Los primeros hombres que ocuparon esta alta zona en la que se yergue actualmente el Cerro de Pasco fueron los yauricochas. Su territorio colindaba con los tinyahuarcos (actualmente Colquijirca, Smelter, Alto Perú, Vicco, Ninagaga) y los pumpush (Carhuamayo, Óndores, Junín). “Yauricocha” quiere decir: “Laguna de metales”. Existía una comunicación subterránea entre varias lagunas que se entrelazaban entre sí por canales subterráneos. La primera y más alta, Yanamate, luego Yauricocha (pasado el tiempo cambió por Patarcocha) y, descendiendo, La Esperanza, Lilicocha y, finalmente, Quiulacocha. El centro del poblado lo constituía Chaupimarca.
Eduardo Lanning y Herman Buse, nos revelan que tenían en las cavernas, lugares comunes de refugio. Eran cazadores nómades que se alimentaban de carne de auquénido y venado que atrapaban valiéndose de dardos y lanzas con puntas de piedra. De baja estatura (no más de 1,60 mts. promedio), cráneo dolicocéfalo alargado, del tipo que los antropólogos denominan PALEOAMERICANO LAGOIDE, cavernícolas y carnívoros mas no caníbales. Trabajaban la piedra con rara habilidad haciendo pocos pero útiles instrumentos para hacer prosperar el arte de la orfebrería. Del cuerpo de los animales confeccionaban piezas de protección con las que se libraban de la inclemencia del tiempo marcadamente frío.
Lo que debe magnificarse de los yauricochas es que fueron los primeros grandes orfebres de América. Tuvieron incomparable habilidad para trabajar los metales. De los agrestes roquedales circundantes sacaban la plata y el oro con la que transformaban las pepitas en cintajos que tras cuidadosos repujados, embutidos y soldados, transformaban en finas esculturas. Eran inspirados artistas naturales.
Por insondables misterios que la noche de los tiempos tiene ocultos, los yauricochas, descubrieron los metales que, andando los años, llegaron a transformar con sorprendente habilidad. Aprendieron a reconocerlos en sus yacimientos, extraerlos, fundirlos y moldearlos. Primordialmente utilizaron el oro, la plata, el cobre y algunas aleaciones, para manufacturar objetos ceremoniales y utensilios de uso común. Además de mineros, los yauricochas eran excelentes ganaderos y saladeros. La admiración con que los cronistas describieron las hermosas esculturas metálicas llevadas a Cajamarca para el rescate del inca, confirmaba que la región andina era el primer centro metalúrgico de América. ¡Qué duda cabe!
El foco principal de este núcleo fue la hoya metalífera de los yauricochas. Ellos fabricaban artísticos y majestuosos objetos de arte en oro, plata y cobre; incluso, platino. Efectuaban diversas aleaciones entre las que destacaban los bronces, tanto de estaño como de arsénico; el plomo y mercurio también los conocían pero raramente utilizaron. Estos minerales fueron trabajados por procedimientos mecánicos, utilizando herramientas de piedra. Martillos de tamaños y formas diversas; yunques de piedras, cuya diferencia de aspereza y grano, la aprovecharon a modo de lima; tenazas, moldes y demás instrumentos para trabajo de vaciado, filigrana, perforación y engaste. Con el fin de evitar las huellas del martillo y del yunque, usaban tejidos de lana que por su elasticidad natural, obligaban al metal a extenderse junto con ellos, bajo el impacto de los golpes.
De esta forma el martillado, corte y repujado, constituyeron las formas primitivas del trabajo en metal. Luego vendrían los cortes en tiras, incisión, dorado y unión y soldadura en frío. En el desarrollo de la tecnología metalúrgica y la orfebrería primaron los valores estéticos, simbólicos y religiosos más que los funcionales. Buscaron fusionar en una sola pieza conceptos tan dispares como la musicalidad, el colorido, la suntuosidad, el respeto, la jerarquía y el impacto visual. La técnica del martillado y laminado con una destreza sin igual, tanto en el manejo de las herramientas como en las aleaciones. Debían, primero, elegir la aleación adecuada –el cobre utilizaron mucho para estos menesteres- mediante el cual podía ser trabajado o forjado, ya fuera en frío o en caliente. Los yauricochas suponían que la plata era la representación de la luna, esposa del sol y pronto se dieron cuenta que el oro –representación del sol- era completamente incorruptible e inatacable por otras fuerzas que se encuentran libres en la naturaleza.
Lo hallaban puro o asociado a la plata, su compañera, mezclada con grava, arena, arcilla o cuarzo; en formas de pepitas o en granos, escamas, polvos o incrustaciones. Admirados de su calidad repararon también que es muy dúctil y muy maleable. Así llegaron a formar delgadísimas láminas con las que fabricaron hermosísimas esculturas que representaban seres vivos, animales y plantas varias. Ellos también, como sus antepasados que plasmaban su admiración en pinturas rupestres, hacían animales y hombres del tamaño natural, propiciando la mágica intervención de sus dioses en la caza y la ganadería. Para la confección de sus ídolos, utilizaron también una gran variedad de piedras preciosas que incrustaban con técnicas muy especiales. Ágatas, amatistas, alabastros, calcedonias, citrinos, cinabrio, copiaditas, turquesas, ónices, cuarzos de varios colores, granates, piropos, malaquitas, ópalos, sílex, lapislázuli, etc.
Pedro Cieza de León (1549), admirado ponderaba la abundancia argentífera del lugar que más tarde sería el Cerro de Pasco. Decía: “Hay tanto oro y plata para sacar por siempre jamás; porque en todas partes que busquen y caven, hallarán abundante oro y plata”. Él había visto, deslumbrado, la abundancia argentífera que se hallaba a flor de tierra y que los nativos la trabajaban a cielo abierto; había admirado la maestría alcanzada al atarear con gran habilidad el oro, la plata, el cobre y aleaciones con los que fabricaban esculturas extraordinarias, adornos, vajilla y objetos de culto para sus dioses. Acababa de verlo. “…y lo que más se nota es que tienen pocas herramientas y aparejos para hacer lo que hacen, y con mucha facilidad lo dan hecho con gran primor. En tiempo que se ganó este reino por los españoles se vieron piezas hechas de oro y plata, soldado lo uno con lo otro, de tal manera que parecía que había nacido así.
Viéronse cosas más extrañas de argentería, de figuras y otras cosas mayores que no cuento porque son numerosas; baste que afirmo haber visto con dos pedazos de plata y otras dos o tres piedras, hacer vajillas, y tan bien labradas, y llenos de bernegales, fuentes y candelabros de follaje y labores que tuvieron bien que hacer tan bueno con todos los aderezos y herramientas que tienen; y cuando labran no hacen más que un hornillo de barro donde ponen el carbón, y con unos cañutos soplan en lugar de fuelles. Sin las cosas de plata, muchos hacen estampas, brazaletes, ajorcas, vasos, cordones y otras cosas de oro; y muchachos que apenas saben hablar, entienden en hacer estas cosas. Son muy precoces. Poco es ahora lo que labran en comparación con las grandes y ricas piezas que hacían en tiempo de los incas; pues la chaquira tan menuda y pareja la hacen, por lo cual digo que hay grandes plateros en este reino”.
Entre 1975 y 1976, los destacados arqueólogos Luis Hurtado de Mendoza, Carlos Chaud y Rómulo Ríos, 20, realizan un extraordinario descubrimiento en el barrio de Champamarca del Cerro de Pasco: el yacimiento alfarero de «Piedras Gordas». En un área de 300 metros cuadrados en el que se diseminan varios refugios rocosos, encontraron numerosos utensilios y artefactos trabajados en hueso, tales como leznas, lasqueadores y tajadores. Igualmente recogieron una apreciable cantidad de cuchillos, lascas, perforadoras y varios objetos de piedra más. Todas estas son pruebas de la existencia de cazadores primitivos en la zona los yauricochas. En las capas más profundas de las excavaciones, hallaron gran cantidad de huesos de cérvidos, camélidos y aves, lo cual creemos, haya gravitado poderosamente en el asentamiento de los primeros grupos humanos por la abundancia de recursos de fauna y flora nutricias: tarucas, venados, vicuñas, llamas guanacos, perdices, patos, challwas, bagres, ranas, patillos silvestres, yanavicus, parihuanas, gaviotas, onguena, cushuro, berros, papa shilinco, y fundamentalmente, maca.
Por aquellos tiempos la habilidad artística de los yauricochas llegó a conocerse en el Cusco y, como es lógico, su territorio se convirtió en un ambicionado objetivo de conquista. Por eso, cuando los tinyahuarcos irradiaron con sus tamboriles el inminente ataque de hombres que decían venir del “Ombligo del Mundo”, los persiguieron a campo traviesa y los derrotaron. Las deidades vengadoras hicieron lo suyo. Trombas diluviales anegaron abras y caminos; rayos y truenos cobraron numerosas víctimas que fueron despedazadas por aviesos cóndores. No una, sino siete veces. Los invasores quechuas que venían por orden de Pachacuti, cayeron en la cuenta de que ningún ejército podría vencer a estos guerreros tenaces.
Tuvieron que cambiar de estrategia. Humillaron armas y avivaron astucia y diplomacia. Así, un día brillante de junio, cuando el sol destacaba todo su poderío en el inmenso cielo azul, vieron aparecer en la lejanía, una inmensa caravana de personas extrañas, completamente desarmadas, sin escudos, arcos, macanas ni flechas, sólo panoplias con armas decoradas como presentes para los anfitriones; frutas, verduras y maíces magistrales; porongos enormes, repletos de chicha dulce, pero embriagante; ejército de vestales, jóvenes y hermosas, apetecibles, escogidas, para entregarlas como muestra de buena voluntad y homenaje. Con ellas sellarían el vínculo definitivo de sangre que los uniría por el resto de los tiempos. Sólo así lograron aliarse para formar una sola y poderosa nación que llamaban Tahuantinsuyo.
A partir de entonces, los hermosos trabajos de orfebrería artística, siempre admirado por los siglos, comenzaron a ser llevados a Cusco para el culto de Inti y de la nobleza inca. Sin embargo, algunos valiosos orfebres quedaron en nuestros pagos, laborando otros objetos artísticos. La prueba es que para pagar el rescate del inca en Cajamarca, de nuestro territorio salieron ingentes cantidades de piezas de oro y plata. Era el trabajo de nuestros orfebres. ¿De qué otra parte podían sacar los metales preciosos en cantidades sorprendentes para trabajar en su transformación en joyas de ensueño? Más tarde, mucho más tarde, hordas de extranjeros barbados, conchabados con tribus traidoras de otros pagos, se adueñaron de las riquezas inagotables transformando a los dueños en vasallos. De esto, hace cinco siglos.
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