El origen mítico de la maca. En la altiplanicie de Bombón que va de la Cima hasta las estribaciones del Nudo de Pasco, en extensión que supera las veinte leguas de Sur a Norte y un ancho promedio de cinco -de Este a Oeste- está la laguna de Chinchaycocha, la más alta del planeta. De ella brotan las corrientes cristalinas que extendiéndose hacia el extremo sur, conforman el legendario Mantaro. En su nacimiento son transparentes, heladas y de poca profundidad, pero a medida que descienden, alcanzan mayor calado al recibir el tributo de otros riachuelos con los que conforma el ubérrimo valle que lleva su nombre.
En aquellos tiempos –dice el códice- cuando los hombres andaban tras la caza nutricia por estas nivosas estepas de frío, emergía como un hito sobrecogedor, RACCO, el “Cerro Gordo”. Pero, no estaba solo, a su lado se elevaba otro, llamado Yacolca, su hermano, que por una desavenencia habida entre ellos, decidió retirarse a otro territorio cercano a Andajes, donde quedó asentado definitivamente. Desde entonces, Racco quedó solitario en territorio pasqueño, venerado como el dios bienhechor, proveedor de alimentos.
En esta pirámide trunca, misteriosa y enorme, está concentrado todo el magnífico poder de atávicas energías. Aquí residía, por ser principal paccarina, Libiac Cancharco, el dios trueno devastador y Yanamarán, su esposa, la diosa lluvia, surtidora de aguas de ríos y cochas; los acompañaban sus hijos: Chuquilla, el rayo; Catuilla, el relámpago; Libiac, el trueno, Úchuc Libiac, el resplandor. Eran tiempos remotos en los que aún no habían llegado los extranjeros barbados, ni siquiera las tribus de los Yauricochas, ni los Pumpush, ni los Tinyahuarcos, ni los Yanamates, ni los Yaros.
Esta legendaria pareja ancestral, premunida de poderes omnímodos, gobernaba la vida de los primeros pastores lugareños. Los cóndores, amos y señores de las alturas -sus vigías- controlaban el cumplimiento de costumbres establecidas por los ancianos. Debían depositar en apachetas, cavernas y depresiones, resguardadas de la agresión del clima, sus ofrendas votivas. Jamás a nadie, se le ocurrió incumplir el tácito mandamiento. Nadie podía fallar. Los jircas y cóndores vigilantes, denunciaban desobediencias y deserciones.
El castigo por incumplimiento era terrible. Chuquilla, con estrépito impresionante remecía la tierra tras el zigzageante latigazo luminoso de Catuilla, el relámpago. Todo temblaba. Los pastores que habían corrido en busca de abrigo en los roquedales, permanecían silenciosos, aplacando con su coca el terror que los invadía. Los sorprendidos en la llanura quedaban estáticos en el mismo lugar. Pastor, perros y animales, permanecían inmóviles, soportando la inclemencia que Yanamarán prodigaba. Si se movían de un lugar a otro, atraerían sobre sí la furia de relámpagos, rayos y truenos que fulminan. Los infieles caían exterminados, convertidos en cenizas.
Esto lo saben los hombres desde pasados milenios. Racco ha revelado a través de los ancianos, los castigos para quienes se atrevan a incumplir las leyes. Así –asegura el Códice- hace miles de años, cuando el mundo estaba todavía en tinieblas y opalinas claridades destacaban los perfiles del paisaje, ocurrió el primer cataclismo que Libiac Cancharco, Yanamarán y sus hijos, desataron. Pesados mastodontes de andar cansino y amenazante, fieros megaterios de espectrales y demoníacas figuras, cayeron chamuscados por la ígnea reventazón de truenos horrorosos que hacían trepidar la tierra; los ciervos gigantescos, la paleollama, antecesora de los camélidos y los salvajes sachacaballos de entonces, cubiertos de lana y cerdas, que deambulaban en manadas espantadas, cayeron también junto con el salvaje predador, tigre dientes de sable. Los dioses habían desatado sus arrebatos incontenibles. Días y noches ilimitados ocasionaron una tormenta de inclementes proporciones.
Los cielos se agitaron en convulsiones mortales dejando abierto un inagotable surtidor de agua que los siglos jamás volvieron a ver. Rayos, truenos y centellas, castigaban las llanuras entre los patéticos gemidos de los monstruos agonizantes. Pronto, el turbión que desgarraba los cielos, se convirtió en torrenteras incontenibles que arrastraron todo lo que encontraba a su paso. Incapaces de mantenerse en pie, los monstruos resbalaron como pequeñas piedras sin destino; arrastrados como briznas insignificantes. Para nada les valió garras, cuernos ni colmillos gigantescos. Desaparecieron como por encanto. Desde la cumbre del mundo fueron arrastrados a valles inferiores y playas remotas donde, finalmente, sus huesos se calcinaron en inmensos arenales. Arriba, quedaron sólo lagos y lagunas esparcidos en grandes extensiones.
Desde entonces, de los manantiales de las alturas, ríos torrentosos desembocan en los océanos regando las tierras bajas donde florece la vida siempre renovada. Así, al noroeste del Nudo de Pasco, en el flanco septentrional del nevado de Raura en la cordillera de Huayhuash, se origina el río Marañón que en sus orígenes recibe los desagües de las lagunas Niñococha, Santa Ana y Lauricocha; al suroeste, nace su mayor afluente que en su nacimiento se llama Rauracancha, luego Blanco; más tarde, impetuoso a medida que desciende, Chaupihuranga. Éste, al juntarse con el Huariaca, forma el majestuoso Huallaga. En territorio Pumpu –parte occidental- nace el legendario Mantaro que, discurriendo paralelo a la costa del Pacífico, fecunda tierras de Tarma, Yauli, Jauja, Huancayo y Tayacaja. Como éstos, incontables manantiales, descendiendo por sus laderas, llegan a formar numerosos ríos.
Tuvo que pasar mucho tiempo –“Nieves de nieves”- para que la tierra volviera a poblarse. Apenas se insinuó la floración de los pastos, aparecieron junto con el hombre, llamas, alpacas, vicuñas y guanacos de espesos y abrigadores pellones; ágiles tarucas y venados de cola blanca; inquietas vizcachas que en los atardeceres asomaban a la entrada de sus madrigueras para gozar de los postreros rayos del sol; también los pequeños mamíferos –ojitos de pedrería-: los cuyes, animalitos ligados a la vida del hombre de estas alturas; compañero y alimento de su vida. Establecido el hombre sobre los Andes, los dioses, muy conmovidos, decidieron impulsar su existencia, impulsándola a prosperar. Conscientes de su misión, decidieron poblar esta meseta cuyos confines se perdían en lejanías inalcanzables, con hombres y mujeres cuya descendencia la cubriera de vida.
Establecieron aquí una raza poderosa con caracteres inconfundibles, precisos e irreversibles, que domeñaran la elevación, la soledad y el pasmo del frío. Una raza con una personalidad única en su morfología, en su fisiología y en su genética; en su salud y en su enfermedad; en las actitudes espirituales, en la guerra, en la organización social, en su vida y en su muerte; puso sobre este páramo, a la Raza Cósmica de los Andes. Hombres y mujeres de pulmones enormes para poder absorber la escasez del oxígeno vivificante; un corazón incansable que hiciera circular pródiga la espesa sangre morena por su cuerpo broncíneo; tan poderoso que pudiera vencer fácilmente el fantasma de la fatiga. Así y desde entonces, estos seres notables tienen un rendimiento muscular, dos, tres y hasta cuatro veces superior al de los pálidos habitantes de las costas y los llanos. Eso sí. Así como los quinuales se revisten de cuantiosas películas para soportar los rigores del clima, la mujer deberá usar numerosas polleras que resguarden con abrigo su fecunda matriz, generadora de vida.
Transcurridos los tiempos, la Raza Cósmica pobló con creces la estepa de pastizales verdes donde vagaban abundantes rebaños de animales primitivos que les sirvió de alimento. En las paredes de las cavernas –sus moradas- dejaron el testimonio de sus audaces proezas cinegéticas. Muchos años adelante, los domesticaron y convivieron con ellos, sirviéndoles de sustento nutricio; sin embargo, Racco no estaba contento. Se encontraba muy preocupado. Su raza no podía depender solamente de la carne. Tenía que ingerir vegetales tonificantes que fatalmente aquí no se daban. En este ventisquero, castigado por vientos helados y eternos, donde no brotaba planta alguna, y los cerros y llanos son pelados, cubiertos con solamente “ichu” y “ocsha”, gramíneas primitivas, se hacía imperativo hacer un milagro. En uso de los poderes que le había conferido el Jirca Yaya, decidió hacer germinar un fruto que no solamente los alimentara, sino también los hiciera fuertes, poderosos y fecundos. Formó una semilla amasada con nieve, rayos de sol, minerales –muchos minerales- y luminosos reflejos del arco iris; pero como el fruto debería ser fuerte y resistente para poder vivir en estas alturas, convocó a las deidades lugareñas, LIBIAC CANCHARCO, el imponente trueno y, YANAMARÁN, la lluvia. Ambas le dotaron de existencia.
LIBIAC CANCHARCO, le insufló un poderoso soplo de vida con el estrépito de un trueno que remeció los Andes y una culebrina de terroríficos ramificaciones que hizo trizas la oscuridad de los cielos. YANAMARÁN, poniendo en juego toda la gama de variantes pluviales, la regó con la delicada sutileza del rocío, con la suavidad de la nieve, aguanieve, nevazones y ventiscas; la sometió a la furia descontrolada de la pedrisca de granizadas implacables; la puso bajo la rigidez de la escarcha y su dureza helada; le enseñó la variedad de un calabobo, un chaparrón, un chubasco y las insufribles trombas de agua. Doce meses después –de la siembra a la cosecha- culminó el prodigio. Venciendo los duros contrastes de temperaturas que dominan estos niveles, inmenso frío, heladas nocturnas y la insolación quemante de los mediodías, apareció sobre la faz de la tierra, el fruto mágico: la Maca. Allí estaban para anunciarlo, esparcidas a ras del suelo, triunfantes como verdes penachos, los florecidos manojos de sus arrosetadas hojas. Había sucedido un prodigio en estas alturas, un verdadero milagro. Desde entonces, sólo en estas comarcas, depósito de toda suerte de minerales, puede germinar esta planta, poderoso compendio de hierro, calcio, yodo, fósforo, potasio, manganeso, magnesio, zinc… alimento excepcional para hombres y mujeres vigorosos.
En el comienzo de la vida, siete sacerdotes subidos de otros tantos lugares feraces, rendían pleitesía a Racco, antes de la siembra de la maca. Gritando desaforadamente a los vientos de los cuatro puntos cardinales, invocaban siete veces a las deidades. Ajustando cuentas, los ancianos aseguraban que las siete invocaciones por los cuatro puntos cardinales, arrojaban la cifra 28, que corresponden a los veintiocho días que componen el ciclo lunar. Si no cumplían con esta costumbre, inconmensurables trombas de aguas borraban todo vestigio de vida. Torrenteras arrolladoras se encargaban de ello. Caso contrario, soles quemantes convertían en cenizas los pastizales y verduras de los valles. Ninguno de estos castigos quieren los hombres, por eso, siempre obedientes, dejaban sus ofrendas a los jircas para que no se enojen.
Actualmente, los agradecidos campesinos, efectúan significativos ceremoniales para la siembra de su semilla. Con hermosas melodías de quenas, antaras, pincullos y tinyas, entierran una piedra un tercio de largo -denominada “huanca”- que representa a Racco, rodeado de un manojo de ichu doblado en dos, con las puntas dirigidas a la superficie. Para que la semilla aprenda a crecer, la entierran con la PITACOCHA (una papa traída de los valles cálidos y partida en dos), junto, a unos panecillos denominados PARPA y TANTALLA; abundantes mazamorras, llamadas TICTI, exuberantes hojas de coca y chicha en profusión. Todo esto pidiéndole a sus dioses ancestrales, prodigalidad y buena calidad en la cosecha.
Cumplido el año, cosechan el fruto portentoso, parecido al rabanito, con colores que el arco iris le ha dado: amarillo, morado, blanco, gris, y matices intermedios; la suavidad transmitida por los ampos de nieve; la dulzura de la chicha; el intenso calor del sol de las alturas, concentrado en su cuerpo y le permite combatir con eficiencia males respiratorios, dolencias reumáticas y deformaciones del bocio. Pero lo más notable de este fruto altamente revitalizador, es su increíble poder fertilizante, amalgamado por los poderosos minerales de la Pachamama, fundidos por los atronadores ramalazos de Libiam Cancharco y regado por la generosa Yanamarán. Es tanto que los jóvenes –hombres y mujeres- en tiempos aurorales estaban prohibidos de ingerirlo por su enervante potencia genética que llegaba hacerlos lujuriosos. En cambio, los casados sí podían degustarlo. Los hacía los amantes más ardientes y perennes. Lo que el fruto toma de la tierra –la chacra debe descansar siete años para volver a producir- se los da a los hombres y mujeres. En estas cósmicas regiones no se conoce la esterilidad ni la impotencia. El milagro es del fruto mágico de los dioses: LA MACA.
hola, he cogido la imagen de la maca para mi web, espero que no te importe.
Un saludo
Apreciado prof. Pérez Arauco,
soy una investigadora de Barcelona que estoy estudiando las divinidades prehispánicas del rayo en la zona andina, motivo por el cual me interesa mucho la información que ha publicado en esta entrada de su blog. Quisiera poder contactar con usted para conversar al respecto, ya que posiblemente vaya a viajar por allí en fechas próximas. Le agradeceré que me escriba un mail a mi correo personal, para poder hacer el contacto directo.
Muchísimas gracias por su atención y felicitaciones por su blog y sus informaciones tan interesantes!
Cordialmente,
Ariadna
Ariadna: Estaré muy honrado con platicar con usted respecto del Cerro de Pasco, sus tradiciones y leyendas.
Gracias
A finales de los años 70, siendo aun estudiante de la Universidad Nacional Daniel Alcides Carrión, tuve como enamorada una hermosa Carhuamayina Cierta mañana al visitarla la note algo vergonzosa y a tanta pregunta del porque, muy temerosa me confió que había preparado una mazamorra con «producto de su tierra», la MACA, y que por su olor y su sabor es posible que no me gustaría, y por su puesto que no fue así; hasta entonces sabia que los lugareños de toda esa basta zona del Bombom comían un producto que era desconocido para la gran mayoría (me incluyo) y con el transcurrir de pocos años llegó a decirse (no puedo afirmar) que era usado en la alimentación de los astronautas en sus viajes espaciales, de tal manera que se hiso tan popular que llego hasta en el desayuno diario de los «carretilleros» de la gran Lima y hasta el extranjero que obligó a formar cooperativas productoras de este fabuloso producto. Hoy en día no se cual será su consumo por estar desligado de las noticias de fuentes cercanas a esta zona..
Muy buenas noches Sr Cesar Arauco
Soy estudiante de la universidad san marcos y estoy realizando un trabajo etnobotanico acerca del los conocimiento tradicionales del Maca en los pueblos aledaños del lago chinchaycocha , y me llamo mucha la atención el articulo que ha publicado acerca de «La leyenda de la Maca» me gustaría saber de donde extrajo el relato tan interesante , ya no que hay una citación bibliografica , si es posible me gustaría tener una entrevista con usted me encantaría .
saludos sinceros
Miguel Durand
Señor Miguel Durand:
Las leyendas populares no tienen autor conocido porque son creaciones populares. Yo la escuché de mis mayores y lo cuento, por eso está dentro de la literatura popular.
Gracias.
Muchas gracias por su respuesta Sr. Cesar Arauco
entiendo que la leyenda haya sido un conocimiento tradicional transmitido de manera oral a su persona a través de sus ancestros y no tenga un origen en concreto.
Como le comente en la actualidad me encuentro realizando mi trabajo de tesis y me gustaría
citar su relato acerca de la » Leyenda de la Maca» , pero siendo un blog no lo podría citar y no se si este relato lo tiene publicado en alguno de sus libros publicados.
Muchas Gracias
Señor Miguel Durand:
El tema lo encuentra en mis libros: «Litertura folclórica del Cerro de Pasco» publicado por el Centro de Cultura Popular «Labor» del Cerro de Pasco y «Voces del Socavón» publicado por el Instituto de Cultura Pasco,
Gracias.
Es apasionante e intensa historia y leyenda de la Maca muchas gracias por compartir ; Abrazo inmenso 🇦🇷