuden a reunirse con los trabajadores. El primero, visiblemente furioso, intenta agredir a los trabajadores. Hay un breve forcejeo pero finalmente es neutralizado. Conducidos por la masa trabajadora son llevados Ukos, Bronkhorst y Shoot al Sindicato en calidad de rehenes. En ese momento conducen en una ambulancia al hospital de Cobriza a los obreros heridos: Ancasi, Arapa, Sánchez y al niño Jesús Contreras. Al verlo herido también se decide trasladar, a John Ukos. Son más de las seis de la tarde cuando llegan al local del Sindicato. Pablo Inza convoca a una Asamblea de emergencia. Su preocupación es: ¿Qué medida debe adoptarse con Bronkhorst, Shoot Ukos? ¿Qué debe hacerse con la metralleta abandonada por el policía y con el revólver de Ukos que tienen en su poder? Se teme por la vida de Ancasi, de Arapa, de Sánchez y del niño Jesús Contreras. Están muy delicados.

Al tomar conocimiento de los hechos, las primeras horas de la mañana del 6 de noviembre, la Federación destaca a un grupo de dirigentes con instrucciones precisas para buscar solución al problema. Llegan a Cobriza a las 4 de la tarde y sostienen una reunión de emergencia con los dirigentes del Sindicato. Tras escuchar los informes proponen la inmediata liberación de los rehenes y la devolución de las armas: una pistola requisada a Ukos y la metralleta abandonada por un policía. La actitud que habían tomado hasta entonces en nada favorecía al movimiento general.

Entre tanto, el 8 de noviembre, los trabajadores del Cerro de Pasco deciden adoptar medidas más radicales ante la indefinida postergación de sus reclamos y la ineficacia de las conversaciones con los representantes de la Empresa y las autoridades del Gobierno. Creen que sus acciones deben ser más enérgicas porque el Gobierno no hace nada para solucionar el problema laboral. Acuerdan tomar como rehenes al Superintendente y Segundo Superintendente hasta que se planteen soluciones concretas a los puntos contenidos en el Pliego de Reclamos. La decidida actitud de los mineros desencadena un violento enfrentamiento con las fuerzas del orden. Se combate en las calles y la represión policíaca es brutal. Impide la captura de los dos funcionarios. Los diarios de Lima afirmarían: «Durante el enfrentamiento de los obreros con la policía, hubo trágicos excesos, muchos heridos y con las instalaciones norteamericanas violentadas. Después del enfrentamiento el Cerro de Pasco tenía la apariencia de una ciudad totalmente convulsionada por la guerra».

El 9 de noviembre, al ver la dureza de la lucha sindical, el Gobierno suspende las garantías individuales en los departamentos de Pasco, Huancavelica, Junín, y la provincia de Huarochirí. El mismo día, en horas de la noche, el Ministro del Interior, General Pedro Richter Prada cita a su despacho a los delegados de los 17 Sindicatos que conforman la Comisión del Pliego de Reclamos. Ese día se agudiza la represión contra los trabajadores mineros de todos los campamentos de la Cerro de Pasco Corporation y de los dirigentes que se encuentran en Lima. Coincidentemente, aquella tarde llega al campamento de Cobriza una delegación de campesinos de las comunidades cercanas acompañados de sus mujeres e hijos para entregar al Sindicato 40 sacos de papas en muestra de apoyo y solidaridad. Los obreros los invitan a pasar la noche en el campamento. Son alojados, con sus mujeres e hijos, en el local del Sindicato. Al día siguiente retornarían a sus pueblos. Jamás pensaron que era la última noche de sus vidas.

El Comité de Damas mantenía la olla común que ya se estaba debilitando. Ese mismo martes, las bases hacían los preparativos para la Marcha de Sacrificio a Lima y tomaban una serie de medidas para mantener elevada la moral y evitar cualquier acto de provocación. Para relajar la tensión que provocaba la presencia de los Sinchis, realizan encuentros deportivos y actividades recreativas. En Cobriza se desconocía la suspensión de garantías decretada por el Gobierno el día nueve. Los obreros pensaban, inocentemente, que al día siguiente se daría una solución equitativa a su Pliego de Reclamos. ¿No decía el general Velasco, con ripiosa y ronca voz, que su gobierno lucharía por la felicidad de todos los peruanos. ¿Y….?. ¿Los mineros que ganaban una miseria y estaban expuestos a mil peligros, no eran peruanos?. Algunos mineros creían cándidamente en aquello de ¡Causachum Revolución!. ¡El rico no comerá más de tu pobreza!. Y todas las estupideces que habían inventado los golpistas.

Avanzaba el miércoles y, cuatro horas después -a las seis- se efectuaría la entrega de los rehenes y la devolución de las armas. Entre tanto, era preciso ignorar la enervante presencia de los Sinchis. Como todos los días, en la bocamina, en la concentradora, en los talleres y depósitos, están presentes los piquetes de huelga y frente a ellos, amenazantes, están los “Sinchis” y miembros de la policía particular de la Planta Protección. Arriba, en Parco, prosiguen las labores de las oficinas administrativas y en la Utah Construction, cuyos obreros realizaban trabajos en las instalaciones y viviendas de los funcionarios de la Empresa. Los burócratas de más alta jerarquía se hallaban en sus residencias o en el Staff.

El Comandante Góngora había instalado la jefatura policial en Parco. Desde ahí tenía una visión panorámica del campamento. Cobriza parecía hallarse en calma y Bronkhorst y Shoot, los rehenes -según le habían informado al Comandante- se hallaban en perfectas condiciones. En esos momentos los campesinos se disponían a marchar de regreso a sus comunidades. Habían pasado el día aprovisionándose prometiendo una nueva colaboración a los obreros. Terminaban de hacer sus “quipes”, llevando velas, pan, atún, galletas, sulfas, analgésicos, coca y cañazo. Al recibir la invitación de los obreros, aceptaron pasar la noche en el local del Sindicato de Cobriza.

El miércoles 10 de noviembre se cumplía el décimo sexto día de huelga, pero dos días antes -lunes ocho- habían llegado doscientos «Sinchis», cuerpo de policía especializada en lucha antisubversiva. Llegaban a reforzar la seguridad de la compañía norteamericana. Su presencia ponía una nota de intranquilidad en todo el campamento. Pablo Inza los conocía, sabía cómo actuaban; recordaba cómo, el dos de mayo de 1960, en una sangrienta carga de caballería contra campesinos desarmados, habían arrasado con todo en los campos de Rancas. La salvaje arremetida dejó decenas de heridos sangrantes y tres muertos. En marzo de 1962 hicieron lo mismo en Uchumarca Pacoyán y Chinche. Esta vez mataron a seis campesinos, dejando muchísimos heridos más. Recordaba también que en junio de 1969, habían dejado más de veinte muertos y centenares de heridos en los campos de Huanta. Todavía le dolía escuchar aquella canción huantina que muchos en el Perú entonaban con rencoroso encono: “Flor de Retama”:

Vengan todos a ver, ¡Ay! vamos a ver…
En la plazuela de Huanta.
Amarillito Flor de Retama,
amarillito, amarillando,
Flor de Retama.

Donde la sangre del pueblo,
ay, se derrama…
allí mismito florece,
amarillito, amarillando, Flor de Retama.

Por Cinco Esquinas están,
los Sinchis entrando están.
Van a matar estudiantes
huantinos de corazón,
amarillito, amarillando Flor de Retama.
Van a matar campesinos
Huantinos de corazón,
amarillito, amarillando, Flor de Retama.

Los ojos del pueblo tienen
hermosos sueños
sueñan el trigo en las eras,
el viento en las praderas
y en cada niño una estrella.

La sangre del pueblo tiene
rico perfume.
Huele a jazmines, violetas,
geranios y margaritas,
a pólvora y dinamita,
Carajo, a pólvora y dinamita.
¡Carajo!

Los veía avanzar como las hordas nazis de la Segunda Guerra Mundial, soberbios, avasallantes, con esa ciega disciplina que meten en sus cabezas después de lavarles el cerebro: ¡Ellos son los salvadores y por tanto hay que exterminar a los enemigos del régimen nacional!. ¡Los “Sinchis” no se casan con nadie! Todavía llevaban los cascos que el comando francés había implantado en nuestro ejército con un sol radiante en el frente y su barbijo que le aseguraba a la cabeza. Ropas abrigadoras de largos gabanes asegurados con fornituras de cuero y lona donde colgaban la bayoneta que en muchas partes se tiñó de sangre, la máscara anti gases y el infaltable morral con bombas lacrimógenas para expandirlas por doquier. Como si sus conciencias pudieran acusarles después, escondían sus rostros en pasamontañas negras. Eso les aseguraba la impunidad. Sus víctimas jamás los reconocerían.

Traían una consigna clara y terminante que el comandante Góngora se encargó de hacerles conocer: “¡La patria peligra en este momento y necesita de nuestra más enérgica acción. Ahora que la dignidad y la decencia se han instalado en nuestra patria con el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, se ha formado un despreciable grupo de reaccionarios que con en pretexto de reclamar reivindicaciones laborales están soliviantando a toda la indiada. Aquí en Cobriza se ha refugiado uno de sus más peligrosos cabecillas que está comandando las acciones contrarrevolucionarias. Pablo Inza Basilio se llama esta sabandija. Para que se den cuenta de lo matrero que es, en su poder tiene una ametralladora cargada que han arrebatado a un policía y un revólver que han quitado a uno de los gringos. Como comprenderán, esto lo hace muy peligroso. Hasta hace poco estuvo en el Cerro de Pasco pero, por realizar actos de sabotaje lo cambiaron a Cobriza en la idea que dejaría de hacer pendejadas, pero el maldito ha seguido con sus maniobras y sus mañas. Hay que aplastarlo como a un gusano, carajo. ¡Para eso estamos aquí! No vamos a ser tan cojudos de detenerlo para mandarlo al Sepa, al Frontón u otro presidio. No. De esos lugares salen con más mañas y con más ganas de joder. Hay que mandarlo a la mierda definitivamente. Hay que acabar con este maldito. ¡Hay que matarlo, carajo!. Tal vez ninguno de los que está aquí lo conoce. Es el Secretario General del Sindicato de Trabajadores de Cobriza. Ya nos ingeniaremos para agarrarlo, pero, ya saben: “Matarili con ese huevón!”.

Estaba condenado a morir. Las horas de vida de Pablo Inza Basilio habían comenzado su conteo final.

Son las 5 y 10 minutos de aquel aciago 10 de noviembre de 1971. Han comenzado a llegar al Sindicato los mineros de bases para la Asamblea. La lluvia es terrible. Noviembre es un mes lluvioso en toda la sierra. Cobriza no es la excepción. Al entrar en el local sacuden el barro de sus botas, secan la superficie de sus cascos y sobretodos, y hablan en voz alta, casi a gritos, para escucharse mutuamente. El ruido de la lluvia sobre el encalaminado no les permite oír bien. Sin contar a los dirigentes, ni al piquete de huelga, ni a los comuneros, hay alrededor de 100 obreros. Están seguros que para las seis el local estará repleto. Los truenos arrecian por Pampacoris y Maywavilca. En Parco, los “Sinchis” se disfrazan de trabajadores de la Utah Construction; se ponen los cascos, las botas, los sobretodos de jebe porque tienen que enfrentarse a una verdadera tormenta y debajo, sendas ametralladoras alimentadas de balas.

Los comuneros que el día anterior habían llegado por la ruta de Matibamba se acomodan en el fondo del local para pasar la noche. Siendo las cinco y quince Pablo Inza intercambia puntos de vista con los otros dirigentes y, por unanimidad, acuerdan proponer a la Asamblea, la entrega de los rehenes y la devolución de la metralleta y la pistola que, bajo llave y sin cacerina, se encuentra guardada en uno de los estantes. Bronkhorst y Shoot, los rehenes se mantienen aparte. Minutos antes, Bronkhorst había solicitado comunicarse, con sus familiares en Parco. Los dirigentes habían accedido. Más tarde -presos en el Sepa- los obreros recordarían que Bronkhorst hablaba en inglés en sus conversaciones telefónicas. «¡¡Que huevones, carajo –dijeron al recordar- en nuestras propias narices el gringo pasaba toda la información». Cerca de las 5 de la tarde ven al ómnibus Huancayo-Tayacaja bajando por el cerro San Juan. ¡Está bajando el Volvo con los de la Utah Construcción! – informa un obrero que está junto a la ventana. Nadie se imagina que aquella demora tiene su explicación trágica. Un rato después notan que aquellos obreros cubiertos con capotes mineros se han ubicado frente a la puerta del Sindicato.

Nadie podía asociar esa maniobra con algo fatal. No obstante la lluvia inacabable, oyeron el timbre del teléfono que está ubicado a la puerta del local sindical. Uno de los hombres contesta y de inmediato grita: “!Pablo, es para ti. Urgente!”. Nadie nota las miradas de inteligencia que intercambian los “Sinchis”. Pablo Inza Basilio ha salido rápidamente a contestar pero, inexplicablemente, nadie responde al otro lado de la línea. “¡Alo, …aló….aló”!!!, insiste Pablo y nadie contesta. Con cólera presiona y golpea el audífono. Intrigado por el silencio levanta la cara y ve sorprendido que los hombres que están frente, a la puerta, dejan caer sus capotes y ponen al descubierto el brillo de sus ametralladoras. En un instante comprende lo que eso significa. Lo primero que quiere hacer es avisar a sus compañeros para que huyan, que escapen, porque claramente se ve que aquellos mal nacidos han venido a acabar con ellos. No tiene tiempo. Las ráfagas vomitando fuego con furia incalificable se ceban con su cuerpo. Todas las ametralladoras disparan al mismo tiempo. Quiere gritarles, mentándole a sus madres, pero no puede; sus dientes están destrozados y se les cae con un vomito de sangre incontenible. Un acre sabor a hierro fundido invade su boca que ya no es sino una imparable surtidora de sangre. Parece un pelele al que están clavando en la pared con las balas que como clavos lo mantienen en pie destrozándolo completamente.

Las ráfagas perforan el torso, los brazos, el vientre, la cabeza, las piernas, todo… No queda ni una mínima parte de su cuerpo que no esté acribillado de balas. Tiene que pasar buen rato para que las cacerinas se descarguen. Cuando su cuerpo cae relleno de balas, ya no es un ser humano. Es un monstruoso cuerpo relleno de plomo. A esos extremos llegan los tristemente célebres “Sinchis”. Inmediatamente con una insania incalificable proceden a vejar el cuerpo de Pablo Inza. Lo golpean, lo escupen y llenan de improperios, como si estuviera vivo, hasta que se cansan. Cuando cuatro hombres quisieron levantar el cuerpo, no lo consiguieron. Está tan cocido de plomo que fue necesario la fuerza de ocho hombres fornidos. Así, saturado de balas, trasladaron aquel cuerpo al que ni su madre lo habría reconocido y, en una fosa abierta a la ligera, lo tiraron con un humillante desprecio, sin un acto de piedad, sin la caridad de un ataúd, en el cementerio de Pampas. Los “héroes” quedan satisfechos con la labor cumplida. ¡Asesinos!. Esta vez, como muchas otras, había caído un cerreño luchador, víctima de las balas fratricidas.

Más tarde, mediante el alarde que hacen los •valientes” cuando se enfrentan a hombres desarmados, en el informe policial relataban: “Cuando el estallido de la tormenta era inminente, el comandante Góngora conferenció con los oficiales subalternos para exponerles el plan que había estado madurando y, sin dificultad de ninguna clase, respondió a las dudas y objeciones. Los rehenes estarían en un lugar seguro que señaló en el croquis del local sindical, y se designó enseguida a los Sinchis encargados del rescate, y otro grupo de veinte para disparar contra el Secretario General. Había que tirar al centro y hacia el fondo del encalaminado. Era necesario escarmentar. ¡Al cabecilla me lo crucifican, carajo!. Ya saben, dijo. Se imponía un castigo memorable para que no vuelvan a joder. Por eso, apenas el contingente disfrazado de obreros de la Utah rodease el Sindicato, debería abrir fuego contra el hombre que en esos momentos estaría hablando por teléfono. Los encargados de ejecutar el plan observaron el croquis, se informaron por el número aproximado de trabajadores, el lugar donde tenían guardados las armas sin cacerinas, la hora de inicio de la Asamblea, y otros detalles de rutina.

El Comandante Góngora consultó su reloj: era las 5 de la tarde. Fijó para las 5 y 20 el inicio de la operación. ¿Cómo se llamaba el indio de mierda al que había que matar? Ese indio se llama, Pablo Inza Basilio, Secretario General del Sindicato que a las 5 y 20 estará hablando por teléfono por última vez en su perra vida”. La carnicería no sólo estaba dirigida a él. Los otros “Sinchis” procedieron a disparar matando a muchísimos otros obreros, sus mujeres e hijos que estaban en el interior. Entre ellos Eusebio Quirós, Procopio Villantoy y decenas de caritativos campesinos que pernoctaban en el Sindicato. Fue una carnicería salvaje. Después, antes que el humo se disipara, realizaron la “Operación limpieza”. Cargaron con los cadáveres en camiones de la compañía y los arrojaron al río.

Lo que ocurrió aquella vez, fue salvaje. Nos exime de mayores comentarios los testimonios que a continuación revelamos:

Testimonio de Mery Luz Aranda Velásquez – Viuda de Pablo Inza Basilio

“Yo me atreví a ir al Sindicato en momentos en que las balas reventaban como cancha. Ahí me di cuenta que éramos varios los que queríamos ir, pero un montón de policías nos atajaron en la Concentradora. Con perdón de ustedes, voy a decir lo que nos dijeron: “¡Carajo, cholas de mierda, concha sus madres, se van a ir a su casa! ¡¿Qué diablos quieren acá”?!. A los hombres los tomaron presos y a las mujeres nos tiraron culatazos a donde llega, llega. Yo clamaba, gritaba de mi esposo que desde temprano estaba en reunión de Junta Directiva. Las balas nos sorprendió a todos.

Primero salían del carro de los de Utah y allí se sumaron otros carros, entre ellos el camión de un tal González En total ya eran cuatro las camionadas de policías que parecían candeleros encendidos. La balacera empezó a las 5:20 de la tarde y con amenaza de vida y muerte nadie podía echar de menos a los trabajadores del Sindicato. La balacera terminó a las 8:30 de la noche; recién a esa hora es que he podido preguntar, pero nadie sabía nada. Fui a hablar por teléfono con el hospital para saber de mi esposo, dónde está, o qué es lo que había pasado. Pero la policía me cortó y me dijo: “Hoy no se da aviso a nadie, mañana averiguarás por todo”. Me quitó el teléfono y lo golpeó con cólera. En ese momento yo no he sabido qué hacer ni a dónde ir. Estaba desesperada, como loca.

Amanecí llorando. A las seis de la mañana, yo me fui pues; me he ido al hospital y les dije: “Por favor señores avísenme dónde ha ido mi esposo, dónde lo han despachado”. La policía me contestó: “Su esposo ha ido donde el Presidente que lo necesita”. -¿Dónde el Presidente?- Sí, sí. Él ha ido a Lima, señora. No ha habido nada.

Pero, ese mismo instante busqué al doctor y le dije que por favor me avise dónde está mi esposo. Dígame usted doctor, se lo ruego. Señora, el estado de él es grave, está en Chulec, con suero y con sangre.

Ya era el día jueves. En el hospital le rogué al empleado para que me haga el favor de llamar por radio a mis padres que se encontraban en el Cerro de Pasco a fin de que averigüen de mi esposo en Chulec y en La Oroya, ya que nada sé de él. Ni obreros había para preguntar. Todos estaban detenidos o perseguidos. Ahí es que yo, preocupada, intranquila, a las cinco de la tarde compré periódico con la esperanza de que hubiera salido algo, pero no salió nada.

Con mi periódico, volviéndolo a mirar, pueda ser que se me ha pasado, estando sentada cerca de la ventana, empezó una lluvia fuerte, en eso llegaron en pick up rojo como 18 a 20 policías. Me tocaron la puerta: ¿Usted es la esposa de Pablo Inza? Sí, les dije. Yo no quiero llantos, yo no quiero lágrimas, usted tiene que entregarme en este momento, su fólder, y documentos de su esposo. Entonces yo le digo, ¿Documentos?, yo no tengo ningún papel acá, usted puede ver en el Sindicato, ahí lo ha tenido él todo. ¡Ah!… Ahí lo ha tenido… Entonces siéntese usted aquí. Me ordenaron que me sentara en la sala y que me cuidaran dos policías. Mis hijitos, José y Douglas, estaban comiendo en la mesa.

La mitad de policías se metió al dormitorio de mis hijitos, la otra mitad, en mi dormitorio. Rebuscaron, registraron todo y, no encontraron nada. Hasta me cortaron la almohada, los almohadones, sacudieron y botaron todo al suelo. Rompieron todavía el cajón de la máquina que estaba con llave. No encontraron ningún papel, sólo un disco de la Marcha de Sacrificio de Cobriza a Oroya. Se lo llevaron junto con el diploma de Sargento del Ejército de mi esposo y una insignia con el que iba a trabajar a la Empresa. En ese momento yo me di cuenta de la maleta. Cuando se fueron la maleta estaba como si no la hubieran tocado; cuando eché de menos, ya no había la plata, ya no habían los cinco mil soles, yo no había mi reloj ni el de mi esposo. Yo clamaba, gritaba, pero no podía ir a reclamar. Ya era avanzada la noche y estaba prohibido.

Al día siguiente, dije: ahora qué voy a hacer, ya es viernes, tengo que ir al Sindicato, aunque me maten, aunque me hagan cualquier cosa. Ellos tienen que avisarme dónde ha ido mi esposo. Ya me estaba acercando al Sindicato y en ese momento venían varias señoras. Me dijeron, vamos, señora, acá arriba está el Prefecto de Huancavelica. Por favor, yo vengo a preguntar de mi esposo, le dije. Cómo se llama su esposo, me dice. Pablo Inza Basilio. ¡Ah!, el Secretario General. Lo siento mucho, señora. Su esposo ya está enterrado en Pampas desde hace unos tres días.

Ahí es donde he dado un grito y he quedado desmayada.

Me habían llevado al hospital. A eso de las doce del día, el señor que habla por la radio me dijo, señora, el Prefecto y el Capitán quieren hablar con usted. El Prefecto me dijo, usted ¿De dónde es?. Yo soy del Cerro de Pasco. ¡Ah!, entonces se le va a dar mensualidad, se le va a dar carro, todo, para que se vaya a su destino, para que así dentro de un mes, pueda ver el cadáver de su esposo. ¡Yo no desocupo hasta que me entreguen el cadáver de mi esposo!.-grité- ¡Que me den primeramente su cadáver para yo irme. Quiero verlo. Una vez que me entreguen, yo me voy. Él ha tenido 32 años. Si hubiera sido un inválido, si hubiera sido un anciano, yo dijera ya su vida ha pasado, ha llegado su fin. Pero él ha sido un hombre joven!. En ese momento, el señor prefecto me ha dicho y me ha ofrecido: dentro de un mes usted va a volver acá, señora, después se le va a dar el cadáver de su esposo. La Empresa va a hacer todo el gasto y usted va a llevar a su esposo al Cerro de Pasco.

Yo, creída, dentro de un mes he vuelto a Cobriza, pero yo no encontré a nadie, ni al Prefecto ni al Capitán. Me dijeron la autoridad de Pampas tiene que ver con esta situación, nosotros no sabemos nada. He ido a Pampas a hacer todos los trámites, he comprado muchos papeles del banco, otros gastos, he puesto un escrito donde el Juez Instructor de Pampas, pero le Juez no quiere saber nada, no nos deja pasar a su despacho, solo su secretaria le dice: ha venido la señora que quiere hablar con usted. ¡Yo no tengo que ver nada!, responde el juez. Donde el escribano también he puesto un escrito, para que me entregue la ropa de mi esposo. Ni la ropa consigo. Me dijeron, la ropa la hemos puesto en el cajón. Ha tenido un sombrero. Ni le sombrero consigo, ni un esto, ni un trapo de mi esposo, para reconocer si está muerto o no está muerto. No hay cuándo me den nada. Si verdaderamente el es muerto, lo que quiero es el traslado de mi esposo al Cerro de Pasco, que es mi tierra y, de mi esposo.

Dudo de la muerte de mi esposo, porque no he visto ni el entierro, no he visto nada, francamente estoy agotada de tanto preguntar. Solo sé que ha salido de mi casa a la una de la tarde, y hasta hoy día no sé nada.

Como los gastos seguían y seguían, la doctora de Pampas me dijo, señora, aquí el encargado de la Empresa es, César Monges; con él hable usted y que le pague todo el gasto que usted ha hecho. Fui a la casa del señor Monges, y no lo encontré; sólo estaba su hijo que no ha tenido ninguna consideración. A mí y a mi mamá, nos amenazó con agarrarnos a patadas. De ahí, yo me fui al puesto. El Alférez me dijo, ¿Usted es la viuda de Inza?. Sí, soy yo, estoy haciendo los trámites para llevar a mi esposo al Cerro de Pasco. Su esposo no va a salir, porque el Ministro del Interior ha pasado un oficio ordenando que el cadáver de no debe salir trasladado a Cobriza. Si usted trae un oficio del Ministro del Interior, entonces si es cosa conforme.

He tenido que viajar a Lima. Fui donde el señor Espinoza, de la CGTP. Él me dijo igual que el señor Baquerizo: Se le va a hacer ayuda de todos modos para que se le pague su indemnización. Eso fue, los primeros días de diciembre. Ahora que he vuelto, he preguntado: Señor Espinoza, yo vengo a saber acá lo que usted me ha prometido, si va a ser cierto o mentira, vengo a saber. Yo señora, no estoy al lado del Presidente para decirle nada, ni para yo hablar lo mínimo. A ver pues, usted misma vaya a preguntar, a ver si la atienden, a ver si la ven.

Cuando he regresado a Pampas y le he preguntado a la doctora, como van mis papeles, me dijo, estamos avanzando señora, tenga un poco de paciencia. Los días están pasando doctora, todos son gastos nomás, ¿Cómo voy a mantener a mis hijos?. Que le dé trabajo la Empresa, señora, ellos tienen la obligación. Es cuando, haciendo modos posibles, he viajado otra vez, y he preguntado allá en Cobriza. ¡¡¡Usted puede poner juicio señora!!!. Así me dijo el que está en Relaciones. Yo le pedí el favor de darme un campamento, voy andando de aquí para allá con mis cuatro hijos, no tengo casa. En Cerro de Pasco, le van a prestar un campamento, me dijo, y le van a dar trabajo.

Ahora, al señor Gagliardi, de Cerro de Pasco, le dije por favor, vengo a saber esta situación: ustedes ¿me van a dar trabajo y me van a dar campamento?, quiero saber esto. Señora, yo creo que usted debe olvidarse de la Empresa, porque no hay vacante.

Nuevamente he regresado a Pampas, ahí la doctora me dijo, busque usted movilidad para que busque a su esposo. Por fin, dije, voy a saber la verdad: si es muerto mi esposo, siquiera podré tocar su cadáver y lo llevaré a nuestra tierra. Aunque ha pasado mucho tiempo, reconoceré su manera de cerrar sus ojos, su modo de cruzar las manos. Si es muerto, al fin lo lloraré para que descanse tranquilo. Ahí fue que se apareció el señor Monges. Todo era para decirme, vamos a hablar, con la doctora. ¿De qué vamos a hablar?, le dije. Sin contestarme se puso a leer de un libro.

Cuando la doctora habló, su voz ya era de otro modo, y su cara igualita al del señor Monges, al señor Prefecto, al Capitán, al alférez, al señor Espinoza, al señor Boquerizo. ¡Todo igualito nomás! Mi cuerpo se enfrió, mi corazón dejó de sonar. ¡Ah!, señora, si hubieran embalsamado a su esposa usted lo hubiera recogido desde las 36 horas de su entierro.

¡¿Qué quiere decir…?!

Quiere decir señora, que preparan al difunto para que no apeste. Ahora, ya él se está pudriendo.

Donde yo estoy allí, ahí me quedé paralizada, atravesada por un puñal. Yo no podía pensar, no podía creer que mi esposo, Pablo Inza Basilio, de 32 años, estuviera muerto… No pude aguantar, no pude atajar las lágrimas. No importa, dije, no importa. En ese momento sentí que el mundo se me venía encima.

Pero, por ley, tendrá usted que volver dentro de dos años. Para entonces, ya habrá terminado de podrirse. Eso es lo que me dijeron”

Testimonio de la esposa del obrero Juan Ancasi, herido de bala el 5 de noviembre

Empezaron a llevarse todas las máquinas. Los trabajadores de Utah decían: ¿Qué es eso que están llevándose? Y allí mismo vimos con nuestros propios ojos que la Empresa estaba acarreando las máquinas. En el Sindicato, tranquilamente los obreros jugaban sin sospechar. Pero, al darse cuenta, todos quisieron acercarse al lugar de los señores de la empresa.

Por un acuerdo del Sindicato salió una comisión para hablar con ellos. Los guardias de la Empresa no querían darles paso. Desde entonces, un poco más allá comenzaron a dispararles. Tres obreros, cada uno herido de bala, entre ellos mi esposo Juan Ancasi, cayeron al suelo como quien va a morir. Desde lejos yo les he visto y desesperada he corrido, sin saber cómo ni por dónde llegar más rápido, mientras que sus compañeros de trabajo enojándose, gritándose unos a otros, hacia los heridos corrieron como yo sin tener miedo a las balas.

A mi esposo y a los demás heridos, los llevaron al hospital. Seis de la tarde, un poco más, un poco menos, todos nos trasladamos a Utah donde pasamos la noche hasta el amanecer. Yo, con todos mis hijitos (cuatro son míos y cinco con mi entenado) esperando como una sonsa. Los señores de la Empresa, diciéndome señora, vamos a darle movilidad, no se preocupe, a su esposo van a atenderlo bien en el hospital. Van a operarle para sacar la bala. Rapidito se va a sanar, como siempre continuará trabajando. Otras cosas más decían que yo no escuchaba porque a mi esposo cuanto antes quería ver. De tus hijos que estudian en Huancavelica, de qué te vas a preocupar si ahora mismo te vamos a dar certificado de estudio de fin de año. Le dije que como pues en noviembre, me estás engañando. No te preocupes por eso, nosotros podemos.

Espera y espera, amontonada con mis hijos, pidiendo movilidad para ver a mi esposo. Todo en vano. Más bien corrió la noticia de que habían suspendido garantías. Yo pidiendo movilidad, ellos engañándome con ofrecimientos: no se preocupe señora, mañana vamos a darle movilidad.

Así pasaron cuatro, cinco días.

Cuando la tarde del miércoles como granizo llegó la bala para matar a los trabajadores. Más que nunca, me quedé sola.

A Pablo Inza lo ametrallaron en momentos en que se encontraba contestando el teléfono de su oficina. Como cernidor estaba su cuerpo por la cantidad de balas que habían entrado en su cuerpo. No sólo eso, lo policía arrastró su cadáver hacia Parco y haciendo de cuenta que el muerto está vivo, se atrevieron a pisarle a insultarle: ¡esto es lo que quieres indio ‘e mierda! ¡Esto es el aumento! ¡Toma, toma, toma! le pisoteaban su cara; todavía más, le hicieron más huecos a balazos, pisándole y volviéndolo a pisar, mientras le seguían insultando y amenazando como si Pablo Inza tuviera oídos para oír. Eso que estaba tirado en el suelo ya no era Pablo Inza Basilio. Era un montón de carne rellena de balas, como si fuera una res que hubiera rodado a un abismo. No tenían piedad. Ni un poco de lástima. Nada….

No sabiendo que sentir ni qué hacer, las mujeres nos metimos a nuestras casas. Ellos, toda la noche, de casa en casa, pateando las puertas, maltratando a los niños, abusando de las mujeres, robando destrozando; nosotros, con odio, con vergüenza, con los ojos secos de tanto llorar.

Hasta la luz fue cortada por la Empresa, de modo que nosotros no hemos podido ver en qué carros fueron recogidos los muertos y arrojados al Mantaro. Las huellas de cadáveres arrastrados desde la puerta del Sindicato hasta el lugar donde estacionan los carros, a los cuatro días hemos podido ver. Manchada por la sangre de heridos y difuntos estaba toda la zona. Cuando me escapaba, por el agujero del local sindical, he podido ver cómo fue eso: el azúcar, las papas, los víveres, empapados por la sangre de los campesinos. Como gelatina espesa he visto al rojo vivo, al rojo oscuro, charcos de sangre que se habían vaciado de los cuerpos de Pablo Inza, del obrero Pablo Soto, de otros más que no conozco sus nombres.

Ahora del campamento nos arrojaban. Tres días de plazo para abandonarlo totalmente. Para eso, sí, que rapidito aparecieron los carros. Claro pues, qué se iban a ocupar de mí, que se iban a ocupar de mi esposo herido, si acá habían matado sin corazón a tanta gente.

Mientras nos trasladaban, ¡Jódanse pues!, repetían los guardias y seguían rebuscando nuestro dinero. En mi caso, con lo mejor de mi esposo: con su reloj se quedaron.

De a pocos, por el camino nos fueron dejando. Desde aquí ya se puede ir a su tierra, decían. A mi también y mis hijos nos dejaron en la orilla de la carretera. Después de varios días de padecimientos, no sé cómo hemos llegado a Lima.

Ya van dos meses. Dicen que a mi esposo han operado, que hasta ahora sus heridas no cierran, que está en la cárcel. No me dejan verlo. Con una hija inválida he quedado, no consigo trabajo, están desnutridos mis hijos, sufren: ¿Qué será de mi papá? ¿Cuándo nos encontraremos con él? Me miran, me quedo callada para no engañarles, es que ya no tengo fuerzas para seguir diciéndoles “Ya pronto lo veremos”, sin estar segura de si estará vivo o si estará muerto (llanto)…

Testimonio de un obrero de Cobriza recluido en el Sepa durante tres meses y diez días

El día miércoles, más o menos a las cinco y media de la tarde, me fui por la Mercantil. Necesariamente se tiene que pasar por la puerta del Sindicato. Allí veo que los obreros por grupos estaban jugando distintos tipo de juegos; así también vi a los dos señores que estaban sentados. Eran el Sr. Shoot y el Sr. Bronkhorst.

De regreso, empezó a llover: así es que buscando sombra me refugié en el local sindical. Como a los tres minutos, una masa compacta vestida de obreros, comenzó a disparar por todos lados, puertas ventanas, paredes del Sindicato. Francamente, no me había dado cuenta porque los policías habían llegado disfrazados. Todos confundidos, en apuros corríamos de un lado para otro lado del local. Los que corrían para afuera, ahí mismo se amontonaban en la puerta abaleados de frente. Entonces, en una de esas, yo pensé entregarme con las manos arriba, antes de que me caigan las balas.

Dos guardias me pegaron con sus armas y varas, luego me levantaron a una camioneta que estaba ahí cuadrada y uno de los cabos se me acercó y me preguntó de la metralleta. Yo, francamente, dije la verdad, yo no sé, ignoro de la metralleta. Ahí mismo intervino uno que ya estaba detenido en la misma camioneta, yo no sabía cual era su nombre. Dijo, yo sé la metralleta donde está. ¡Entrégame la metralleta! Bajó con él, y al poco rato regresaron con la metralleta. Inmediatamente nos trasladaron a una camioneta para llevarnos a la Comandancia de Parco. Ahí pasamos toda la noche.

Aumentaron mis compañeros detenidos y continuamos hasta el día siguiente. A media noche nos embarcaron en un carro que era propiedad de la Empresa de Tayacaja. Toda la noche viajamos, cerca de Huayucachi, amanecimos y temprano llegamos a la comandancia de Huancayo. Ahí nos tomaron datos, fotografías, huellas digitales, rodeados por la fuerza armada, investigadores y policías. Demoramos menos de una hora y en el mismo carro nos trajeron hasta Jauja, al aeropuerto.

Ya estaba el avión y con las mismas subimos con todas las seguridades de parte de la policía y de los investigadores. Volamos en avión Hércules, sentados en el piso, resguardados por 15 guardias republicanos que no nos dejaban siquiera levantar la cabeza para mirar por las lunas del avión. A veces movíamos la cabeza agachada por razones de comodidad; ellos, atentos, nos golpeaban con la culata del fusil. Eran recios y agresivos.

En unos tres cuartos de hora llegamos a un sitio desconocido. En el Aeropuerto pregunté a un guardia cómo se llamaba el sitio y me dijo éste es el Sepa. Al rato desfilamos hacia el río, nos esperaban unas canoas. De diez en diez, de cinco en cinco, cruzamos el río. En el tercer o cuarto viaje, cuando unos compañeros se encontraban en medio del río, comenzó a llover torrencialmente. La canoa se volteó. Del otro lado mirábamos con preocupación. Algunos nadaban: otros que no sabían nadar, parecía que caminaban con el agua hasta la nariz. La policía no tomó ninguna medida de emergencia. La gente del lugar dijo que por suerte el río estaba bajo. De lo contrario, nuestros pobres compañeros hubieran muertos ahogados.

También cruzaron los guardias republicanos en las mismas canoas. El avión despegó y ellos se quedaron vigilándonos. Al cruzar el río nos encontramos con la guardia urbana del Sepa, los empleados del mismo establecimiento y los presos comunes. Todos nosotros, incluidos los guardias republicanos, fuimos alojados en un hospital. Los compañeros con la ropa empapada se desvistieron totalmente y tendieron sus ropas para que se sequen, puesto que nos habían detenido con única ropa que teníamos puesta. Pasamos a tomar alimentos con los presos comunes, en una paila en la que ellos comen diariamente una alimentación pésima.

Como no teníamos dinero, nuestra situación era lamentable. Nos chocó el clima y la mayor parte nos enfermamos. El médico nos advirtió que no había medicinas y nos dio orientaciones para cuidarnos solos. Nos secábamos de sed y como no teníamos plata para comprar los refrescos, nos contentábamos con mirar. A veces teníamos que mendigar para saciar la sed. Dormimos en el suelo húmedo sin comodidad, hasta que nos aprovisionaron de frazadas y bolsas de colchones que rellenamos con paja de arroz.

En unos quince o veinte días más, nos dieron otra habitación en el mismo hospital, gracias a que nos habíamos organizado. Nombramos a nuestros representantes. Ellos hacían gestiones ante los empleados y policías cuando se trataba de solicitar alguna facilidad. Como mostramos organización y comportamiento disciplinado, logramos concesiones. Con el objeto de contrarrestar cualquier represión, nos organizamos para todos los servicios, para todos los trabajos diarios: cocinar, buscar leña, recoger fruta, etc. Como la cooperativa administrada por los empleados no nos proporcionaba suficiente víveres, acordamos trabajar particularmente para los empleados, luego hicimos un fondo común para comprar los víveres que nos faltaban.

Hasta entonces, reparamos que nuestros guardias vigilantes iban dando muestras de atravesar dificultades. Nos llamaba la atención, por ejemplo, que sus zapatos y sus ropas se envejecían igual que las nuestras y no hacían alarde de tener otra muda. También sufrían hambre y privaciones. Poco a poco, comenzaron a participar en nuestras actividades de trabajo para gozar de beneficios. Su trato, guardando distancias, era más cordial y hasta nos hacíamos bromas. En realidad, se dieron cuenta de que no éramos unos malvados. Una noche se venía la represión. La veníamos oliendo desde días anteriores. Nos informaron que participarían todos los matones del Sepa y que estaba montada por las autoridades y miembros represivos del lugar. Habíamos resistido bastante tiempo a otras agresiones, pero, esta vez, ellos se venían preparando con todas las de aplastarnos como mandan las normas del Sepa. Nosotros, oponiendo sólo le valor y el coraje de un grupo organizado, sabíamos que no era suficiente para defendernos. Teníamos conciencia del peligro, no teníamos armas, ni las más rudimentarias. Estábamos dispuestos a defendernos y a morir en nuestra ley. Atentos a los más leves ruidos, esperábamos el golpe de gracia, distribuidos en los lugares de acceso de nuestro dormitorio.

Era avanzada la noche cuando la matonería atropelló las puertas mostrando todo su poder físico y las ventajas de sus armas. Nos lanzamos contra aquella fuerza invencible y ocurrió lo inesperado: eran 15 republicanos que nos encañonaban con sus fusiles ante sorpresa general. Aprovechando este factor la horda fue desarmada fácilmente.

No solamente nos acechaban estos peligros. En el cumplimiento de nuestras tareas, enfrentábamos a diario la agresividad de la selva. Un día un compañero fue víctima de la picadura de una víbora. Esto es fatal no habiendo antídoto contra el veneno ni antibiótico contra la infección. El médico recurrió a los métodos caseros y tradicionalmente: mantuvimos al enfermo con emplastos de barro podrido. Al cabo de unos días se recuperó.

Así pasamos tres meses y diez días en un perdido rincón de nuestro Perú, en un pequeño pedazo aislado de nuestra tierra. Salimos los restantes 20 del Sepa, con destino a Jauja. Ahora solo estamos con libertad provisional. Encontré a toda mi familia enferma, mi casa parecía un hospital, faltaban remedios, faltaba plata para los alimentos. Como estoy enjuiciado por las fuerzas armadas y el asunto se ventila en Lima, tuve que regresar al día siguiente.

En un sitio llamado Milpo, donde está el campamento de la conservación de la carretera de Colcabamba a Cobriza, un par de policías decidió que yo era un caso problema. Pasé el día en Milpo. Al llegar al carro señalado, la policía entregó mis documentos al chofer, encargándole que me entregue a la policía de Cobriza. Como no tenía donde cobijarme en Cobriza, la policía dispuso que me quedara en el mismo Puesto. Como a las diez de la mañana, con el capitán y el cabo de la guardia civil fuimos a las oficinas de Cobriza donde me dijeron que era necesario firmar de una vez mi retiro para nunca más volver a Cobriza. Sólo firmé por el reintegro: una pequeña suma. Por mi tiempo de servicios tenía que ir a La Oroya.

En el puesto de la Guardia Civil me dieron una notificación para que me presente en el Juzgado de la Instrucción de Pampas, acusado por el Sr. Uckos de “homicidio frustrado”. Como todos los que hemos salido del Sepa estamos acusados y no tenemos libertad para transitar, hemos nombrado nuestra residencia habitual en Paucartambo para poder firmar mensualmente nuestro control teniendo que viajar por Huancayo, Pampas, Colcabamba, Milpo, con el riesgo de que nos detengan en cualquier parte.

De la muerte de Pablo Inza me enteré posteriormente. Después supe que había muerto un tal Constantino, entre otros que nos los conozco.

Testimonio de un obrero detenido y trasladado al Sepa

Al ver que los obreros de UTAH venían en el carro, dijimos son las cinco, a dónde se estarán yendo los de UTAH. Alguien dijo: seguro que se van a hacer sobre tiempo. Les mirábamos desde la puerta del Sindicato.

Venían con cascos de distinto color, con capa de agua, amarillo y negro. Así, distintos uniformes. Nosotros, riéndonos todavía, sin darnos cuenta, dijimos: a lo mejor su Sindicato habrá acordado respaldar acuerdo de Asamblea de Mineros, habrán venido a escuchar. Seguro van a respaldar nuestra huelga.

El camión se paró en la misma puerta del local del Sindicato y de allí bajaron los “Sinchis”. Eran veinte. Cuando están parados sonó el teléfono y llamaron al Secretario General, pero seguramente algo pasaba porque parecía que algo andaba mal. Cuando comenzó a golpear el fono con cólera, los Sinchis comenzaron a disparar como unos locos, a sangre fría, sin asco, sin conciencia. Nuestra cara se quedó con la risa sin tiempo para salir de la sorpresa. Salimos espantados a salvar nuestras vidas, porque los otros “Sinchis” estaban disparando también contra los obreros y campesinos que estaban en el local del sindicato. En qué momento habremos corrido dentro de la oficina. Nos encerramos en la habitación, era chica para varios y nos estábamos asfixiando con los gases lacrimógenos. Asustados atrancábamos la puerta con las manos porque no se cerraba bien.

Vimos una ventana con malla metálica, la rompimos y escapamos por detrás del local alzándonos y empujándonos por encima de la casita del peluquero. Nos metimos en la casa, bajo un catre, y nos machucamos en un colchón. Al ratito las balas ya se envolvían en el colchón sin llegar a herirnos: estábamos rodeados, la policía nos arrestó a golpes.

Mientras nos empujaban al carro pudimos ver a los muertos alrededor del local, dentro también. No los pudimos reconocer, pero a la vista, los arrastraban hacia adentro y los que estaban con vida los remataban a balazos. Así acabaron con muchos heridos que se quejaban. ¿Qué sería de los campesinos que ayudaron con 40 sacos de papas y que descansando en el local se quedaron invitados por el Sindicato?. Seguramente estaban también allí, convertidos en cadáveres.

Apilonados, echados con las manos atrás y dándonos culatazos en la cabeza y en el estómago, nos llevaron al Puesto de Parco. Nos encontramos con otros compañeros, todos ensangrentados con sus heridas visibles. Estuvimos parados con las manos en la nuca, toda la noche y hasta el día siguiente, sin probar alimento. No consentían que entren nuestras familias.

En la noche nos llevaron a Jauja, nos encontramos con los compañeros que habían venido por Ayacucho. Junto con los dos asesores, todos detenidos, ya estaban dentro del avión de carga sin asientos.

De allí, al Sepa. De Cobriza éramos en total 21 y de otros campamentos encontramos como treinta compañeros. Después de la instructiva regresaron dos y quedamos diecinueve de Cobriza. También estaba el médico de Oroya.

Recién nos sacaron las cadenas con las que nos habían amarrado las manos. Después de cuatro días sin probar alimento, por fin, en la noche nos dieron la cena. Fueron llegando más compañeros de otras bases. Creo que en total éramos 59.

Así pasó el tiempo. Diecinueve compañeros fueron los primeros en regresar, quedándonos el resto sin saber cuando tendríamos libertad. Un día, cuando me tocaba el turno de recoger leña, fueron a avisarme al bosque que iba a llegar el avión, “nos vamos todos” me dijeron, yo no creía, seguía cargando mi leña, pensando es mentira, me están cochineando; pero, al regresar, mis compañeros estaban formados en la cola. Era comentario: nos vamos los cuarenta.

Por fin llegó el avión, entonces viene el inspector y nos pasa lista en el aeropuerto. Nos dice:

– Todos los que voy a llamar por su nombre que se pongan acá. Los demás, allá. Estábamos de veinte a veinte a cada lado, hasta que finalmente nos dijo:

– Ustedes, los que he llamado se quedan. Los demás al avión.

Entonces, mirándonos los compañeros, pasamos el río en las canoas. Quedaban algunos de Cobriza, otros de Morococha, cuatro de Oroya, del Cerro de Pasco cuatro, los dos abogados y el médico.

Volví, la vista antes de entrar al avión y ellos, los que se quedaban, seguían mirando formaditos, en silencio, resignados. ¿Qué habrá pasado con ellos?. No los he vuelto a ver.

¡¡¡Ojalá que este tipo de relatos no vuelvan a repetirse en nuestra patria!!!

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8 comentarios en “La matanza de Cobriza”

  1. Rubelionil Ramirez Ramos (Rubén)

    ESTIMADO PROFESOR CÉSAR PÉREZ, VAYA MI RECONOCIMIENTO POR ESTA LABOR DE RECORDARNOS A NUESTROS HÉROES QUE SIN HACER NINGÚN PROTAGONISMO ENTREGARON DE MANERA NATURAL SU VIDA EN LA DEFENSA AL DERECHO A UN TRABAJO DIGNO, UN TECHO, VESTIDO, ALIMENTACIÓN, EDUCACIÓN Y RECREACIÓN. DERECHOS QUE NO SERÁN ÓPTIMOS PERO HOY GOZAMOS GRACIAS A TANTOS HERMANOS NUESTROS, MUCHOS DE ELLOS DESCONOCIDOS QUE ENTREGARON SU VIDA PARA QUE HOY NOSOTROS LOS GOCEMOS. SEGUIR DIFUNDIENDO ES LA TAREA. ¡LUCHANDO POR MEJORARLOS POR AMOR A LA VIDA A LA JUSTICIA Y A LA LIBERTAD. ¡ES LA MEJOR MANERA DE TESTIMONIARLOS.

    EN MI CONDICIÓN DE CANTAUTOR (c. Rubén)
    Esta experiencia de lucha la plasme en una canción que la cante en el mismo Cobriza en presencia del gerente. Donde vi desfilar orgullosos a los alumnos frente al busto de Pablo Inza sec. General del sindicato de Cobriza.

    COBRIZA 1972
    (Canción, Autor: c. Rubén)

    Pan, pan, pide el pueblo
    Pan, pan, pide el pueblo.
    Y balas, balas
    le dan al pueblo,
    Y balas, balas
    le da el gobierno.

    Hasta cuando seguiremos
    viviendo en el silencio,
    soportando la injusticia
    mientras muchos mueren,
    alla, aqui, aqui, alla.

    Alla en Cobriza
    donde mataron a Inza
    minero era él.
    Y varios cayeron
    detras de él.

    QUIEREN HACER
    DE LAS MINAS CEMENTERIO
    PAREA ENTERRAR
    A TODOS LOS MINEROS
    SUS ESPOSAS, SUS HIJOS.
    EXPLOTADORES DE PARCO
    QUE BUEN PALCO
    PARA MATAR
    AL MINERO SIN DINERO.

    Pan, pan, pide el pueblo
    Pan, pan, pide el pueblo.
    Y balas, balas
    le dan al pueblo,
    Y balas, balas
    le da el gobierno.

    Cobarde eres tú
    que mandas asesinar
    cobarde son ellos
    que se disfrazan
    para matar.

    Para sacar la riqueza
    crearon la EXPLOTACIÓN.
    Para el que pide justicia
    crearon la REPRESIÓN.

    Pan, pan, pide el pueblo
    Pan, pan, pide el pueblo.
    Y balas, balas
    le dan al pueblo.

    1. Estimado Rubén: Gracias por tus palabras. Pablo Inza tiene un especial significado en las luchas laborales del país. Seguiremos recordándolo. Te felicito por tu composición y toda la labor que vienes haciendo. Un abrazo fraternal.

      1. Pablo inza y muchos heroes anonimos de la lucha por la Nacionalizacion de las minas de la cerro de pasco, los muertos de cobriza nuestros presos politicos que finalmente fueron arrancados de las carceles especialmente del SEPA por la lucha de los obreros, logramos la nacionalizacion, pero se derramo sangre obrera,donde el frente de los comites de damas jugaron su papel preponderante, donde estan ella las presidentas de las 14 bases de de la minas del centro, quisiera saber de ellas…….recuerdan las botas en el sindicato de la oroya entregando a la presidentas una orquidea? mientras tomaban por asalto la mina de cobriza ? jamas lo olvidare…

  2. Sandro Varillas Jerónimo

    Admiro a Pablo inza y su gesta en el primer gallardete que done por el día del minero, gestando un tipo nuevo de sindicato moderno con hilos de oro instaba a los compañeros (FOCO). » El que pide justicia deben se justos» en 1996 fui el primer súper que invito al pleno del sindicato a la fiesta del 31 de diciembre es el club Parco del staf de empresa.

  3. Luis Suaquita Cáceres. (juliaqueño)

    Como no recordar los momentos vividos; recuerdo perfectamente lo sucedido porque fui uno de los que llegaron a Parco; recuerdo la caída del compañero J. Ancasi con un balazo en la garganta que le dificultaba la respiración quien fue trasladado al hospital en el avispon verde de Miguelito Castillo; total me llegan muchísimos recuerdos. Gloria al compañero Pablo Inza; DIOS lo tenga en su gloria.

  4. Muy bueno recordar lo pasado con el luchador Pablo Inza y companeros de directiva,cuando tenia 8 anos un dia lluvioso empezo los disparos en el sindicato que solo uno estaba asustado ,eso es lo q recuerdo.

    Espero la segunda parte y espero q tambien esten guzman y gonzales.

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