Castillo de Lourdes, Cerro de Pasco. Era un grupo abigarrado de hombres decididos. Siete valientes curtidos en el peligro y avezados en la lucha minera. Los siete tenían el sello característico de nuestra raza. Cuerpo recio de enormes pulmones y generoso corazón, capaz de hacer circular la bullente sangre morena por todas sus entrañas. Cabeza fuerte y recio perfil de piel quemada por el frío inclemente de las alturas, del relente, la escarcha, el hielo; pupilas frías por la continua contemplación de la muerte; por la constante observación de la mina voraz y traicionera: gran devoradora de hombres. La mina le conocía a ellos y ellos la conocían a ella. En sus diarias caminatas laboreras, sus pupilas se habían prendido de cada recoveco de sus oquedades siniestras y silenciosas.
Era la siete de la mañana del 21 de junio de 1979. Aquella era una mañana serena, y no obstante estar en el mes de junio, no había asomado el sol. Un vientecito helado, como durmiendo entre los hierros del castillo de Lourdes, hacía la mañana más fría, como un negro presagio.
Cumpliendo con el reto del destino subieron a la “jaula” estrecha de lúgubres colores y, aseguraron la puerta de goznes toscos y gimientes de Lourdes. Uno de ellos, cogió las dos bolas que colgaban a un costado de la jaula (Los obreros les llaman los “huevos” de la jaula) y tiro las veces necesarias para comunicar el nivel de su destino. Sólo fue por breves minutos. Al escucharse la vibración del timbre – Dios sabe por qué inextricable misterios- la jaula, en lugar de bajar, comenzó a subir. ¡¡¡¿Por qué?!!!. No lo comprendieron. ¡¡¡Debían estar bajando!!!. Nadie dijo nada. Las miradas de sorpresa y muda interrogación se entrecruzaron. La jaula subía, subía rauda y, aparentemente, el winchero, Juan Riofano, no podía hacer nada por detenerla. Dentro de la jaula de Lourdes, los ojos se abrieron en una mirada de muda interrogación, rayana en el espanto. Presintieron lo peor. ¡¡¡¿Qué está ocurriendo, Dios mío?!!!. Todo fue instantáneo. Un ruido estremecedor los sacudió con un sonido sordo y aterrador. ¡¡¡Habían tocado el tope superior del castillo de acero!!!. No supieron qué hacer. Al ruido pavoroso del choque le siguió un agudo chirrido como el gemido fantasmal de un gigante herido. La jaula comenzó a caer acelerando su velocidad de una manera espantosa.
¿Qué había ocurrido?
Allá en la caseta de control de la wincha, Juan Riofano al oír los enérgicos timbrazos, se dispuso a jalar la palanca para que la jaula baje. En esos momentos entraba a esa dependencia un irresponsable y juguetón sujeto que, al ver de pie al winchero, comenzó a jugar poniéndole la mano en el trasero. Como una reacción eléctrica, éste dio vuelta con tal energía que le hico perder el equilibrio. Al caer dentro del Castillo de Lourdes, sin querer, aplastó la palanca haciendo subir la jaula. Cuando se dio cuenta del resultado del golpe, trató de contener el ascenso de la jaula y tiró con energía de la palanca. Fue fatal. El estirón fue de tal magnitud que, con el ruido de un chasquido mortal, se rompió el cable de acero que sujetaba el ascensor. Todo el peso de la jaula que ya había chocado contra el límite superior del castillo de acero, originó su caída velocísima, llenando de espanto a todos. Cuando levantaron la vista, vieron el cable roto chicoteando en la parte alta del castillo. La jaula había iniciado su descenso a la muerte.
Las leonas –garfios de acero emergentes en los costados laterales- trataban de prenderse de los postes laterales para evitar la caída. Sacaban chispas y astillas espeluznantes en medio de un ruido espantoso que se reproducía en los metálicos soportes del castillo. Tras esa titánica lucha, la jaula siguió cayendo vertiginosamente con velocidad de espanto: ¡¡¡Los cables de la jaula se habían roto!!! Un bronco y unísono grito de espanto estremeció las galerías mineras. Instintivamente, los hombres se prendieron de la barra lateral con todas las fuerzas que les daba su desesperación. Quisieron proferir su grito de espanto ante la vertiginosa rapidez con que caían. No pudieron.
El aire se les había ido de los pulmones. Sintieron que las entrañas se les subían a la boca y un acre y salado sabor a sangre empapaban sus labios. A medida que iban cayendo, sus cabezas sentían una inhumana presión que en cualquier momento la harían estallar en mil pedazos. Sus desorbitados ojos veían pasar raudos, los jaspeados perfiles de la muerte, sus oídos entre un horroroso zumbido, alcanzaban a oír el impotente chirrido de las leonas en su infructuosa lucha de contención. Esquirlas de acero y madera saltaban a diestra y siniestra como fuegos de artificio. Una endemoniada velocidad que aumentaba con vértigos de sangre, hizo explotar los ojos, corazones y pulmones de los hombres, inundando de sangre todos los intersticios de los cuerpos martirizados. En eso se produjo el trágico epílogo de la colisión salvaje que estremeció todos los cimientos de la mina.
Cuando el horrísono choque indicó que la jaula había tocado el fondo, los desjarretados cuerpos mutilados de los siete mártires mineros, yacían en el fondo de la jaula. Todos tenían quebradas las muñecas de las manos por el impacto sobrehumano del choque. En tanto vivieron no quisieron desprenderse de la barra lateral de la jaula. Aferrándose a ella, creyeron aferrarse a la vida. El choque final puso fin a la efímera esperanza. Allí estaban los cuerpos de:
- Jacinto Chuquillanqui Ayala.
- Constantino Inocente Serrano.
- Rodolfo Victorio Baldeón.
- Modesto Susaníbar Rojas.
- Pedro Tapia Grijalva.
- Teófilo Encarnación López y
- Avelino Guzmán Castro.
Era la mañana del 21 de junio de 1979.
Conoce la historia del Cerro de Pasco en la obra de César Pérez Arauco, disponible en Amazon.
Prof. César Pérez:
Me es muy grato leer su blog, he leído desde mucho tiempo atrás sus libros, a decir verdad su narrativa e investigación son valiosos aportes a nuestra cultura e identidad Cerreña de lo cual muchos nos orgullecemos.
Mediante la presente quiero felicitarlo y pedirle que deleite nuestra lectura con más historia y costumbres de nuestro Cerro de Pasco.
Un gran saludo a la distancia,
César Felipe Chuquillanqui Salas
São Paulo – Brasil
fui testigo del dolor que causo en la población este accidente hasta ahora siempre recuerdo los siete ataudes en fila frente al local del sindicato de obreros de la esperanza en esa epoca yo contaba con 12 años
ojala nunca mas se repita accidentes como lo ocurrido en esa fecha.
Gracias profe por traernos a la memoria lo que significa un minero y todas las Visicitudes que pasan en las minas
Gracias profe por sus valiosas enseñanzas. Lo apreciamos mucho.
realmente mis padre me contaron de eso soy nieto de Teofilo ENCARNACION LOPEZ, realmente me causa dolor de esa tragedia de mi abuelo y saber las cosas como fueron gracias Profe por enseñar los valiente k fue mi abuelo y sus colegas de trabajo