El huayno del Cerro de Pasco

El huayno del Cerro de Pasco

Pocos lugares hay en el mundo donde las canciones se identifican plenamente con las variadas facetas de la vida ciudadana. Pocos lugares también donde, intensa y dramática, transcurre la vida con su vorágine de apasionados avatares como en el Cerro de Pasco. Aquí donde el vivir constituye un reto trágico y riesgoso, el huayno es claro vocero de ese azaroso caminar hacia la muerte. Vieja canción de profundas y ancestrales raíces ha caminado por senderos que van desde el páramo gélido y soledoso hasta las negras y trágicas oquedades de la mina siniestra. Es, cuando se lo propone, un fresco panorámico de la tierra, una pintura acertada y precisa de sus vaivenes y vicisitudes. En unos casos –negra premonición de una desgracia que adivina más o menos cercana- sus versos agoreros y tristes hablan de lo que ocurrirá a ultranza.

Huérfano suelo querido,
pronto, pronto te hundirás;
hoy en ruinas convertido,
mañana nada serás.

Todo tu suelo cavado,
cual profunda sepultura;
donde serás enterrado
cumpliendo tu desventura

El mineral que encierra
tu ambicionado suelo,
¡Ay! desventurada tierra,
será causa de tu muerte.

Nada le importa tu suerte,
al ingrato extranjero,
mientras tú hallas la muerte,
él goza con tu dinero.

Estribillo

Regalando tus riquezas
en provecho del extraño,
vas pasando mil pobrezas,
huérfano suelo cerreño.

Cómo no va a cantar un huayno así el cerreño si es impotente testigo de una organizada y perenne destrucción. Ante sus ojos, diaria e implacablemente desaparecen casas, iglesias, escuelas, plazas y barrios enteros entre el estrépito de las explosiones dinamiteras y el imparable ruido de enormes máquinas que se tragan al pueblo histórico del Perú.

Santa Rosa está llorando,
Peña Blanca está de duelo,
porque la Central ha muerto,
sólo queda la Esperanza.

Desde lejos estoy viendo,
la ciudad del Cerro de Pasco
la ciudad de los mineros,
tapadita de nevada
.

Cómo nomás yo supiera,
el día que voy a morirme
para no salir de mi Cerro
y quedarme para siempre
.

Está consciente que es precario habitante de una ciudad que está siendo asesinada lenta pero invariablemente. ¿Te recuerdas, cerreñita,// de nuestro Cerro querido?// antes era todo pampa// ahora lo ves socavones//. Desde hace cuatro siglos, pedazo a pedazo va cayendo. Si antes eran los barreteros y japiris que horadaban sus entrañas, en la actualidad, son las sonoras explosiones las que estremeciéndola hasta los cimientos va destruyéndola implacablemente. Canta este huayno…

Con tiros y explosiones
te destruyen, tierra mía;
tus calles y callejones
se van hundiendo a porfía.

Con tus ricos minerales
compran riqueza y poderes.
Jamás curarán tus males,
ni menos tus padeceres.

Chaupimarca y Yanacancha,
barrios antiguos del Cerro,
con los tiros como cancha,
agonizan sin remedio.

El cerreño está consciente que su tierra no sólo viene dándole al Perú -desde hace siglos- las riquezas de su suelo, sino también su propia vida. Sabe que desde tiempos inmemoriales, de las galerías de su suelo –inagotable surtidor- han salido los dineros para solventar los gastos del Perú. En sus minas murieron centenares de hombre dedicados a la saca de los tesoros y, donde antes floreció una ciudad dinámica y progresista, no queda sino un enorme cráter, como lo expresa este huayno… “cual profunda sepultura// donde serás enterrado// cumpliendo tu desventura”.

Por eso cuando cargado de años, pesadumbres y dolores, el cerreño decide dejar su tierra –generalmente por enérgica disposición de un médico- se aleja de sus predios como huyendo de una horrible pesadilla y, canta.

Ya me voy del Cerro, “china”,
en busca de mejor suerte,
mal pagado en la mina,
no quiero encontrar la muerte.

Sin embargo la mayoría, la totalidad diría mejor, con el corazón desgarrado se aleja de la tierra querida y echándole una última mirada, canta así este huayno:

Cuando salí de mi tierra
una mañana lluviosa,
me encaminé a otros lares
junto con las avecillas.

Pique Lourdes, bocamina,
lugar de mis sufrimientos,
parte de mi vida queda
en tus negras galerías.

Lagunita Patarcocha,
testigo de mis amores,
recordaré tus orillas
y tus aguas cristalinas.

Cerro de Pasco querido:
yo nunca te olvidaré
dentro de mi alma llevaré
cada una de tus calles.

Me voy, me voy de mi tierra
con el alma acongojada,
mi corazón sangra y llora,
por lo lejos que me encuentro.

Ya distante de sus predios, el bardo popular añora su tierra; suspira por su casita aterida e íntima, por sus caóticas callejas de laberínticos trazos, por sus plazas, por sus barrios… y con lágrimas pendientes de los párpados, musita.

Tengo una noticia mala
que me tiene atormentado,
dice que mi Cerro se halla,
hecho una playa desierta.

Habrá ojos desdichados,
pero no serán como los míos
porque los míos se hicieron
para dar agua a los ríos.

Este suelo está mojado,
se conoce que ha llovido,
o mi negra habrá llorado
al acordarse ¡Ay! de mí.

No pocas veces, abatido de dolor y tristeza ante la ausencia del ser querido, de aquel que compartió el calor de las cuatro paredes de la casita minera, estremecido y con un hilo de voz, el huayno musita.

Mírala cómo ha quedado
la casita desolada,
las flores que has cultivado,
toditas se han marchitado.

Nadie podrá en el mundo
impedir que yo te quiera,
siempre habrá un juramento
aunque me cubra la tierra.

Si pretendes olvidarme
recuerda bien tu destino,
si te persigue el olvido,
siempre vas a recordarme.

El cantor que cotidianamente se extasiaba de amor al pasar por una calle, ahora se halla abatido. Diariamente la veía a ella a través de los cristales de la ventana. Su sonrisa era un regalo que le llenaba el corazón de indecibles emociones. Ahora, desde hace días, no asoma el rostro amado a la ventana donde están corridas las cortinas y sus puertas aseguradas con sólidos candados de ausencia. ¿Dónde está?..¿A dónde ha ido?. Nadie lo sabe. El lacerante dolor de aquella partida le hace decir:

Cuando paso por tu puerta
cuando me moja la lluvia,
al ver tu puerta cerrada,
mis ojos lloran por verte.

¿Acaso por quererte quiero,
acaso por amar, te amo?;
este corazón rebelde
sabrá por qué te quiero así.

El huayno cerreño, arrebujado en su poncho de estrellas es también endecha enamorada a la ventana de la prenda querida. Ella, detrás de los cristales, temblorosa y esquiva, se estremece de amor cuando engolando la voz, su cantor le dice:

Aquí está mi corazón.
ábrelo con esta llave,
y verás que dentro de él,
sólo tu imagen se halla.

Nuestro huayno, carrilano de amores, reiterativo y dulzón, bajo el estremecimiento de las noches azules, poblada de cierzo y escarchas, tiene el sortilegio de tejer amorosas promesas recargadas de besos.

Ahí te mando el corazón,
que es el que domina la vida,
no te mando el alma mía
porque esa prenda ya no es mía.

Cuando el sendero amoroso, cubierto de cardos y zarzas, hace imposible el encuentro final, se rebela y escoge la más riesgosa de las opciones. Definitivo y enérgico expresa;

Murallas piensan ponerme,
por separarme de ti.
Separarme es imposible,
quitarme la vida sí.

A veces el piropo se convierte en queja tardía, en demanda, en reconvención, en lamento cuando hecha la evaluación de todo lo vivido se cae en la cuenta que se ha sido víctima de la incomprensión, el capricho o el desdén.

¿Qué tendría yo?
¿Qué estaría hecho yo?
para quererte tanto
sin conocerte bien.

O cuando dolido, dice:

Dime, mujer ¿para qué sembraste
cariño en mi corazón?.
Si la que amo tiene dueño,
no quiero estar en el mundo.

A la luminosa belleza de la mujer cerreña, el huayno –querendón y enamorado- le hace justicia. Con versos acaramelados le dice:

Quién pintar pudiera
con tan diestra pluma,
aquellos donaires
que hay en tu hermosura.

Que hay en tu hermosura
un cielo tan bello.
malhaya quién ama
como yo, tan ciego.

Como yo tan ciego,
lleno de dolor.
malhaya quien hizo
cadenas de amor.

Cadenas de amor
fueron tus ojitos
que ayer me miraron
luego me rindieron.

Luego me rindieron
pero echa de ver,
que amor no se paga
con aborrecer

Con aborrecer
me quitas la vida,
anda falsa ingrata
mal agradecida.

Mal agradecida
no alcanzas perdón,
porque de mis ruinas,
tú eres la ocasión.

Tú eres la ocasión,
de la muerte triste
que acabas de darle,
al que aborreciste.

Vamos a Lima, me dices;
mejor que Lima es Huancayo;
castilla, merino, barato,
y una huanquita de yapa.

Cuando me miran esos tus ojos,
me confiesan que tú me quieres;
dile a tus ojos que no me miren
porque al mirar, me hacen llorar.

Yo te quise con toda el alma
sin embargo me has engañado;
lo que tú has hecho conmigo,
¡Ay! con otro lo has de pagar.

O cuando con profundas reminiscencias andaluzas, dice:

Los ojos –arcanos insondables en la mujer- han motivado más de un verso. El extraño y misterioso brillo que oculta secretos o revela amores escondidos, han sido cantados por el huayno cerreño con deliciosa fruición:

Los ojos de mi morena
tienen un mirar extraño,
que cuando los mira a un hombre
le quitan la vida un año.

O si en coloquial y cariñoso giro recomienda conmiserativo y amante:

Ojos bonitos, no llores,
no llores ni tengas penas,
llorarás cuando me muera,
cuando remedio no tenga.

Nuestro huayno, no sólo es amoroso, aliñado y tierno para cantar a su “urpi” amada, tiene también profundas hendiduras de dolor que, a veces se hace irreverente imprecación y en el colmo de la desesperación, dice:

¿Por qué sensible, Señor, me hiciste
y me creaste con corazón?.
¿Por qué en la nada no me dejaste
sin fe, sin alma, sin existencia…?

La mayoría de las veces tiene una intensidad poética y filosófica que lo hace hermoso y eterno. Por ejemplo cuando canta:

Dicen que de muerto todo se acaba,
dicen que de muerto, todo se olvida;
pero ni de muerto podré olvidarte,
porque has sido como mi madre.

La rosa tiene lindos colores
pero sus espinas hace sangrar,
así tú tienes bonita cara.
pero tus acciones me hacen llorar.

El amorcito que hemos tenido
en una rama se me ha enredado,
vino un fuerte huracancito,
rama y todo se lo ha llevado.

Dentro de las lindes del amor, es el beso el mayor testimonio de un cariño, aunque muchas veces tiene repercusiones dolorosas y recuerdos lacerantes. Por eso, el trovador canta así:

Dos besos tengo en el alma,
dos besos que a mí me matan,
el primero que es de mi madre
y el segundo que tú me diste.

El beso que es de mi madre
me mata porque no vuelve,
el beso que tú me diste
hoy me sirve de martirio.

La culpa tú no la tienes
la culpa la tengo yo,
de darte la rienda suelta
sabiendo que maña tienes.

En ese ambiente de dolor profundo nacido de un mal amor, la herida que deja la ausencia, es muy fuerte. Recogiendo pedazos de su corazón deshecho el poeta dice:

Con este puñal dorado
ábreme por un costado:
ahí verás tu retrato
todo cubierto de sangre,
conforme tú me has dejado.

¿Te acuerdas de aquella noche
en que juraste quererme,
quererme toda la vida;
no para que me hagas sufrir,
no para que me hagas llorar.

Corría los primeros años de la negra década de los cuarenta cuando emergió como un encantamiento la deslumbrante belleza de, Ana María Álvarez Calderón Fernandini, una de las más bellas mujeres que ha tenido el Perú. Aquel deslumbramiento hace que el poeta cerreño en una hermosa comparación le canta así a su rica cerreña.

Tú eres mi encanto, rica cerreña,
no porque atesores plata y diamantes;
lo que me encantan son tus mejillas,
por esa lindura, yo soy tu amante.

Por tu carita rosa y rosada,
tan sólo las flores te igualarían;
si te conociera Ana María,
con ser la reina, te envidiaría.

Por los trabajos, ¡Ay! de la mina,
a mí no me importa morir esclavo,
ya que los domingos y en carnavales,
con mi cerreñita me saco el clavo.

Es pintando la vida minera que el huayno alcanza su máxima intensidad. El centro de trabajo, la “jaula”, la “lamparita” son los elementos que continuamente se repite; es precisamente “Lourdes”, legendario socavón cerreño, escenario de más de una tragedia, de una aventura, de una historia o una leyenda que es cantado así por nuestros poetas:

¡Ay! mi Lourdes, ¡ay! mi Lourdes,
se parece un paraíso
a las diez de la mañana
con sus lindas cerreñitas

Lamparita, lamparita
lamparita de carburo,
tú nomás estás sabiendo
la vida que estoy pasando.

No me gusta, no me agrada,
el trabajo de la mina,
la pobreza me cautiva,
para seguir trabajando.

La mina y la mujer, una constante en el ambiente minero; ambas cargadas de misterio, ambas riesgosas; ambas gravitantes en la existencia laborera.

El pito de la Central
ya me llama, cerreñita;
para alejar todo mal,
que me bese tu boquita.

En mi labor peligrosa,
el recuerdo de tus besos,
es estampa milagrosa
que me conserva ileso.

Avasallado por la fatalidad, constantemente acosado por la tragedia, el huayno en quejumbroso giro dice:

Regando con tus sudores
los minerales cerreños,
obrerito mal pagado,
vas cosechando dolores.

El huayno, llevando como rémora el angustioso dolor de la agonía se ha hecho plañidero lamento, queja incomprendida, desesperanza y quejido.

Poco sueldo y sin propina,
bajo un “Caporal” severo,
obrerito de la mina,
¡Ay! que negro es tu sendero.

Cuando se involucra en la política, se torna beligerante y agresivo. Sólo tres muestras señalaremos en esta remembranza.

Al asumir el poder del gobierno por un golpe de Estado perpetrado el 22 de agosto de 1930 el tirano Luis Miguel Sánchez Cerro, instaura el terror en nuestro pueblo. Comienza su depredación arrebatándonos la capital del Departamento de Junín para trasladarla a Huancayo. Argumentaba frío y la altura; trasladó la Corte Superior de Justicia a aquel lugar y, lo que es peor, se tiñó las manos con la generosa sangre de nuestro joven luchador sindical Gamaniel Blanco Murillo, con la del emblemático militar cerreño Gustavo Jiménez y con la de cientos de mineros cerreños; abarrotó las cárceles con los luchadores del pueblo por lo que el 30 de abril de 1933, el obrero cerreño Abelardo Mendoza Leiva, terminó con la despreciable vida de este miserable histórico. El pueblo conmovido, cantó así el huayno.

Abelardo Mendoza Leiva,
derrotó a la tiranía;
monumento debemos hacerle,
derrumbando la Casa de Piedra.

Cuando en 1936, el gobierno de Benavides devaluó nuestra moneda creando un caos económico, el pueblo cantó así:

Viva, viva, viva Benavides,
viva, viva, viva, Benavides;
tanto viva, viva, supainim apargum
tanto viva, viva, supainim apargum

Este billete verde, no quiere pasar,
este billete verde no quiere pasar;
Quién tiene la culpa sino Benavides,
quién tiene la culpa sino Benavides.

En 1948 un despreciable petri metri que fungía de Prefecto del Departamento de Pasco, trató de convertir a nuestro pueblo en su feudo y, despreciando ofensivamente a hombres y mujeres que sufrían las restricciones del Gobierno, los humilló. El pueblo llegó a irritarse tanto que en la asonada sangrienta del lunes 16 de febrero de 1948, se manchó las manos con la sangre de este despreciable tirano. Antes del motín, el pueblo cantaba así:

Tan amarga es esta vida, ¡Ay! cerreñita
tan amarga es esta vida ¡Ay! cerreñita,
cola más cola. en cada esquina;
ya no hay azúcar, arroz ni harina.

¡Carestías, picardías ¡Ay cerreñita¡,
¡carestías, piardías, ¡Ay! cerreñita;
ya resbalarán con sus engaños,
porque no hay mal que dure cien años.

Nuestras calles se arruinan, ¡Ay! cerreñita,
nuestras casas se arruinan, ¡Ay! cerreñita,
entre las ruinas y la pobreza,
pasa a la historia su real grandeza.

En cuanto danza, tiene un sello muy personal. Sobre la base del sentimiento nativo, se fundió con la alegría española traída por los conquistadores. Así nació fino y elegante. Pulió la agresiva jocundia guerrera de los nativos y se alegró con la gracia festiva de los venidos. El huayno cerreño, gesto de libertad y decencia no avasalla, no se atreve, insinúa. Jamás por decir lo menos, a un caballero se le ocurrirá tomarse la libertad de coger las manos de su pareja. No. Desde la atildada invitación a la pareja –pañuelo en mano- hasta el final del coreográfico torneo de la danza, el comedimiento y la solicitud estarán vigentes convertidas en pleitesía a ella. Cada uno, en un torneo de elegancia y plasticidad, bailará libremente con tan solo el asedio del galán y la sutil huida de la pareja. En cuanto al remate, los desplazamientos armónicos de los bailantes nativos se convierten en elegante zapateo, remedo y recuerdo de soleares, seguirillas y fandangos españoles.

Viejos cerreños me contaban que en aquellos saraos de leyenda con los que se cumplimentaba a los amigos, eran los anfitriones los que designaban a las parejas para cada turno; nunca más de dos y casi siempre una sola.

En cuanto el bordoneo de sextas y primas anuncian el comienzo del huayno, el caballero, solícito y galante, se acerca muy respetuosamente a la dama y la invita a bailar; ella con un gesto de asentimiento y una sonrisa muy sutil, acepta. Ambos están frente a frente. Él, fino pañuelo en la mano derecha –tremolante bandera de alegría- ubica su izquierda en el ulterior bolsillo del pantalón, quedando al descubierto el chaleco abierto donde la artística leontina de brillantes eslabones sujetan un macizo Longines de tres tapas; o, caso contrario, como quien extrae una monedas del bolsillo izquierdo del chaleco, índice y pulgar de aquella mano se introducen en la bolsa. Ella, entretanto, con sus finos deditos de alabastro, adornados de hermosos piochos de oro y plata, ha recogido los vuelos laterales de su pollera y, con remilgos y misterio, la levanta sutilmente mostrando los bordados encajes de sus fustanes recamados de flores; su cálido y encrespado pañolón de “Alaska”, sujeto con un “tickpe” de cinco quintos de oro, deja libre las turgencias de una polka de fina seda, iluminada de abalorios y borrachera de bobos y cintajos.

¡Qué hermosa está la mujer cerreña!

Las primeras figuras de esta pujante coreografía minera se inician con unos tientos de la pareja. Con su flameante pañuelo él va y viene señalando el itinerario de la ruta jaranera que ella sigue con recato y elegancia en tanto se recrea tejiendo hermosas figuras con el suave contoneo de sus caderas. Ahora giran, se revuelven, van y vienen; ora salen por un costado, ora regresan como después de un saludo.

¡Qué elegancia! ¡Que alegría!

Ella como sorprendida, adorada y ruborosa, va y viene zafándose del amoroso asedio con candorosidad, con finura, con elegancia, con fingida indiferencia. Así es. Nunca una sonrisa abierta y atrevida. No. Jamás el coqueteo prematuramente rendido de la limeña o la norteña. El rostro cerreño de muñeca capulí, serio, distinguido, casi inexpresivo, en el que él, constante y zahorí, debe descubrir en un destello casi imperceptible, en un brillo fugaz como el brevísimo pestañeo de una estrella lejana, la amorosa correspondencia.

¡Los pañuelos dibujan arabescos, los ojos se aman, los cuerpos de cimbran, los corazones palpitan en una vorágine de emociones!

Las faldas –perinolas de colores- giran en quebradillos y molinetes, floreándose, iluminándose, estremeciéndose y, cuando los cuerpos han entrado en calor, una voz bronca, poderosa voz de socavón, avisa: ¡¡¡AURA!!! (ahora) y de inmediato, como diluvio de tronantes triquitraques, los compases musicales arrecian siguiéndole una reventazón de tacos y de puntas, revuelos de enaguas y cabriolas de faldellines en un torneo de sincopados zapateos. El corro agita la alegría en cadencias de espontáneos palmoteos y gritos de alegría. ¡Aura Maura!… ¡Dale duro, dale fuerte!… ¡Aura mi cerreñita!… ¡Voy a ella!…Girasoles de polleras en el trompo variopinto del zodiaco de la jarana. El zapateo jadea entre gambetas y escobillados, llegadas y retiradas, giros y contoneos. Las palmas alientan y ellos no se dan tregua; los relucientes zapatos de él y las botitas de cordobán, altas y elegantes de ella, pintan extrañas filigranas en el piso; entretanto, los largos y tintineantes aretes de oro, roban prismas de luz a la jarana..

¡Así es el huayno cerreño, alma de mi pueblo!… ¡Viva el Perú!

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