Se sabe que en un pueblecito pasqueño, hace ya muchísimos años, vivía una anciana de tétrica figura, siempre trajeada de negro que era dueña de una chacra a las afueras del pueblo. A la llegada de cada cosecha, debido a extrañas y mágicos conjuros que realizaba diariamente, obtenía considerables cantidades de grandes y harinosas papas, en tanto que sus vecinos, sólo ralas, pequeñas, aguanosas y agusanadas. Nadie comprendía el por qué de este prodigio; es más, como no habían podido arrancarle una sola palabra, vivían intrigados acerca de su identidad.
Así las cosas, a la llegada de la cosecha de aquel año, nuevamente las papas más abundantes y hermosas fueron para ella. Los vecinos, la mirada torva e inconforme, veían cómo la anciana almacenaba las enormes papas en su gigantesca troje.
Una noche, mientras la vieja dormía, un sapo de enormes proporciones y repulsivo aspecto que había logrado introducirse en el hórreo, comenzó a devorar aquellos apetitosos tubérculos. El escandaloso ruido que hacía al comer despertó a la irascible mujer que, al sorprenderlo, pronunció fuera de sí enérgicas y cabalística palabras en un extraño idioma que nadie conocía; luego se echó a soplar con todas las fuerzas que le daba su esmirriada naturaleza, abultando sus carrillos, rugosos y flácidos como un globo descomunal; al momento -clímax de sortilegio- un silbante viento huracanado se desató sobre el poblado destechando casas y arrancando árboles desde sus raíces.
El sapo, causante de la ira satánica, voló por los aires a muchísimas leguas de distancia hasta quedar colgado de una gigantesca roca donde permanece hasta ahora, pero ya convertido en piedra. Recién las gentes comprendieron que la vieja de las negras vestiduras, era una bruja malvada que poco tiempo después, al sentirse descubierta, huyó del pueblo una noche que los perros inundaron de sobrecogedores aullidos al poblado.
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