El padre Gerónimo Jiménez, religioso que no obstante haber nacido en “cuna de oro” vistió el hábito de Santa María de los Ángeles de Lima, más conocido como los Descalzos, contrariando la voluntad de sus padres.
Su abnegación apostólica fue tanta que tras una ardua tarea de difusión y extremada paciencia logró grandes triunfos que todavía se recuerdan. Después de entrar en Huancabamba por la ruta de Paucartambo, llegó a empaparse de la idiosincrasia y las costumbres de los nativos de la zona con cuyos datos se echó tras la conquista de almas para Dios. En un lapso muy corto había evangelizado, Huancabamba, Chorobamba, el Cerro de la Sal y Chanchamayo. Inmenso territorio que era patrimonio de los infieles. Estábamos a mediados del siglo XVII.
Todo iba a pedir de boca. Su misión estaba cumplida a cabalidad. Sin embargo, estando en Quimiri ocurrió un hecho que ensombreció su labor misionera. Aquí, el padre Gerónimo Jiménez, había trabado amistad con un poderoso cacique que a poco de conocerlo le prestó obediencia y ayuda; inclusive, hombres y mujeres a su mando se pusieron a sus órdenes. Sin embargo al poco tiempo se enteró que el cacique Zampati -así se llamaba el salvaje- tenía ocho mujeres viviendo con él, a las que cambiaba cuando le venía en gana. Alarmado por este salvajismo, el fraile trató de convencerlo acerca de la inconveniencia e inmoralidad de esta licenciosa costumbre, arguyendo para ello los mandamientos de nuestra religión.
Nada consiguió. Lo único que logró como respuesta, fue que lo dejaran en paz. Que respetaran su libertad en el ejercicio de su gobierno que estaba basado en ancestrales costumbres. “Un guerrero vencedor -sostenía enfáticamente- tiene derecho a poseer las mujeres que quiera y los hijos que pueda. De todos los herederos que tenga, elegiré al que me suceda en el gobierno de la tribu, el mismo que cuidará de todos sus integrantes. Esto ha sido así, por siglos. Yo mismo –argüía- soy hijo de un cacique que tuvo plena libertad de gobierno. Yo le voy a ayudar a usted en todo lo que esté a mi alcance pero le pido por única vez que no intervenga en mi vida. Al hacerlo me está restando autoridad ante mi gente”. Después de esta afirmación se retiró muy indignado.
Así las cosas, no obstante las airadas protestas de Zampati, gracias a la voluntad y esfuerzo del fraile, todo marchaba muy bien. Se bautizó a todos los niños nativos y se inició la catequización de los jóvenes. Sin embargo de la gran acogida recibida por los naturales, no faltaba día en que algunas mujeres presentaban las quejas de continuas agresiones sexuales del cacique. Todo era que éste viera a una jovencita o una mujer madura atractiva para que se la llevara a su choza e hiciera con ella lo que quisiera. Ninguna mujer se escapaba de sus desmedidos apetitos venéreos. El reinado del abusivo era absoluto.
Así las cosas, el padre Jiménez hizo venir tras varios días de camino, a un grupo de soldados del fuerte de Quiparacra para que pusieran orden en la tribu. Como el cacique Zampati, por su parte también quería deshacerse del fraile, trazo una estratagema que de inmediato puso en juego. Fingiendo un marcado arrepentimiento y absoluta sumisión, le dijo al padre Jiménez que él sabía de unos indios salvajes, a un día de camino, necesitados de auxilio de la religión para convertirse. Su actuación fue tan convincente que el padre Jiménez decidió marchar en busca de aquellos naturales y se hizo acompañar por dos sacerdotes y tres militares.
Cuando la expedición había llegado a un llano del camino, fueron atacados brutalmente por numerosos indios que les dispararon una lluvia de flechas envenenadas que los inmovilizó y luego fueron atacados con tremendas macanas de chonta. El padre Gerónimo Jiménez al presentir lo inevitable se puso de rodillas para su última oración y así, cuando estaba prosternado, fue ultimado a macanazos . Su muerte fue instantánea, pero de todos aquellos miembros de la expedición, un soldado herido huyó aprovechando el abigarrado follaje.
Triunfante y altanero volvió el sanguinario cacique a Quimiri, y tras profanar en una orgía sin nombre los vasos sagrados y el relicario conteniendo el pan de la vida, redujo a cenizas el templo que tanto trabajo había costado erigir al sacerdote y fieles del lugar. Sin embargo el soldado escapado, superando sus heridas infectadas, llegó a duras penas al Cerro de la Sal en donde contó lo sucedido. Los nativos, especialmente los amages, campas y amueshas, testigos de la abnegación y la entrega de Fray Gerónimo Jiménez y sus acompañantes, fueron a Quimiri y le dieron una muerte espantosa al sanguinario Zampati. Quien a hierro mata a hierro muere. Este accidente estancó un tanto el avance de las misiones pero quedó como muestra de lo que los misioneros franciscanos tuvieron que afrontar para la conquista de estos parajes a la civilización. Esto había ocurrido el 8 de diciembre de 1637.
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