Santos patrones y matronas del Cerro de Pasco. Para perpetrar la conquista los españoles trajeron al Perú dos elementos que se complementaron estrechamente: la espada y la cruz. Con la espada –símbolo de diabólica parafernalia bélica- sometieron dramáticamente a los nativos. Con la cruz los asimilaron a la práctica de una nueva religión: la católica. Ambos elementos fueron compulsivamente impuestos. Del uso de la espada son conocidos los sangrientos episodios que registra nuestra historia.
La imposición de la religión católica comenzó con la fundación de ciudades, villas y pueblos. Cada uno de estos estamentos, fueron establecidos bajo la advocación de personajes del santoral católico a fin de que fueran reverenciados: “Vírgenes, santos, cruces, señores Jesuses, Cristos y Jesucristos”.
Así se funda primera ciudad española en América, “Santo Domingo de Guzmán”, capital de la República Dominicana, el 4 de agosto de 1496; “La Villa de San Cristóbal de la Habana”, en Cuba, en 16 de noviembre de 1519; “Ciudad de la Veracruz”, la primera de México, en 1519; “Nuestra Señora Santa María del Buen Aire”, en 1536, actualmente capital de la República Argentina; “Santa Fe de Bogotá”, el 6 de agosto de 1538, en Colombia; “Santiago de la Nueva Extremadura”, el 12 de febrero de 1541, capital de Chile.
En el Perú hicieron los propio: “San Miguel de Piura”, el 15 de agosto de 1532; “Ciudad de los Reyes del Perú” -así se llamó inicialmente a Lima- el 18 de enero de 1535; “Santa Ana de la Rivera de Tarma”, el 26 de julio de 1538; “San Juan de la Frontera de Chachapoyas”, el 5 de setiembre de 1538; la “Villa de la Asunción de Nuestra Señora del Valle Hermoso de Arequipa”, el 15 de agosto de 1540, etc.
Después de ciudades y villas, una terminante disposición del virrey Toledo, entre 1570 y 1572, dispone la fundación de pueblos para someter a los nativos a la práctica de la nueva religión y al régimen de explotación feudal.
Ordenó que fueran juntados todos los indios en los pueblos y no pudieran vivir en otros lugares. Los pueblos entregados a los “encomenderos” en pago de sus servicios a la conquista con enormes extensiones de tierra con todo y su producción, habitantes y animales. En reciprocidad, el encomendero debía disponer que un cura doctrinero impartiera el conocimiento y la práctica de la religión católica.
Esto se convirtió en abuso y exacción. Felizmente, el 12 de junio de 1720, se dio término a las nefastas encomiendas: “Los pueblos fueron centros habitacionales de carácter rural fundados a manera de ciudades y villas. La diferencia estaba en que, los pueblos, fueron lugares exclusivamente para indígenas. Todas las demás castas, españoles, negros y mestizos, quedaron prohibidos de fijar sus moradas en los pueblos. En cuanto a jerarquía, primero estaban las ciudades, después, las villas, luego, los pueblos. No tuvieron escudos de armas, ni calles ni plazas que estuvieron exornados con el boato de edificios públicos y eclesiásticos que lucieron ciudades y villas.”
Así nacieron en Cerro de Pasco: “Nuestra Señora de la Nieves de Pasco”, “San Juan Bautista de Huariaca”, “San Juan de los Cóndores” (Óndores), “San Juan de Yanacocha”; “San Juan Bautista de Yanacachi”; “San Pedro de Yanahuanca”; “Nuestra Señora de la Santísima Concepción de Vicco”; “Santa María Magdalena de Chinche”; “San Miguel de Pallanchacra”; “San Rafael de los Yaros”; “San Pedro de Pillao”; “Santa Ana de Tushi”; “San Francisco de Asís de Yarushacán”; “El Espíritu Santo de Chacayán”; “San Antonio de Rancas”; “Inmaculada Concepción de Tápuc”; “San Santiago de Antapirca”; “San Juan de Yanacocha”; “Santo Domingo de Angasmarca”; etc. etc.
Los pueblos, para mantener la fe estaban obligados a celebrar a su patrono o matrona durante tres días como mínimo. Los más solventes, señalados por el cura ejercían el rol de mayordomos, priostes, caporales, capitanes o lo que se llamare, afrontando el gasto de la celebración. ¡Habían nacido las “Fiestas Patronales”!. Hoy día con gran boato tienen plena vigencia en nuestro país.
El Cerro de Pasco fue puesto bajo la advocación -no de un santo como los demás- sino de dos y, hasta tres, como veremos. En el momento de nacer -1567- al efectuarse el primer denuncio de minas, San Esteban de Yauricocha. San Esteban, en homenaje al protomártir de la iglesia, muerto en santidad un lustro después que Jesús fuera crucificado y, Yauricocha, nombre quechua por estar entre una enorme laguna mineral.
Establecida con su flamante patrono, Cerro de Pasco inicia un exitoso camino en la producción minera; al siglo siguiente, olvidando la práctica de su veneración, sufre una calamitosa tormenta de nieve que la sepultó. En ese momento, los fieles, resentidos por la “indolencia” de San Esteban, adoptan -motu proprio- a Santa Rosa como matrona de la ciudad y le erigen su iglesia; el siglo XVIII, convertido en el centro de todos los pecados, sufre como castigo, el más apocalíptico terremoto del que se tiene memoria en el Perú. Echó por los suelos a la iglesia de Santa Rosa.
En ese momento construyen la iglesia de Chaupimarca en el Cerro de Pasco, poniéndolo bajo la advocación de San Miguel Arcángel, Jefe del Paraíso y Príncipe de las Milicias Celestiales, vencedor del demonio y, a partir de entonces, guardián de la vida de sus habitantes. En ambos casos tuvieron que ocurrir sendos milagros que las crónicas de entonces relatan. Veamos cómo sucedieron ambos prodigios.
En la plenitud del siglo XVI los primeros aventureros que se arriesgaron a vivir en las alturas del Cerro de Pasco tuvieron que enfrentar garras y picos de cóndores carniceros que los atacaban; la inclemencia de heladas nocturnas que convertían en carámbanos cuando se quedaban dormidos en las cuevas; el martilleo implacable de granizos que parecían huevos de paloma y traían por los suelos precarios aposentos; o el pasmo de la nieve que transformaba la superficie de estas tierras como dunas de blancura sobrecogedora; o rías implacables de nieve derretida o trombas de agua que caían todo el año, arrastrando todo a su paso. La tierra les cobraba un precio exorbitante como pago de las primicias que después habría de entregarles.
Así la explotación minera siguió adelante. ¡Mucho poder tiene la ambición!. Su producción es tan abundante que llama la atención del mundo entero. ¡Se ha iniciado el “boom” de la minería colonial en el Perú! En 1620, con su riqueza al tope, se la denomina, “El Nuevo Potosí”. Ahora sabemos, por trabajos de notables estudiosos como el inglés John Fisher, que en aquel momento comenzamos a eclipsar al legendario yacimiento del sur.
La saca mineral es tan abundante y valiosa, que el mismo rey de España le confiere al Cerro de Pasco el título de: “Ciudad Real de Minas”. Todos los milagros de santos, ángeles y arcángeles y hasta los elementos de uso diario como vajilla, fuentes, jarras, espuelas, escupideras, y hasta las bacinicas estaban fabricados en plata. Pero el pueblo maravillado por los abundantes filones que encontraba, olvidó el homenaje a Dios y a su santo patrono. Se dedicó a vivir en pecado olvidándose de los mandamientos de la Santa Iglesia.
Así las cosas, ante la manifiesta indolencia del pueblo un día fue invadida por una nevada implacable que cayó once días y once noches consecutivas. La ciudad de Cerro de Pasco, convertida en una hermética cárcel de frío espantoso, paso a sufrir las consecuencias del fenómeno. Ancianos y niños murieron. Las gentes no podían atenuar el frío encendiendo estufas o fuegos salvadores. Los leños, champa, taquia, bosta y otros elementos que se utilizaban para estos casos, estaban sepultados o completamente mojados.
El hambre era inclemente. Desde siempre, el Cerro de Pasco ha vivido de la producción agrícola y ganadera de pueblos aledaños, pero en aquellos tiempos, los caminos habían desparecido sepultados por la nieve. Los moradores reconocieron cuánto era el peso de sus culpas para recibir tal castigo. Por eso, para merecer el divino perdón, sincronizaron rezos, cánticos, rosarios, misas y procesiones por las calles encharcadas.
Una mañana, por intercesión de un fraile franciscano que misteriosamente había llegado, tras los once días aterradores, el sol asomó sobre un cielo azul y las nubes desaparecieron como por encanto; entonces, al unísono y por consenso de arrepentimiento, optaron –motu proprio- elegir a su nueva matrona: Santa Rosa de Lima, que había obrado el milagro de detener la nieve.
El entusiasmo fue tanto que edificaron su iglesia en el barrio La Esperanza. Este fue el primer templo oficial que se registra en el archivo arzobispal. Desde entonces –treinta de agosto- conmemoraban aquella advocación con novenario masivamente concurrido en el que se agotaba cientos de pesos en ceras. Después de la misa solemne salía la pomposa procesión. Tras las andas del Santísimo y la Virgen, iba Santa Rosa, la matrona del Cerro de Pasco.
Llegado el siglo XVIII –opulencia de nuestros socavones- otros torvos aventureros venidos de pueblos distantes atraídos por la sobrecogedora abundancia de sus filones se afincaron en la ciudad de la plata. Sea por la urgencia de tomar posesión de terrenos plagados de gordas vetas argentíferas o por la dramática urgencia de registrar los correspondientes “denuncios”, el ámbito minero de pobló significativamente.
Los recién llegados, fieros aventureros de armas tomar: truhanes, proxenetas, tahúres, golfos, patibularios, malvivientes en general -hombres de horca y cuchillo- se mezclaron con alucinados gambusinos deseosos de enriquecerse con los ocultos tesoros de la tierra. Se superó fácilmente los cincuenta mil habitantes. La producción era de tal envergadura que los más ricos compraron títulos nobiliarios y legitimaron sus bastardías. Hubo cinco marqueses, dos condes y muchos caballeros. Los nobles cuidaban a sus mujeres como al más preciado tesoro.
El juego, el trago y las mujeres, pasaron a dominar el paisaje humano del Cerro de Pasco. Después del trago y el juego, a los aventureros los emparejaba una común y urgente necesidad: las mujeres. Las pocas de la ciudad, esposas, ancianas y hasta niñas, eran deseadas con voraz apetito lascivo, originando sangrantes atropellos cuyo común denominador era la violación.
Para atenuar esta plaga imparable, las autoridades abrieron la ciudad de par en par. En poco tiempo ésta se pobló de busconas, meretrices y chuchumecas que establecieron sus lupanares en estratégicos puntos de la ciudad. Naturalmente, éstas y éstos, ocupadas en sus celebraciones carnales, para nada se preocuparon de las evocaciones pías y religiosas.
Amarillentos papeles de la época, cargados de referencias escatológicas, nos relatan casos puntuales de abusos que los españoles cometían con los aborígenes. El más común: el robo de esposas e hijas para convertirlas en sus barraganas. Muchos de los que reclamaron fueron muertos instantánea, alevosa e impunemente. Los dramas luctuosos de abuso y lascivia se propagaron de tal manera que no había día sin que hubiera muertos y heridos. Así las cosas, ocurrió un caso que mucho llamó la atención de los pobladores.
Un anciano cacique lugareño, padre de dos atractivas doncellas codiciadas por su belleza y honestidad, recibió la visita de dos hermanos españoles que le solicitaron fueran a servirlos a la casa que ambos compartían en parte visible de la ciudad. El cacique –fiel creyente de los preceptos religiosos que le habían inculcado- sospechando que las convertirían en sus concubinas, con el mayor de los comedimientos les contestó que no podía aceptar ese pedido y que más bien les procuraría un par de señoras mayores para que los atendieran.
Todo fue escuchar la respuesta y, enceguecidos de ira, atacaron salvajemente al anciano. Estaban a punto de matarlo cuando el grito desgarrado de las chicas invocando la ayuda de Dios produjo un milagro. Los abusivos, como movidos por una fuerza extraña, rodaron por los suelos víctimas de convulsiones arrojando espuma por la boca. Parientes y amigos que llegaron convocados por la estentórea grita, vieron que el ataque que los estaba martirizando se complicaba con una hinchazón que empezando en los pies subía por piernas y muslos hasta el estómago que terminaba inflándose como un globo.
Ya convertidos en odres monstruosos, los ojos abiertos terroríficamente, se produjo la explosión del vientre abotagado con hedionda fetidez. Los presentes nada pudieron hacer por evitar el desagradable espectáculo. Las piltrafas de los cuerpos desgarrados, estuvieron todavía un buen rato revolcándose sobre su miseria excrementicia para quedar inmóviles reducidos a carroña repugnante.
El caso fue conocido inmediatamente. En poco tiempo cayeron en cuenta que los casos de los dos abusivos no eran los únicos; muchos otros se descubrieron después. Lo dramático del caso es que el extraño padecimiento sólo atacaba a los españoles; los indios, sus familiares y los negros, permanecieron ilesos. Muy pronto la extraña dolencia se convirtió en una peste incontrolable. El mal era tan cruel que lo más que duraban las víctimas era de dos a siete horas. Los médicos no daban con el mal. A todas horas se escuchaba el dramático claveteo de negros ataúdes. El hedor a muerte había invadido el ambiente minero.
A la vuelta de cada esquina del Cerro de Pasco aparecía un entierro y en la iglesia de Santa Rosa no se cantaba sino misas de difuntos. Las extremaunciones llegaban tarde en auxilio de los agónicos. El único cura de la ciudad minera tuvo que abreviar los latines para poder cumplir con todos los enlutados feligreses. Las víctimas del raro mal fueron más de cien españoles. La ciudad minera estaba completamente alarmada.
Los siete pecados capitales habían invadido a la ciudad minera alarmando a las almas pías y cristianas. Así las cosas, el 28 de octubre de 1746, la tierra se sacudió como un potro desbocado en un terremoto dantesco. Casas, rancherías, chozas e ingenios cayeron por los suelos; inclusive, todas las paredes de la primera iglesia cerreña de Santa Rosa se vinieron abajo, salvándose solamente la imagen de “Taita Caña”, Cristo milagroso que desde entonces prodiga sus bendiciones a sus fieles creyentes en el hogar de la familia Patiño.
Los más terrorífico de aquel día, fue el hundimiento total de la mina del rey, en las intersecciones de “Matadería” y “Algo huanusha” con trescientos hombres dentro. Jamás fueron rescatados. La secuela de terror fue tal que, los habitantes decidieron erigir una nueva iglesia en lugar de la destrozada de Santa Rosa.
Optaron por el centro de Cerro de Pasco, y se pusieron a trabajar. Reconfortados los fieles, en respetuoso consenso, cobijaron a nuestra ciudad bajo el cuidado del Arcángel San Miguel y, por unánime acuerdo, levantaron su templo en la plaza mayor de la ciudad minera y, cada 29 de setiembre le rendían pleitesía y acatamiento. Estábamos a la mitad del siglo XVIII.
Más sosegada, la ciudad finaliza este siglo y, para el siguiente, XIX, transcurre su primera mitad en medio de un ambiente de tranquilidad. Para entonces, nuestros gobernantes convencidos de que éramos dueños de inmensidades ociosas, sin producir, deciden traer mano de obra calificada de Europa para hacer producir nuestro territorio. Se hace despliegue de una agresiva publicidad en los países que atravesaban momentos dramáticos.
Cuando en 1850, se abren de par en par las puertas de nuestro país, una cantidad extraordinaria de europeos se aposentan en nuestra tierra. Llegan a trabajar en minas y comercio boyantes, y trayendo consigo a los santos de su devoción. Los españoles a la Virgen del Carmen, a la Virgen de las Nieves y a la Virgen del Rosario; los franceses a la Virgen de Lourdes; los húngaros a la Virgen del Perpetuo Socorro; los checos al Niño Jesús de Praga; los austriacos a la “Virgen del Tránsito”, los italianos a San Francisco de Asís.
Cada una de estas agrupaciones humanas, reunidas en sus consulados, propagaron la fe de sus patrones y matronas que el pueblo acogió con cariño. Así, conjuntamente, unos con otros, celebraron sus fiestas patronales correspondientes de acuerdo a fechas fijadas por la Iglesia.
Desde finales del siglo XVI, el 16 de julio era un día muy especial para el Cerro de Pasco. Una semana antes, el ajetreo de los preparativos había puesto en inusitada movimiento a las gentes, fueran chapetonas o no. Se celebraba a la matrona de los ibéricos, la Santísima Virgen del Carmen. La noche de la víspera, a la puerta de la Beneficencia Española se aglutinaba un pueblo creyente y alegre; las autoridades a la cabeza. El local del consulado estaba iluminado en toda su extensión. Por ventanas altas y bajas el brillante resplandor de los salones interiores, pasadizos y patios, iluminaban los alrededores.
La Banda española de músicos con uniforme de gala ocupaba el principal emplazamiento; las de la Slava, Cosmopolita y Policía, la escoltaban. En hermosa competencia interpretaban aires de fanfarrias, marchas, pasodobles, zarabandas, jotas aragonesas y pasacalles, toda la noche. Mientras tanto la intermitencia sonora de triquitraques, de buscapiques y estruendo de cohetes de tres tiempos iluminaban de vivos colores la noche azul. Era la parte más sonora y popular de la serenata a la Virgen del Monte Carmelo.
Damas y caballeros emperifollados con abrigadoras prendas de lana, chalinas, y bufandas y sombreros y guantes y manguitos. Las bebidas calientes circulaban pródigas a cargo de solícitos mozos. Ponches de coco, mixtelas y suave jerez, para ellas; mistral, manzanilla, ajenjo, y pisco, para ellos. Todo bajo control. Tenían que estar sobrios para el día siguiente.
Emocionados se abrazaban y brindaban bulliciosos cuando a las doce de la noche un clarín estentóreo seguido de ensordecedores cohetes, anunciaba la llegada del día central. Las bandas en contrapunto –una detrás de otra- hacían escuchar alegres composiciones populares. Los españoles entonaban su canción nacional, después, emotivos discursos con enternecedoras remembranzas. Un poco más tarde los principales y sus mujeres se retiraban a descansar mientras el pueblo se alegraba como nunca.
Ven Señora a quien adora
el indio y el español
que se halla sin vida el sol
mientras no llega la aurora.
Con tu venida mejora,
las luces que al mundo envía;
que mucho que con dos soles,
nos parezca grande el día.
Ven Señora Amada,
reina de nuestras vidas,
luz de nuestra existencia,
Salvadora Omnipotente.
En este tu día amado,
derrama tu excelsitud,
a raudales hacia tus hijos
que te adoran sin medida.
Virgen del Carmen, bendita,
Reina de nuestra ciudad,
coronada con su nieve,
adornada con su plata.
Desde las primeras horas del Día Central anunciado por resonantes bombardas desde las alturas del Uliachín –cerro tutelar de la ciudad- los invitados han llegado al adornado oratorio de la Virgen ubicado al costado izquierdo del edificio español. Allí está Ella, resplandeciente en su hermosura divina. Ha sido traída de España a fines del siglo XVI y, desde entonces, preside la fe de los españoles residentes. La colocan sobre un anda con peana de plata y terciopelo marrón para transportarla hasta la iglesia matriz de Chaupimarca.
Ubicada muy cerca al Altar Mayor preside la ceremonia. La misa solemne es cantada con tres sacerdotes venidos de Lima. Están presentes todas las autoridades del Cerro de Pasco, las hermandades religiosas, el pueblo católico y, ocupando el coro, la gran orquesta slava dirigida por Markos Bace, extraordinario músico austriaco, la soprano Sofía Amich, la contralto Emilia Kamerer y el barítono Abel Drouillón, de la misma nacionalidad, que interpretarán piezas selectas de música religiosa.
Llegado el momento de la Homilía, el sacerdote ha dicho que se esté cumpliendo con un deber cristiano de rendir homenaje a la “Stella Maris”, la Virgen del Monte Carmelo que, el 16 de julio de 1251, en Cambridge (Inglaterra), entregara su escapulario al general de la orden, Simón Stock, con las palabras siguientes: “Toma, amado hijo, este escapulario como símbolo de mi confraternidad y especial signo de gracia para vos y todos los carmelitas; quienquiera que muera con esta prenda, no sufrirá el fuego eterno. Es el signo de la salvación, defensor de los peligros, prenda de la paz y de esta alianza”.
El sacerdote ha puntualizado que todo aquel que llevare el escapulario, tendrá una protección especial en el momento de su muerte. Caló tanto en el ánimo de la ciudadanía esta afirmación que una gran cantidad de mujeres llevaban el hábito bendito; las que morían, eran amortajadas con el hábito de la Virgen el Carmen.
Finalizada la misa solemne, ya de vuelta a su oratorio, era sacada en procesión por las calles céntricas. En su recorrido recibía múltiples manifestaciones de acatamiento y veneración. Cohetes y banda de músicos animaban al acto religioso y daban alegría al pueblo. En la tarde, auspiciado por el “Círculo Taurino”, en la plaza de toros se han presentado los más notables diestros españoles, mejicanos y peruanos de la época, en un lleno impresionante.
Las señoritas de la sociedad del Cerro de Pasco han participado en el desfile con carros alegóricos, ataviadas de manolas, con elegantes vestidos, peinetas, mantones, sombreros cordobeses. En los balaustres de las carretas se lucen las banderillas y enjalmes que ellas han confeccionado para la corrida. Durante todo un mes se realizarán corridas debidamente programadas.
En otros escenarios especiales se han realizado peleas de gallos con grandes apuestas; en los amplios salones de la Beneficencia –llegada la noche- se presentan. a teatro lleno, los más prestigiosos conjuntos españoles de zarzuela. La fiesta recién culminaba al cumplirse el mes.
La Virgen del Carmen sigue teniendo –como antaño- una respetable cantidad de fieles que magnifican su festividad. Su vigencia es tanta que el Colegio Industrial Femenino Nº 31, por consenso de profesores, alumnos y padres de familia, le han denominado con su santo nombre a iniciativa de su directora, la profesora Victoria Vizurraga Cuenca. Con mucho honor y prestancia, la comunidad carmelita, honra a su matrona.
La Santísima Virgen de Lourdes, 11 de febrero
Cuando arribaron los inmigrantes franceses, trajeron consigo la devoción por la Madre de Dios que se la había presentado a la niña Bernardette Soubirus en la localidad francesa de Lourdes. Los diarios locales magnificando el prodigio de las apariciones entre 1884 y 1852, reforzaron su vocación en nuestra tierra.
De inmediato, las damas de sociedad conformaron una congregación que tuvo notables consecuciones en beneficio de la clase necesitada. El logro que aumentó su popularidad fue la construcción de un altar muy especial en la iglesia Chaupimarca. Los artistas locales forraron interiormente la hornacina de su altar con abundantes piritas de plata refulgente, cuyas facetas emitían resplandores llamativos al reflejo de la luz. Era el más preciado altar de la iglesia.
Allí la pusieron a Ella. Alta y hermosa con su límpida mirada, las manitas empalmadas, cubierta con una alba túnica que la cubre desde la cabeza y una cinta celeste aprisionándole la cintura; desde el brazo izquierdo un enorme rosario con cuentas de plata. Debajo, en actitud de reverente oración, la niña campesina santa Bernardita Soubirus.
Para hacernos una idea de la manera cómo se celebraba aquel acontecimiento, citamos textualmente la crónica del 12 de febrero de 1905, aparecida en “El Minero Ilustrado”, que dice los siguiente: “Con verdadera pompa se celebró la misa en honor de “Nuestra Señora de Lourdes” en la iglesia de San Miguel de Chaupimarca, a devoción de la señora Julia Pastor de Peña. La hermosa gruta que forma el altar dedicado a la Virgen estaba adornada con profusión de flores artificiales y multitud de luces, coronando su parte alta un hermoso monograma formado con focos de luz eléctrica.
Lucía un hermoso bendón de raso celeste pintado al óleo por la señora Herminia P. de Yantscha. La misa fue celebrada por el R.P. Pacomio de la orden de los SS.CC asistido por los presbíteros Arrieta y Delgado. La parte musical compuesta de canto, piano, violín y flauta corrió a cargo de la señora Julia Pastor de Peña, señoritas Mercedes Wilson, Antonieta, Manuela y Josefina Peña y de los señores José L. Coloma; J. Hartmann y T. Balarín, quienes ejecutaron con gran maestría la magistral y clásica misa de Luiggi Bordese, hermosa composición digna de la majestad del culto divino.
El panegírico pronunciado por el Vicario y Párroco doctor Merggeliza, estuvo a la altura de su sagrado ministerio, alabando la historia de Francia, estableciendo el sentido contraste que ofrece la nación de Carlo Magno, Clodoveo, Juana de Arco y las Cruzadas con la República de hoy, hostil al sentimiento religioso”. Con el mismo entusiasmo con que los españoles festejaban a su matrona, los franceses hacían lo propio con fiestas especiales a partir del 11 de febrero de cada año.
Enterados que la Virgen había aparecido en los interiores de Lourdes, los mineros la nombraron su matrona y le construyeron un altar a la entrada de la mina que, precisamente se denomina Lourdes; la más grande e importante de la compañía norteamericana “Mining Company”. Ella sigue siendo la amorosa y milagrosa matrona de los mineros. Por lo que sabemos, el nuestro es el único lugar donde se reverencia el recuerdo de la Virgen de Lourdes. Así lo hace notar la iglesia católica en sus publicaciones.
La Virgen del Tránsito, 15 de agosto
A mediados del siglo XIX, en la península de los Balcanes, se conformó el Imperio Austro – húngaro, con varias naciones que a lo largo del tiempo fueron separándose para formar estados autónomos: Austriacos, húngaros, croatas, slovenos, servios, checos, montenegrinos, bosnios, dálmatas, yugoeslavos…
En nuestra tierra se aglutinaron en Consulado del Imperio Austro Húngaro. Cada grupo de estos trajo al santo de su devoción aunque todos estaban de acuerdo en venerar, como la principal, a la Virgen del Tránsito. En el altar mayor del oratorio que habían erigido en la plazuela Ijurra, presidía la fe de los fieles que allí llegaban. Era un oratorio sobrio y acogedor a manera de una ermita austriaca; techo a dos aguas con un campanario central en cuyo borde interior había una marquesina donde se leía: “Beneficencia Slava”.
Frontispicio con entrepaños, jambas, dinteles y umbral de madera sobre piedras talladas: sólida puerta de caoba con interior de ponderada elegancia; altar mayor, cubierto con fina lencería blanca y una serie de candelabros y palmatorias de plata resguardado por ángeles, con la santa imagen de la Virgen. Era una tabla que registraba una copia perfecta del cuadro «El tránsito de la Virgen», pintado por Andrea Montegna que se exhibe en una de las salas del Museo del Prado.
En ella se ve a la Virgen María ascendiendo al cielo en el momento de su muerte, con una escolta de arcángeles, ángeles, delfines y querubines, en instante en que Cristo la recibe. Los apóstoles portan en sus manos: la palma, el libro de difuntos, el incensario y los cirios, rindiendo así el último homenaje a la Virgen María.
La santa misa con que se recordaba este pasaje glorioso, era celebrada con una unción extraordinaria, magnificada por la extraordinaria orquesta sinfónica slava, coros y cantantes notables. En la homilía correspondiente, el celebrante recordaba la descripción de la muerte de la Virgen, realizada por San Juan Damasceno -uno de los escritores más famosos de la iglesia católica- cuando dice:
“La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque ella, por no tener pecado original (Fue concebida inmaculada: o sea sin mancha de pecado original) no tenía que recibir el castigo de la enfermedad. Ella no murió de ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que no le llegaba el castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y acabar por debilidad. Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir”.
Como el recinto del oratorio era pequeño, los fieles se aglutinaban en el ámbito de la plazuela, adornada previamente con guirnaldas y flores alusivas. También estaban las bandas de música invitadas, alegrando los festejos donde los austro-húngaros “botaban las casa por la ventana”. Durante toda una semana, a partir del día central, 15 de agosto, se realizaban conciertos y recitales además de conferencias y novenas religiosas.
Hasta ahora, con gran recogimiento y devoción, se sigue celebrando estas efemérides católicas en su iglesia de San Juan, erigida por la Compañía Cerro de Pasco Corporation, en reemplazo del oratorio de la Plazuela Ijurra que ellos habían echado por los suelos para continuar con los trabajos del “Tajo Abierto”. Era una de las fiestas más sonadas de la ciudad. La iglesia recuerda esta fecha con el nombre de Asunción de la Virgen.
La Virgen del Perpetuo Socorro, 27 de junio
Así como los austriacos trajeron consigo a la Virgen del Tránsito, los húngaros trajeron a la Virgen del Perpetuo Socorro, conocida en el Oriente bizantino como la Madre de Dios de la Pasión. Era copia de una famosa pintura que se venera en Constantinopla. Su carácter más notable es que, en el cuadro, se ven unas letras griegas. Las iniciales al lado de la corona de la Madre la identifican como la “Madre de Dios”.
Las iniciales al lado del Niño “ICXC” significan “Jesucristo”. Las de la aureola del Niño: owu significan “El que es”, mientras las tres estrellas sobre la cabeza y hombros de María, indican su virginidad antes del parto, en el parto y después del parto. Las letras más pequeñas identifican al ángel a la izquierda como “San Miguel Arcángel” que sostiene la lanza y la caña con la esponja empapada de vinagre, instrumentos de la pasión; el de la derecha, es “San Gabriel Arcángel” que sostiene la cruz y los clavos.
Los arcángeles no tocan los instrumentos de la pasión con las manos, sino con el paño que los cubre. El artista redondeó la cabeza y el velo de la Madre para indicar su santidad. El fondo dorado, símbolo de la luz eterna da realce a los colores vivos de las vestiduras. Para la Virgen, el maforion (velo-manto) es de color púrpura, signo de su divinidad, mientras que el traje es azul porque indica su humanidad. En este retrato la Madona está fuera de proporción con el tamaño de su Hijo porque es -María- a quien el artista quiso enfatizar.
La Virgen del Rosario de Yanacancha, 7 de octubre
En su primera aparición, la Madre Virgen con su Niño, entrega y enseña la devoción del Santísimo Rosario en Fangeaux (Francia) a Santo Domingo, fundador de la Orden de Predicadores Dominicos. A partir de esta aparición es nombrada como Virgen del Rosario. Fueron diez y ocho apariciones posteriores efectuadas hasta el año 1558 en dos lugares de Francia: la ciudad de Lourdes y el pueblo de Fátima.
La Virgen del Rosario tiene su fiesta fijada en 7 de octubre por disposición del Calendario de la Iglesia Universal. Su devoción fue instaurada en Yanacancha, Cerro de Pasco, en donde, don José Malpartida le erige su iglesia conocida como la del Rosario.
El Santo Niño Jesús de Praga, primer domingo de junio
El primer domingo de junio de cada año, con masiva concurrencia de niños de las escuelas locales, se efectuaba el homenaje al Santo Niño Jesús de Praga, traído por los checos. La tierna efigie de dulce rostro chaposo y pelos rubios, está ataviada con alba túnica de adornos dorados, cubierto con hermosa capa pluvial; lleva corona de oro sobre su cabecita de cabellos rubios; su manita derecha está en acto de bendición y, la izquierda, sosteniendo un globo terráqueo, símbolo de su omnipotencia. Fue patrono de los niños cerreños, venerado por las madres que “entregaban” a sus hijos para su santa protección. Cuando morían, eran enterrados con su hábito. El acontecimiento era festejado porque se afirmaba que el niño había subido al cielo a integrar las huestes angelicales de Dios.
La Fiesta de Cuasimodo, domingo siguiente a la Pascua de Resurrección
Desde mediados del siglo XIX, la iglesia, en cooperación con la Beneficencia Pública del Cerro de Pasco celebraba con gran pompa la «Octava de Resurrección» –domingo siguiente a la Pascua de Resurrección- que se conocía como la Fiesta de Cuasimodo. Cuasimodo es una expresión de religiosidad popular definida por el Papa Juan Pablo II como: “Verdadero tesoro del pueblo de Dios”.
Procede del latín Quasi modo que significa “al modo de” y corresponde a las primeras palabras de la antífona: “Quasi modo géniti infantes”. Es decir: “Como niños recién nacidos que buscan la leche pura del espíritu, para que crezcan y tengan salvación ya que han gustado la bondad del Señor”. Una fiesta extraordinaria. Ese día se celebraba misa solemne en Chaupimarca con panegírico y todo; después se sacaba en procesión al Cristo Resucitado en la Santa Eucaristía. A ella asistía todo el mundo.
El celebrante llevaba, al Santísimo con las hostias consagradas; lo acompañan los fieles en reverente procesión; los miembros de la cofradía, con pañuelo a la cabeza en reemplazo de los sombreros, en señal de respeto y, esclavina tomada de la vestimenta sacerdotal. Ambos elementos, de color blanco con ribetes amarillos (colores papales). Durante el recorrido, la cruz preside la procesión llevando bajo palio al sacerdote. Escoltan los estandartes de las hermandades religiosas. La campana anunciará la llegada de la procesión a los Hospitales.
Las cofradías religiosas de el Cerro de Pasco elegantemente vestidas, misales, velos y lábaros bordados en oro en los que señalaban el nombre de la congregación y su fecha de fundación. «Las Hijas de María», el «Sagrado Corazón de Jesús», la de la «Virgen del Carmen»; la «Hermandad del Niño Jesús de Praga», de la “Virgen del Perpetuo Socorro”, de la “Virgen de Fátima” de la «Virgen del Tránsito». Las bandas de músicos se turnaban para tocar y una atronadora algarabía de cohetes estremecía el Cerro.
Era para ver. La procesión se dirigía a La Esperanza donde se atienden a los obreros accidentados en las minas; se les hacía besar el sagrado cuerpo de Nuestro Señor y se les administraba la comunión. Era un momento de gran emoción porque todos sabemos que esos hombres jamás reciben el auxilio de Dios como aquel día se lo ofrecía el cura. Después la procesión llegaba al Hospital Carrión. Aquí la ceremonia era especial.
A la puerta, adornada de flores, cadenetas y banderas se ubicaban el Presidente y los directivos de la Beneficencia del Cerro de Pasco, acompañados de distinguidas damas y guapas señoritas de nuestra sociedad que además de portar ramos de flores tenían sendas bandejas sobre la mesa con bocaditos de todos los sabores. En un determinado momento, todos en fila, comenzando por el Prefecto y las autoridades con sus correspondientes esposas, dejaban sobre un plato, sus óbolos en dinero contante y sonante. ¡Había que ver aquello!.
Cada uno de los invitados no quería quedar mal en la contienda por lo que aportaba lo mejor que podía. Allí estaban los dueños de las minas más ricas de Pasco, que es como decir los más ricos del Perú; hacendados y comerciantes nacionales y extranjeros que para que no se hable mal de ellos, dejaban sus buenos aportes. Generalmente el que más aportaba era Fernandini, el más rico. ¡No hay nada que hacer, era el minero más generoso!. También estaban Escardó, Mujica Carassa, Proaño, los hermanos Gallo Díez, Bertl, Nicander, los Rizo Patrón, Aspíllaga, Arias Carracedo, los Gallo, Arias Franco, los Pflucker… todos con sus señoras.
Había que ver lo generosos que se ponían. Cada uno de los oferentes tras cumplir con depositar su óbolo, recibía de manos de las señoritas un clavel que colocaban en la solapa. Eso no era todo. Cada familia que se respetara, enviaba al Hospital, sábanas, frazadas, ropa interior, toallas, pañales, camisas, pañuelos, ropones, vajilla, utensilios de cocina, de aseo y, mucha comida. Enormes cantidades de frutas, papas, verduras, conservas… todo lo que el Hospital necesitara. El monto de las donaciones familiares y demás regalos era publicado al detalle por los cinco periódicos de la ciudad, por eso que para no “quedar mal”, aportaban con gran generosidad.
Aunque parecido, otro es el tema referido a los santos barriales de la ciudad minera que se veneran en sus correspondientes capillas: Huancapucro, San Atanasio, San Cristóbal, Curopuquio, Uliachín, Santa Rosa, Paragsha…
esta bueno evangelizar a través de la hitoria
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