El origen del pan tiene tan antigua data que no puede precisarse a ciencia cierta cuándo apareció; tanto es así que Eduardo Benot, termina diciendo: “Sabemos cómo se llama Atila, pero ignoramos quién inventó el pan”. Lo cierto es que el conjunto de alimentos que tomamos diariamente, se denomina como “el pan nuestro de cada día”. Es el más humilde pedido que hacemos a Dios en el Padrenuestro. Las referencias bíblicas son numerosas. No olvidemos que, a consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, el hombre fue condenado “a ganar el pan con el sudor de su rostro” (Génesis III,19). También en el Génesis leemos un relato muy instructivo: “Apareció el Señor a Abraham en el vale de mambre, estando él sentado a la puerta de su tienda…; sucedió que alzando los ojos vio cerca de sí parados a tres personajes y haciéndoles profunda reverencia, les dijo: “Señor, si yo, sirvo tuyo, he hallado gracia en tu presencia, no pases de largo… Yo os pondré un bocado de pan para que reparéis vuestras fuerzas…” Ellos respondieron: “Bien, haz como has dicho”. Abraham entró corriendo en el pabellón de Sara y le dijo: “Ve pronto; amasa tres satos de harina de flor y cuece unos panes en el rescoldo”. Lo sublime es que, el pan, representa al cuerpo de Cristo. Él mismo lo dijo en la última cena: “Éste es mi cuerpo, coman todos de él, que será entregado para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía”.
El pan, es un alimento que evolucionó y acompañó al hombre a lo largo de la historia. En todos los países del mundo se fabrica y consume el pan. En lo referente a lo nuestro, Fernando Cabieses decía: «Como trueque del oro y de la plata que del Perú fueron a socorrer las agotadas reservas financieras de la Corona Española, llegaron al Perú muchos nuevos productos agrícolas que el labriego peruano pronto aprendió a cultivar. La caña de azúcar, el olivo; las frutas bíblicas, higo, dátil, vid, granada; el arroz, la cebolla, la cebada, la zanahoria y el trigo»… y claro, con los españoles llegó el arte de la panificación ya que en el Perú de entonces se desconocía el pan. Con el paso de los años, en el Perú y particularmente en nuestra tierra minera, este novísimo producto fue tomando muchas formas con sus denominaciones respectivas aunque sus componentes siguen siendo los mismos: harina de trigo, levadura, agua, sal y una pizca de sal. Todo dependió de los panificadores que inicialmente fueron españoles, luego italianos, franceses, alemanes, austriacos etc. con una notable y hacendosa cooperación vernacular, cada uno con su especialidad.
En lo que respecta al Cerro de Pasco, el aroma que expedían los panes al salir del horno, era tan especial, que al promediar el atardecer se los compraba en las numerosas panaderías cerreñas. Otro tanto ocurría en las madrugadas. Recordamos con verdadera nostalgia y cariño alguno de aquellos panes.
El «Pan de Manteca», amasado con cierta proporción de manteca de cerdo que le daba un sabor característico, era el más popular. Se parecía mucho al que en Lima denominan francés; sólo que el nuestro era rechonchito y muy sabroso. Una letrilla muy popular de aquella época, decía lo siguiente:
Pan de manteca
para la mama que da teta;
pan de cebada
para el papá que no da nada.
El «Pan de Punta» era, un pan alargado que al momento de su cocción se doraban sus extremos convirtiéndose en una verdadera delicia. Era con el pan de manteca, uno de los más comunes. De esta familia, uno de los más grandes era el denominado «Chalaco».
En nuestra ciudad vendían tres panes medianos unidos en un solo bloque al que denominaban: «Pan Francés».
A propósito, el «Pan de Cebada», era uno muy áspero aunque con un saborcillo agradable, por lo que sabemos, era uno de los más alimenticios de todos. Se dice que es una creación de panaderos alemanes y lo creemos porque era uno de la especialidad de Rubén Bauer.
El «Pan de mantequilla» era una verdadera delicia. Su presentación era muy llamativa. Cuatro bolas unidas con arte formando un cuadro y amasado con la deliciosa mantequilla que en nuestra tierra fue siempre de excelente calidad. Su sabor era tan delicioso y su consistencia suave.
Algunas panaderías como la de Bauer se permitía el expendio de los famosos, “Panes de Yema”. Un delicioso manjar que a poco de salir del horno volaba por la preferencia de los consumidores. Dentro de especialidad estaban las roscas, también de yema, que sobresalían por su llamativo color amarillo proporcionado por la yema de los huevos utilizados, mas no por colorante alguno.
Sin llegar a dimensiones enormes y por el contrario, más delicados y pequeños, se expendían los petipanes que, al decir de los entendidos era una creación francesa de nombre «Petit – Pan».
Inspirados por los éxitos que obtenía en el mundo musical la inolvidable cantante y bailarina brasileña, Carmen Miranda, los panaderos crearon un pan muy delicioso conformado por sucesivas envolturas. Lo llamaban «Carioca». Fue muy popular en nuestra tierra minera.
Entre los más grandes, el más socorrido era el Tolette, que equivalía a dos o tres piezas comunes. También estaba el «Pan de Molde», grande, casi rectangular, muchas veces con tres divisiones, pero en todo caso, con una crocante y tostada envoltura. Este pan, además de los de manteca, alcanzó gran popularidad cuando la Cerro de Pasco Corporation estableció una panadería para sus servidores. En pocos minutos, estos panes que además de gustosos eran enormes, «volaban» en cuestión de minutos ante colas interminables. Otro era el «Pan de Tropa» Descomunal. Se decía que con uno solo de estos panes, un hambriento soldado quedaba satisfecho. Otro tan grande pero más tosco era el que el vulgo denominaba y quedó con ese nombre: «Tranca culo». Las personas decentes se referían a él tan sólo como.. «Tranca…». Hay que imaginarse los efectos que producirían la ingesta de este pan para recibir tal nombre.
También había, ¡Cuándo no! Panes que llevaban dulce en su masa o en su cobertura. Tal el caso de las «Llapsitas» que era una delicia para los niños. Las «rosquitas de manteca» ensartadas en una pita blanca que se vendían a medio real, es decir a cinco centavos. Diez rosquitas por medio.
Pasado el dramatismo de la Semana Santa, las panaderías expendían precisamente el «Pan de Pascua». Una verdadera delicia familiar. Era grande y tenía la forma de un muñeco. Estaba amasado con huevo, leche, mantequilla, almendras, pasas y otros ingredientes dulces que se combinaban con chocolates del Cusco.
El que se llevaba las palmas por su sabor y consistencia, era el famoso «Pan de Chacayán»; una hogaza deliciosa que se adquiría interdiariamente a la llegada del ferrocariil de Goyllarisquizga. Hechos con harina de trigo y en hornos caseros especiales que les imprimían un sabor inigualable. De él habla Mavilo Calero Pérez y dice con conmovedora evocación: «¿Quién podría resistir la faz dorada de esos panes, su olor penetrante y provocador, su gusto especial, su valor alimenticio y su precio popular? Todos resaltaban que no estaba madurado con levadura industrial sino al natural, con chicha. La harina era pura de la región; la manteca de los cerdos criados afanosamente en casa; cocidos en hornos calentados con leña… Pese a todas estas virtudes su costo estaba más cerca de los pobres. Era un señor pan, por todos los lados, como lo era el “chapla” en la zona de Huánuco”. «El pan charqui», es una pieza amasada con agua, sal y harina y sin levadura. Es muy agradable cuando acaba de salir del horno. Más tarde, pierde consistencia y sabor.
«Pan de Azafrán», amasado con harina de calidad y amarillado con azafrán.
Recuerdo que, en las madrugadas, al salir el pan del horno, mis amigos de la Cooperativa panificadora EL MINERO, no sólo me invitaban los panes frescos sino que los degustábamos con una bebida especial preparada por ellos mismos que recibía el nombre de «Chimpuca» hecha de pan quemado y agua, parecido al café.