Gerardo Patiño López, ilustre cerreño

Gerardo Patiño López, ilustre cerreño

No sé por qué, pero al verlo, don Gerardo Patiño López se me figuraba un personaje azoriniano. De aquellos que en la Generación del 98, impulsaron la producción literaria ibérica a las primeras filas de la calidad. Su figura alta y distinguida era vista diariamente en las oficinas de «El Minero»: su bastión. En su rostro sereno y expresivo sus ojos oscuros resaltaban con la luz propia. Inquisidores y brillantes, eran el preciso reflejo de su alma. Interrogadores y vivos, ¡sobre todos vivos!. ¡Cuántas cosas no habrán visto en los diez lustros en los que fue primerísimo testigo de los aconteceres de su pueblo!. De su tierra donde había nacido el 3 de octubre de 1896, apenas dos meses antes de que saliera a la luz el periódico que se identificó con su vida. El periódico que se constituyó en su arma de lucha. El periódico que nació con él y con él murió: «El Minero». Hablar de «El Minero» es hablar de don Gerardo.

Así es que, en el año de 1909, Gerardo Patiño entra en el fascinante mundo de las artes gráficas en calidad de aprendiz. Recién está por cumplir 13 años de edad y ya las planillas del «El Minero» lo tienen como su servidor más joven. Aquel extraordinario universo de la tipografía lo seduce. Comienza de recadero, transportando los originales a los cajistas. Sus ojos van descubriendo secretos y sus oídos acumulando consejos. Cuando sus brazos y piernas son mucho más fuertes, comienza a tirar las ediciones de «El Minero» en aquella imprenta de gigantescas y chirriantes ruedas. Más tarde, ducho ya, comienza a componer, a titular las columnas, a regletear, a brozar, a rotular. El transcurso de los días le va abriendo las arcas de los secretos tipográficos. Poco a poco se va enterando de los pormenores del trabajo. No en vano, su padre, el mayor de nuestro ejército don Rufino Patiño Hurtado, ha cultivado en él la disciplina, la rectitud y el trabajo.

Al cumplir los 21 años, en 1916, se presenta a las filas. Debe servir a la patria. Su paso por los cuarteles va amoldando su carácter y fortaleciendo su ánimo. Después de tres años de servicios y con el grado de sargento primero retorna a la tierra amada. Las puertas de «El Minero» se le reabren y a partir de 1919, Gerardo Patiño se convierte en su arrendatario, editor y director, respectivamente. Desde entonces, en forma tenaz y cotidiana va registrando con asiduidad las crónicas de este pueblo minero; sus grandezas y sus miserias, sus triunfos y frustraciones. Crónicas vívidas y emotivas que, en estos momentos, son los más valiosos testimonios del ayer que nosotros se lo agradecemos en toda su grandeza. Si en «El Comercio» está escrita la historia del Perú, en «El Minero» está escrita la historia del Cerro de Pasco.

Periodista inquisitivo y pugnaz, Gerardo Patiño, siempre está allí donde la noticia palpita; pero no sólo para limitarse a informar de lo que ocurre en su tierra. No. Las páginas del diario recogen las creaciones de los ensayistas, poetas, compositores, polemistas; de todos. No hay ningún tipo de preferencia. Es el amigo, el consejero, el guía. Ejerce la docencia de su magisterio periodístico con hechos concretos. Es actor de mil y una realizaciones por el bienestar de su pueblo. Su abnegada madre, doña Talía Rosa López, ha sembrado en su alma el amor por la tierra bendita, el sacrificio por su bienestar. Muchos, muchísimos son sus esfuerzos y realizaciones. Aquí, sólo mencionaremos algunos.

Convencido que las carreteras son los vasos comunicantes de los pueblos, y que éstos deben ser numerosos y funcionales, Gerardo Patiño patrocina la travesía de un carro que señale y abra la posibilidad de una carretera que partiendo del Cerro de Pasco llegue a Lima atravesando la cordillera de «La Viuda». Los deportistas Salinas, Oyorzábal y Begolio realizan la hazaña. «El Minero» anticipándose a lo que actualmente son los corresponsales viajeros, envía a Gamaniel Blanco Murillo -nuestro mártir- para que en forma diaria y meticulosa registre las incidencias del viaje. Estas crónicas llenas de frescura y emotividad nos hablan de aquella gesta heroica. Corría el mes de octubre del año de 1925. El éxito fue el digno corolario de la empresa.

Cercano ya al cincuentenario de la guerra con Chile, consciente del conmovedor martirologio de nuestros hombres de la Columna Pasco, abre una campaña para la erección del testimonio de gratitud de nuestro pueblo a sus inmortales guerreros. El 28 de julio de 1929 se culmina su preciado sueño. Aquel día, por unanimidad, la Honorable Municipalidad de Pasco lo premia con medalla de oro.

Pero no todo fue alegría. ¡Como sufrió don Gerardo Patiño, cuando a manera de una puñalada artera y cruel, el tirano Sánchez Cerro ordenó el cambio de la capital del departamento de Junín. Ya no sería el Cerro de Pasco sino Huancayo. Era el 15 de enero de 1931. Su indignación y estupefacción las volcó en las editoriales de «El Minero». ¡Qué tal lisura!… ¡Por el clima frío!… ¡¿Qué se había creído aquel advenedizo?!. No. La afrenta no debía quedar allí. Todos los hombres que como él estaban en el mejor momento de sus vidas, en el instante en que los ímpetus juveniles se van serenando con el paso de los años, deciden levantarse en armas. Aquel 5 de diciembre de 1931 lo hacen.

El movimiento es develado y los insurrectos enviados al Panóptico de Lima. Entre ellos hay un hombre joven de 18 años: José Melgar Márquez, que jura que matará al tirano. Cuándo está por cumplir su amenaza en la iglesia de Miraflores es apresado, condenado a muerte y luego amnistiado. Entre tanto, don Gerardo Patiño había tomado a pecho la ofensa del tirano. Demoró trece años en lavar la ofensa. Durante este lapso con una tenacidad que no conocía límites, estuvo luchando para restituirle al Cerro de Pasco la categoría que se le había arrebatado. Por fin, el 27 de noviembre de 1944, logra su cometido. Se crea el departamento de Pasco con su capital, el Cerro de Pasco.

Por aquellos años la felicidad a que tiene derecho se hace presente cuando contrae matrimonio con la señorita María Jesús Maldonado Sánchez.

Su labor es intensa, animosa, incansable. En el seno de la Compañía de Bomberos Salvadora Cosmopolita su presencia es continua. Desempeña diversos cargos directivos con entrega y tesón. Por otro lado en el seno del Concejo Provincial de Pasco sus trabajos son numerosos y notables. En el año de 1938 -por ejemplo- trayéndolos y plantándolos el mismo, Gerardo Patiño arboriza el cementerio general de nuestra ciudad. Él ya no está con nosotros, pero allí donde los plantó, los árboles han quedado como un prolongado grito de amor y clara muestra de su hermoso paso por la vida. Aquel mismo año, en su calidad de Inspector de Obras Públicas hace construir el oratorio central del campo santo. En él, el doloroso último adiós a los seres queridos se transforma en sentidas oraciones.

Después que el incendio del jueves santo de 1941 redujera a cenizas el antiguo mercado central construido en 1903 por el acalde Cesare Vitto Cútolo, conjuntamente con el concejal Bonfiglio Verniglio, en una carrera contra el tiempo, edifica el actual mercado con todas las instalaciones necesarias. Eso sí, el segundo piso es destinado al Refectorio Escolar. El lugar donde al amor se manifiesta a través de la gratuita alimentación para los niños pobres de la ciudad.

¡Es verdad aquello de que los grandes fracasos traen grandes enseñanzas!. La insania y la estupidez del «Mocho» nos mostró claramente que, en el concierto de los pueblos del Perú, éramos uno de los más postergados. ¡Claro! Poseímos títulos rimbombantes acumulados a través de todos los años: Nuevo Potosí, Ciudad Real de Minas, Opulenta Ciudad, Capital Minera del Perú… títulos, nada más que títulos. Pero mientras que otras ciudades aledañas contaban con colegios de secundaria donde iban preparando a sus hijos, el Cerro de Pasco sólo poseía dos escuelas municipales y dos escuelas particulares, nada más. Por esa razón no contábamos con promociones de hombres que con su capacidad y entereza lucharan por nuestro pueblo. El panorama es claro. Don Gerardo y una pléyade de hombres así lo entienden y contraen el compromiso de conseguir la creación de un colegio para el pueblo. Gracias a la tenacidad y diligencia de don Gerardo Patiño como promotor y don Ernesto Diez Canseco como ejecutor, el 31 de mayo de 1943 se inaugura solemnemente el Colegio Nacional Daniel Alcides Carrión.

Lector esclarecido e impenitente, don Gerardo sabe que la lectura es el alimento espiritual indispensable para el progreso de los pueblos. Una comunidad sin una biblioteca popular es como un cuerpo sin alma. Convencido de este aserto se echa a trabajar por la construcción de la Biblioteca Municipal «Ángel Ramos Picón – Antonio Martínez». Otra vez el éxito corona su constancia. Frente al desaparecido Hospital Carrión se erige el edificio que por varios lustros albergó a los hombres inquietos de Pasco.

Era conmovedora la forma cómo reverenciaba los grandes acontecimientos históricos de nuestra patria, especialmente los que tuvieron como escenario a la cimera tierra de su nacimiento. La docencia de su pluma mantenía viva la ocurrencia de hechos, personajes, circunstancias. Uno de aquellos acontecimientos que con especial afecto instaba a recordar, era referido a la Batalla del Cerro de Pasco. Cada 6 de diciembre presidía el acto conmemorativo con la participación de los alumnos de las escuelas cerreñas, y, a partir de la década de los 40, contando con la colaboración del maestro don Martín Mendoza Tarazona, los maestros y alumnos de la Escuela 491, escenificaban -para que el pueblo presenciara- los pormenores de aquella memorable batalla «la primera y una de las más importantes de nuestra historia». Una vívida lección de historia.

La importancia de este acontecimiento llegó a conocerse en todos los ámbitos nacionales y extranjeros, gracias a las reseñas de «El Minero». Es así que para el año de 1945, el glorioso ejército argentino, envía una delegación de granaderos al mando del coronel Francisco Fullana, para que en forma reverente, expatríe los restos del soldado argentino caído en aquella memorable contienda. Aquella mañana, en medio de una impresionante expectativa y con un conmovedor toque de silencio ejecutado por un corneta argentino, los granaderos cavaron en terrenos de Patarcocha y, de rodillas, con reverencia y recogimiento, el coronel Fullana recogió varios puñados de tierra cerreña y las puso en una hermosa urna de cristal.

Hoy día, esa urna, junto con las que contienen las tierras de Chacabuco y Maipú, está depositada en el altar de la patria del panteón de los próceres de la hermana República Argentina. Allí está la tierra cerreña empapada de la generosa sangre argentina. Aquella misma mañana que referimos, el gobierno argentino condecoró a don Gerardo con una hermosa medalla de oro.

Al llegar el año de 1948, un despreciable tirano, un enfermizo sujeto que detentaba el cargo de prefecto del departamento, sometió al pueblo cerreño al abuso, a la ignominia, al atropello… encendiendo el alma de sus gentes que, fatalmente, el lunes 16 de febrero de 1948, se manchó las manos con su sangre. La represión -¡Cuándo no!- no se hizo esperar. Hombres, mujeres y niños abarrotaron las cárceles por luchar en defensa del pueblo; por este mismo motivo, el entonces ministro de Gobierno y Policía, Manuel Odría, clausura «El Minero». Aquel fue el golpe mortal. Agobiado por las luchas, por la ignominia, por la incomprensión, por la ingratitud, se cierran definitivamente las páginas del «El Minero».

Cansado, pero jamás rendido, agredido por la masiva inhospitalidad climática de su tierra natal, don Gerardo Patiño López se aleja definitivamente del Cerro de Pasco.

Su extraordinaria capacidad de trabajo, su inteligencia y su entereza nunca supieron de treguas ni de despreciables deserciones. Siempre estuvo presente en el palpitar de su pueblo como protagonista de hermosas historias. Era el testimonio viviente de la historia de su pueblo. Su alejamiento físico del lar nativo le hizo sufrir mucho, no obstante, desde las distancias, mantuvo su amor vigente por estos pagos. Es así que en 1967 crea el escudo del Cerro de Pasco, una obra que viene a ser la acertada síntesis de su concepción de la historia de la tierra minera.

Un prestigioso Colegio comercial del Cerro de Pasco, por consenso de su Director, profesores, alumnos y padres de familia, sopesando la importancia de su ilustre figura, deciden honrar el plantel con su nombre. Hoy el Instituto Nacional de Comercio Nº 39 del Cerro de Pasco lleva el nombre de GERARDO PATIÑO LOPEZ. Un acertado y justo homenaje a quien dedicó su vida al servicio de sus semejantes.

En síntesis, como protagonista de diez lustros de nuestra historia, como cultivador de nuestras tradiciones, como periodista acucioso, como hombre de bien, dejó una estela luminosa y vigente como heredad para los niños de su tierra. Ha sido el hombre cabal que la filosofía oriental sustenta sintetizada en la frase de Lin Yu Tan: Tuvo hijos, plantó árboles y escribió libros. Es decir, que en el epitafio que ponemos en lo más profundo de nuestros corazones, decimos: NO VIVIO EN VANO. La expresión más hermosa y más rotunda en los labios de los hombres al reconocer la grandeza de sus héroes. ¡Gracias, don Gerardo!

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4 comentarios en “Gerardo Patiño López, ilustre cerreño”

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