Los más de 200 años de nuestra Independencia nos mueve a reflexionar sobre la vida de nuestro pueblo, el Cerro de Pasco, que, a decir verdad, no ha sido recompensado como ha debido serlo en mérito a todo lo que le ha dado a nuestro país.
Comencemos por el principio, como lo vieron en nuestros libros, blog y programas de radio, nuestro pueblo nace oficialmente cuando se efectúa el primer denuncio de sus minas para explotarlas. Hasta ese momento -octubre de 1567- nuestros antepasados, los yauricochas, habían vivido tranquilamente en nuestro territorio alternando la caza con el trabajo minero. Sí, tres cientos años antes –esto lo afirman los sabios- ya trabajaban el oro y la plata con una pericia extraordinaria. Esta no es una invención antojadiza. Los cronistas españoles son muy expresivos: Pedro Cieza de León, Íñigo Ortiz de Zúñiga, Garcilaso de la Vega, los primeros. Agustín de Zárate, Francisco de Jerez y Pedro Sancho de la Hoz, después. Ellos se encargaron de dejar el testimonio que aquellas obras de arte que nuestros antepasados enviaron a Cajamarca para el rescate del inca Atahualpa, fueron fabulosas. Todas estas esculturas concitaron la admiración de los extranjeros. Los especialistas afirman: “Los yauricochas fueron los más brillantes orfebres de América”.
Cuando en el Cusco se enteraron de esta noticia, nuestro suelo se convirtió en codiciado botín para ellos. Con engaños y prebendas nos anexaron en tiempos de Pachacutec. A partir de entonces, todo el oro y la plata de nuestro territorio, se fue para el Cusco sin que nada quedara aquí. Había pena de muerte para los que osaran apropiarse de ellos. Los cusqueños fueron nuestros primeros explotadores.
Los españoles, como ya lo sabemos, convirtieron a nuestra tierra en fuente de interminables caudales al ignominioso precio de un dantesco genocidio nunca jamás igualado en la tierra. Las minas cerreñas se convirtieron en tumbas oprobiosas y malditas con miles de vidas truncadas en sus galerías siniestras como aquellos 300 hombres que murieron en 1756 en la mina de Matagente, o aquel de 29 hombres que en enero de 1910 fallecieron mutilados por una explosión de gas grisú de “Pique Chico” en Goyllarisquizga y que, en el mismo lugar, desaparecieras 300 hombres más en agosto de aquel año. O aquel grupo de 57 hombres que en igual forma murió en “El Dorado”. No olvidemos tampoco la matanza de diciembre de 1908 ni tantos otras hecatombes en los que desaparecieron nuestros hombres en su inacabable trabajo por extraer los valiosos y sangrientos minerales.
Pero es necesario remarcar que no sólo le dimos riquezas minerales a nuestro país. Desde Cerro de Pasco, también le brindamos el generoso aporte humano de nuestras gentes. Cuando cansados de los atropellos deciden alzarse en protesta, forman las gloriosas montoneras que se levantan en contra de los abusivos. Triunfaron. Sus nombres han sido eclipsados por los indolentes y los canallas. Comenzando por nuestra preclara heroína María Valdizán que no sólo con sus peculios aprovisionó a sus compatriotas sino también con su vida. Mantenía informado de los movimientos de los realistas a los luchadores del pueblo: Camilo Mier, comandante en jefe de las guerrillas cerreñas; Mariano Fano, en Cahupihuaranga; Pablo Álvarez, en Huachón; Ramón García Puga, en Yanahuanca; Antonio Velásquez, en Pallanchacra; Cipriano Delgado, en Tapuc Michivilca; Custodio Álvarez, en Huayllay. Así como ellos, muchos otros. Con ellos, las abnegadas mujeres cerreñas. Antes, mucho antes, contumaces luchadores de nuestro pueblo fueron juzgados en febrero de 1812: Fray Mariano Aspiazu; Mariano Cárdenas Valdivieso y Manuel Rivera Ortega. Cuando por orden de San Martín, Álvarez de Arenales llega a nuestro territorio, se sorprende de la manera cómo habían luchado nuestros hombres para allanar el camino de nuestra libertad.
Pero jurada nuestra independencia, los frutos fueron cosechados por los poderosos. Cerro de Pasco fue vilmente postergado, como siempre. Desde entonces nada ha cambiado. Cuando a mediados del siglo XIX se abren las puertas de nuestra patria a los extranjeros, éstos toman preferentemente como su lugar de residencia a nuestro suelo. Claro. ¡Querían explotar, como lo hicieron, sus proverbiales riquezas mineras!!. De todos los rincones del mundo vinieron a afincarse en nuestra tierra. Españoles, ingleses, franceses, croatas, húngaros, italianos, dálmatas, montenegrinos, checos, bosnios, chinos, japoneses, griegos, norteamericanos, jamaiquinos, judíos… Se establecieron doce consulados. A partir de entonces nuestra tierra se hizo conocida en todo el mundo. Claro, estaba libremente dispuesta a ser trabajada por estos extranjeros que, en cincuenta años, amasaron incalculables fortunas con las que edificaron grandes casonas en diversas partes de nuestro territorio, especialmente en Lima.
Mientras estuvieron en nuestra ciudad vivieron plácidamente dentro de sus palacetes particulares con acomodo y holgura, recordando, eso sí, sus costumbres, sus danzas y sus canciones. Nuestro pueblo que tenía acceso a sus celebraciones las asimiló a su modo naciendo por ello, la chunguinada, la muliza y muchas canciones con viejos retazos de influencia extranjera. En lo material, a parte de la torre del Hospital, el cementerio y el propio hospital, nada más dejaron para la tierra bendita que los había hecho ricos. Todos estos forasteros pensaban, como nosotros seguimos haciéndolo, que en corto tiempo nuestras minas se agotarían. No ha sido así. Los huesos de los agoreros se han blanqueado en los camposantos mientras nuestra tierra sigue impertérrita hacia delante. Inagotable; desde hace quinientos años.
Con todo lo que acumularon bien pudieron solventar la construcción de una catedral, teatros, universidades, bibliotecas, museos, colegios como sucedió en Guanajuato, Potosí, Oruro, Sombrerete, Real del Monte, etc., ciudades mineras como Cerro de Pasco. No tuvimos esa suerte. Todos sus caudales se los llevaron a otros lugares y nuestra ciudad quedaba ruinosa y destartalada como si hubiera sido bombardeada por salvajes enemigos. ¡Mírenla ahora! No es sino un cráter siniestro con sus gentes que, para no morir, se han aferrado a los cerros.
Los primeros años del siglo XX aparecen los norteamericanos que ya conocían de los inmensos caudales de cobre que reposaban en nuestra tierra. De inmediato compran las minas de propietarios nacionales y extranjeros. Con bolsas de relucientes libras peruanas de oro sacadas del Banco de Perú y Londres adquieren centenares de propiedades. El negocio se realizaba en forma pública ante el asombro de los cerreños. Simultáneamente hacían grandes denuncios de nuevas minas en todo el perímetro de nuestro territorio. Los ocho diarios de nuestra ciudad son depositarios de aquellos testimonios. En un santiamén los norteamericanos se convirtieron en dueños de la ciudad. Claro, la Ley de Minería promulgada en esos días y con el fin de contentar a los explotadores establecía que por cada denuncio se debía pagar sólo –leánlo bien- quince soles. ¡No importaba la extensión!
Así nuestra tierra fue vendida a los gringos. Éstos a diferencia de los europeos, se fueron a vivir en Bellavista y como hicieron con los “pieles rojas”, sólo entraban las personas que servían sus mezquinos intereses. Nunca alternaron con el pueblo cerreño. Fueron muy herméticos y egoístas. Los únicos que eran bien vistos por estos desgarbados y orondos extranjeros eran las autoridades que se aprestaban a servirlos incondicionalmente y los “Chupamedias”, sirvientes incondicionales de los gringos comenzaron a tener gran vigencia en este siglo. Hasta inglés aprendieron a hablar los “felipillos” para servir mejor a sus amos. Cuando nuestras autoridades quisieron realizar obras para el mejoramiento de la ciudad, los gringos se opusieron. Dijeron que nada podían hacer sin su consentimiento porque la ciudad les pertenecía. ¡Imagínense!. Entonces nuestra municipalidad buscó un deslinde judicial que nos diera la razón a nosotros.
Fue una lucha titánica de más de cuarenta años. Por fin, cuando nuestros viejos consiguieron que se haga el deslinde a fines de 1942, después de tanto tire y afloje, nos arrojaron trescientos mil soles sobre la mesa, como una limosna, arguyendo que ése era el pago compensatorio por tanto abuso en contra de la ciudad del Cerro de Pasco. ¡Tres cientos mil soles!, cuando en ese mismo tiempo, ellos habían sacado miles de millones de dólares de las entrañas de nuestra tierra. Esta ha sido otra de las más grandes ignominias que se cometió contra nuestro pueblo. ¿Dónde estaban las autoridades del Perú? Vergonzosamente indolentes ante el atropello. No querían enojar a los explotadores.
Alguna vez lo dijimos y ahora lo repetimos, si a alguien se le ocurriera escribir la infamia de la historia en el Perú, tendría que comenzar en el Cerro de Pasco y, es cierto. Los diferentes regímenes que gobernaron el Perú nos marginaron tendenciosamente. Comenzaron con la educación. Sólo los poderosos tenían oportunidad de educarse debidamente. Ellos hicieron escuelas religiosas y, en todo caso, trajeron maestros e institutrices particulares para que enseñaran a sus hijos. Para los niños del pueblo estaban abiertas las dos únicas escuelitas municipales en donde muy pocos niños se refugiaban. La mayoría comenzaron a trabajar desde muy pequeños. Diez y once años, para comenzar en la escogencia de minerales. Con el tiempo, los más humildes irían a engrosar las hordas de mineros que bajaban a los antros de horror y, los perspicaces, serían portapliegos y ayudantes de talleres donde fijarían su destino. La educación secundaria no existía. No teníamos colegios. Otros pueblos del entorno contaban con estos centros desde pocos años después de jurada la independencia: Huánuco, Tarma, Huancayo, Huancavelica, Jauja, Ayacucho. Claro, los explotadores contaban con la implícita complicidad de los padres indolentes.
Ellos veían que nuestros niños al comenzar a trabajar desde temprano les estaban liberando de la enorme responsabilidad de mantenerlos. ¡Qué maldita irresponsabilidad!. Estos indolentes se dedicaron a las celebraciones frívolas de los carnavales donde hacían pródigos derroches de dinero. Hubo numerosos clubes carnavalescos en los que anualmente se había un gran gasto en presentaciones espectaculares a un elevado costo económico. Las fiestas patronales eran espectaculares. Creíamos estar viviendo en la Gran Mundo de Opulencia que nunca acabaría. Qué error. Fue en 1931 cuando el malandrín de turno, el “Mocho” Sánchez Cerro nos arrebató la capital del departamento de Junín cuando nos dimos cuenta que habíamos perdido muchísimos años sin preparar a nuestra juventud. Recién en ese momento se trató de enmendar nuestra terrible postergación. Recién a partir de la cuarta década del siglo pasado se instauraron colegios secundarios en nuestra ciudad. Por fin llegaba a su término aquella época de oscurantismo, estupidez e indolencia que no había obnubilado.
Por eso cuando trataron de volver va sumirnos en la ignorancia cerrando la Universidad Comunal, marchamos en rebeldía y conseguimos la creación de nuestra Universidad autónoma. Eso lo hicieron los estudiantes con la ayuda de nuestro pueblo. Nadie nos regaló nada. Ahora está en nuestras manos superarnos. No nos quedemos inactivos. Nuestros hijos merecen lo mejor. Tienen derecho. La educación es el principal soporte del progreso de los pueblos. Cuánta razón tenía Gary Becker, premio nobel de economía cuando decía: “La riqueza de los pueblos no están en sus pozos petroleros, ni en sus minas, ni en sus campos agrícolas. La riqueza de los pueblos está en la inteligencia de sus niños”. ¡¡¡Que gran verdad!!! . Sin embargo, en estos dramáticos momentos, a nuestros niños que son nuestra verdadera riqueza, la minería los está envenenando cruelmente. Casi todos tienen plomo y otros metales pesados en la sangre, como hace muchos años, nuestros antepasados tenían mercurio y sílice en los pulmones.
Bueno, pero no sólo en las minas se inmolaron nuestros hombres. Cuando la patria estuvo en peligro, salieron en defensa de nuestras fronteras. Recordemos a aquellos 220 hombres de la heroica Columnas Pasco –flor y nata de nuestra juventud- que fueron, uniformados, armados y preparados con el peculio de nuestro pueblo sin que le costase un solo centavo a nuestro país. Partieron el 7 de mayo de 1879 de nuestra tierra amada y después de cruzar inmensos e inhóspitos arenales combatieron en San Francisco, Tarapacá, Tacna y cayeron al lado de nuestro glorioso coronel Francisco Bolognesi aquel 7 de junio de 1880 en la batalla de Arica. Todos murieron heroicamente. Cuando los chilenos, estaban para tomar Lima, un segundo grupo de voluntarios aglutinados en la segunda Columna Pasco, conformado por niños y ancianos fue a defender Lima. Fatalmente vencidas nuestras tropas, los chilenos deciden tomar el Cerro de Pasco y parten a avasallarnos. Luchamos como fieras para no dejarnos humillar.
No sólo nosotros, también los otros pueblos de Pasco como Cajamarquilla y Huariaca, primeramente, después Vilcabamba que al repeler a los invasores sufriera sangrientas represalias como la del 7 de junio de 1882 en que quedó reducida a cenizas sobre los heroicos despojos de Paula Fiada, Máximo Guillermo, Epitación Ramos, José Vásquez, Micaela Villegas, Salomena Javier, Martina Víncula, Ezequiel Eslado, Martín Aguilar y Rufino Rupay. Otro soldado heroico fue el comandante Gustavo Jiménez, apodado “El Zorro”, presidente de la república en la Junta Transitoria de 1931. Al levantarse a favor de la ley contra el “Mocho” Sánchez Cerro, es apresado en Paiján y asesinado el 14 de mayo de 1933 con la modalidad de “la ley de fuga”. Nuestra historia también registra a dos soldados cerreños que se inmolaron en la guerra contra el Ecuador. El sargento Teófilo Morales Janampa, natural de Huaraucaca, muerto en Aguas Verdes el 22 de julio de 1942 y al alférez Lorenzo Rocovich Minaya, el mismo año, en Porotillo. Otro heroico soldado cerreño fue don Teodomiro Gutiérres Cuevas que, en 1915, liderando a diez mil indios de Azángaro se levantó contra los terratenientes que los martirizaban. Pago con su vida este intento.
Nuestra ofrenda a la historia del Perú, como vemos, no se ha limitado a nuestros valiosos aportes económicos apara la grandeza de nuestra patria. No. Los filones humanos de nuestro pueblo son inagotables: Daniel Carrión García, mártir de la medicina; Evaristo San Cristóval y León, el más grandes maestro dibujante de fines del siglo pasado; Luis Favio Xammar, maestro y escritor notable, muerto trágicamente en Bogotá, Poetas como Ambrosio Casquero Dianderas, Lorenzo Landauro, Arturo Mac Donald, Graciela Tremolada, Isabel Unzátegui, Juvenal Augusto Rojas, Esther Moreno, Luis Pajuelo Frías, Luis Ferrari. Pintores como Leoncio Lugo, Teresa Lactayo, Miguel Ampuero, Clotilde Jurado, Carlos Palma Tapia; compositores como Andrés Urbina, Ramiro Ráez, Pablo Morales, Jorge Morales; músicos como Gracianos Ricci, Jesús Enciso, Ángel Portillo, Julio Patiño, Armando Paredes, hermanos Yacolca, Fidel Roque, Francisco Azcárate, Aurelio y Humberto Romero, César Bustamante, Pablo Palacios, los hermanos Apestegui…
Es en el Cerro de Pasco donde se han iniciado las luchas gremiales. Recordamos a Washington Oviedo que es el primero en luchar por las ocho horas; Gamaniel Blanco Murillo, fundador de los sindicatos mineros de La Oroya, Morococha, Mahr Tunel, organizador del primer congreso minero de 1930, maestro deportista, compositor y periodista, después de heroica lucha es asesinado en el frontón por orden del “Mocho” Sánchez Cerro, el 17 de abril de 1931. A Blanco se suman, Pablo Inza Basilio, Gudelio Espinoza Córdova, Melchor Gamarra, y tantos otros.
Hay tanto por recordar de nuestro aporte a la grandeza de la patria. Felicidades hermanos.
Conoce la historia del Cerro de Pasco en la obra de César Pérez Arauco, disponible en Amazon.