Es costumbre muy conocida en todos los pueblos del mundo resaltar las características más saltantes de los miembros de su comunidad por algo más que por sus legítimos nombres de pila. Para ello utilizan sobrenombres o apodos, que no son sino denominaciones que denotan burla, malicia, antipatía, envidia o maledicencia; a veces también, admiración, temor o simpatía pero, en todo caso, son muestras del agudo ingenio del que los pone.
El apodo tiene como sinónimos: sobrenombre, malcomer, remoquete, mal nombre, mote o la criolla “chapa”. Es infaltable entre la gente del hampa que lo utiliza como alias para ocultar el verdadero nombre, y sirve en todo caso, como una identificación precisa sobre lo que el grupo siente hacia la persona apodada.
El diccionario de la lengua castellana lo define así: “El apodo es el nombre que suele darse a una persona tomando sus defectos corporales o morales o de alguna otra circunstancia// (2) Chiste o dicho gracioso con que se califica a una persona o cosa, sirviéndose ordinariamente de una ingeniosa comparación”.
Los apodos son usados generalmente para motejar a los políticos, artistas, futbolistas, toreros, etc. Es más grande cuanto más crecida es la popularidad del apodado: “La pulga”, Lionel Messi; “El Ruiseñor de París” Edit Piaf; “El Pasmo de Triana”, (Juan Belmonte); “El Gavilán”.Johan Fano; “El tanque de Casma”, (Valeriano López); “El maestrito”, (Nolberto Solano); “Pelé”, Edson Arantes Do Nascimento; “El Loco”, Juan Vargas; “La Zurda de Oro” Cecilia Tait; “La Señito”, Gisela Valcárcel.
El origen del apodo es, indudablemente, creación individual que pronto se hace colectivo y, si ha tenido la precisión de una fotografía, se graba con letras de fuego en la memoria colectiva.
En el Cerro de Pasco, nuestra cambiante ciudad por sus límites pequeños, las clases sociales estaban claramente definidas y todos –los de arriba y los de abajo- se conocían precisamente por sus apodos. Si bien algunas personas tomaban el sobrenombre con espíritu deportivo y amplio sentido del humor, otros en cambio lo recibían como una ofensa imperdonable, que había que castigar.
Los apodos más frecuentes son los que se complacen en señalar los defectos físicos más saltantes: gordo (chancho), flaco (agra), alto, (longo); bajo, “chato”; jorobado (Curco); labio leporino (Wisha); Cojo (Wegro); etc. En nuestra ciudad los remoquetes más notables que permanecieron retratando a sus propietarios fueron: “Liclish” Ráez, “Ciego” Urbina, “Ñahuirón” Malpartida, “Muerto” Pajuelo; “Frivor” Frías; “Chivillo” Frías; “Piñachuncho” Bustamante; “Capachón” Minaya; “Tablacasaca” Remuzgo; “Cullubotas” Rojas; “Anchico” Rojas; “Shilaco” Llanos; “Maratón” Llanos; “Trapito” Rodríguez; “Cocoliche” Ramón; “Estimao” Lozano, “Sapo Parao” Tello Véliz, “Teterón” Tello; “Pabilo” Arias; “Trompito” Llanos, “Sacha” Guerra, “Picucho” Salas, “Perico” Cárdenas, “Wisky” Lactayo, “Chunchulín” Pérez; “Mecapo” Paitán; “Llamacunca” Jurado; “Calaver” Díaz; “Chacalhua” Farge, “Chacalhua” Ramírez, “Mishino” Cervantes, “Chinchino” Robles, “Cuyuyinti” Galarza, “Cabito” Benavides, “Alejandro” Rodríguez, “Traca” Espinoza; “Malaco” Yupari, “Pico” Romero, “Samuray” González, “Rogromanca” Mendoza, “Patas a la Oreja”, “Huevo” Lavado, “Cholo” Llanos, “Chancho” Torrecilla, “Gato” Porras, “Sogpe” Palomino, “Matango” Ordóñez, “Charol” Gamonal; “Tuto” Picón; “Loco” Pajuelo, “Ruco” Castro, “Capón” Ramos, “Chalwa” Meza…
Los artistas en poner apodos fueron: Capachón Minaya y Ramiro Ráez. Usaban los “Bandos” y “Mensajes” carnavalescos para poner en vigencia su ingenio. Don Ramiro, además tenía en el “Hipo”, festivo periódico de su dirección, un efectivo medio para poner en vigencia los apodos que en casi todos los casos acompañaron a sus poseedores hasta la muerte. Igual cosa diremos del CAPACHON. Su nombre era Alberto Minaya Rolando, pero nadie lo conocía por tal; en todos los confines de la tierra minera se le nombraba CAPACHON.
A veces, los apodos sirven para que la colectividad ejerza su venganza contra hombres o mujeres que por su talento atraen su envidia; el apodo es el más común medio de venganza. Por ejemplo, en el Cerro de Pasco había un joven poeta, alto y simpático, hijo de un escocés que, por sus habilidades poéticas, se había ganado la mala voluntad de la chusma. Como este joven era mecánico y siempre andaba con el mameluco grasoso, lo llamaron: “Carca pecho”, es decir pecho grasoso. A otro escritor que usaba unas polainas abrigadoras para combatir el frío que origina las continuas nevadas, le llamaban “Huagra botas”, es decir botas de cuerno. A un violinista que usaba perennemente un grueso y abrigador saco de cuero le pusieron: Tablacasaca. Al famoso compositor Víctor Arriola, autor del hermoso huaino, “Bien Mío”, lo conocían por: “Mocho”. Le faltaba un dedo de una mano. Al que durante más de cincuenta años nos engañó como autor de la muliza “A ti”, Mariano B. Collao, que además era notable cantante, le decían el “Burro”.
Por lo demás, los apodos de animales forman interminable lista; por ejemplo, los perros: Perro Porras, Perro Suárez, Perro Espinoza, Perro Palomino. Los gatos forman otra cantidad de apodados cerreños: Gato Galarza, Gato Rivera, Gato Parra, Gato Solís … Todos ellos con ojos claros: azules, celestes o verdes, es decir con ojos parecidos a los de los gatos. Aquellos que tenían largas y ensortijadas barbas eran apodados “Shapos”: Shapo Chaparro, Shapo Cristóbal. Los de cabello rojizo, son los “Pucas” como todos los “puca” Porras. Los sapos también forman un a legión respetable: Sapo Meza, Sapo Heredia, Sapo Parao……
A veces ocurren los sobre apodos, como en el caso de “Chacha-Sapo”, mote con el que se le conoce a un ingeniero de minas al que, no hay más que mirarlo para comprender el por qué del apodo, sólo que éste ya peina canas y por ello le llaman “Chacha”, es decir, viejo; “Chacha-sapo” Sapo viejo. A propósito de viejos, actualmente hay un atildado viejecito que anda muy emperifollado con ropa de marca y de la última moda. Le dicen “Auquin Pituco”.
Los chanchos, es decir los gordos, en el Cerro de Pasco son numerosos. Basta que se note la obesidad de alguien para clavarles los apodos. El más recordado en nuestra tierra es un maestro que se distinguía por su robusta complexión y al que los alumnos primero, los padres de familia después y el pueblo en general finalmente, lo llamamos: Chancho Mayta. ¿Quién no lo recuerda?. Era don Zózimo Mayta López. Estuvo trabajando infatigablemente por más de cuarenta años en nuestra tierra.
Su consecución más notable fue la construcción de una escuelita en Yanacancha. Levantada con la colaboración de los padres de familia obtuvo finalmente el apoyo de la Cerro de Pasco Corporation y el respaldo del Estado que le donó 20 mil soles. Esta Escuelita se inauguró en medio de la emoción general de los yanacanchinos, en marzo de 1963, justo para el inicio del año lectivo siguiente.
En cuarenta años, un sin número de promociones fueron formados por su talento, su ejemplo y su pundonor. Casado con su colega, Mercedes Rodríguez de Mayta, una maestra, tan buena y laboriosa como él, dedicó su vida a sus alumnos. A todos los llamaba: hijos. Y era cierto. El jamás pudo tener un hijo propio.
Un día se fue de nuestra tierra, dejó una escuelita tan sencilla y hermosa que fue creciendo con su nombre, es decir: “Chancho Mayta”. No importaba el número que se le pusieron. Era la Escuelita del “Chancho Mayta”. La última vez que visité mi tierra, en el frontis que reemplazaba a la escuelita que cayó por acción de la dinamita y los bulldosers del tajo abierto, en lugar de “Chancho Mayta”, figuraba el nombre de un insigne pedagogo nacional. No importa. Para todos los que egresaron de sus aulas y para los que lo quisimos, esa escuelita seguirá siendo del “Chancho Mayta”, como nuestro pueblo, cariñoso y justo la llama.
La mina –lo hemos dicho tantas veces- es no sólo emporio de riquezas y misterios, sino también de intrincadas vivencias. Como no podía ser de otra manera en ella también se da la más extensa diversidad de apodos que se necesitaría un libro completo para consignarlos, especialmente aquellos que fingiendo extrema sumisión y humildad, los obreros le endilgaban a los yankis. Estos, al no comprender lo que los laboreros les decían daban por aceptado el apodo creyendo que aquellos les habían saludado o dicho alguna palabra de aprecio: Llamacunca (cuello de llama); esguetrra (cagón).
Entre los laboreros de la mina hay un grupo que está compuesto por un contingente de muestreros que, provistos de picsas (pequeños picos de dos puntas agudas) van recogiendo muestras del terreno por orden de los geólogos a fin de ser remitidas al laboratorio para el análisis correspondiente y ver cómo anda la ley de los minerales.
A estos hombres se les denomina AYAGCHIUCHES, en recuerdo a aquellos inquietos pajarillos serranos que andan arrebatados picoteando aquí y allá en busca de alimentos con su pico punzante y filoso semejante a la picsa minera. De aquí su denominación.
Estos esforzados inquisidores dependen mucho de su lámpara. Ella les dirá -llegado el momento- si el frontón en el que están trabajando está libre de gases tóxicos en cuyo caso la llama seguirá amarilla y enhiesta; si cambiara de color de inmediato se darán cuenta que hay gases venenosos en la vía. Si la llama se apagara inopinadamente, el peligro es mayor porque la lámpara está avisando que NO HAY OXIGENO y el riesgo es mortal.
En ese caso, los hombres tienen que abandonar la labor rápidamente. El peligro y la incomodidad a que están expuestos estos hombres es vigente porque “si en la mañana están en el caluroso 400 donde el plomo está cortado en cubitos; es posible que por la tarde estén en el 16 o el 21 donde el frío es espantoso y la gotera de sulfato es continua”.
Es en el campo deportivo donde más proliferan los apodos. Los que más recordamos son : “Avestruz” Martel; “Shuyto” Porras, “Pitagchay” Osorio, “Chorreao” Molina; “Wiro” Molina, “Mocho” Santiago, “Calanco” Montero, “Chimby” Rivera; “Traca” Espinoza, “Colorao” Arroyo; “Chacalhua” Ramírez; “Wishky” Lactayo; “Aliado” Gonzalez; “Pico” Romero; “Agra” Llanos; “Manopla” Palacios; “Cholo” Alania; “Siete pulmones” Zolorzano; “Shamuco” Arias; “Zapatón” Fuster; “Wisha” Aliaga; “Chalwa” Meza; “Chocolate” Ramírez; “Perro” Vilchez; “Capón” Ramos; “Maracho” Maravi; “Chita” Cervantes; “Pecas” Dávila, “Oso” Amador, “Flemming” Fuster, “Sangre cansada” Cuyubamba; “Jet” Villavicencio, etc. etc.
Hubo un momento de grata recordación en la vida de la Liga de Fútbol que, por efectos de los apodos, se convirtió en un zoológico; allí estaban, El Gato Galarza, como Presidente; el Perro Palomino, del Centro Tarmeño; Pato Pagán del Jorge Chávez; Sapo Meza, del Sport Ideal; Pato Pascual, del Deportivo Municipal; Pato García, del Club Esperanza; Oso Amador del Concejo Provincial
Por lo demás, hay una serie de apodos especiales:
“Burro Blanco” Zacarías, un cholazo ranqueño que por esos dictados del mestizaje había salido con ojos zarcos, cabello rubio y mofletudo rostro rubicundo. Jugaba de back por el “Circulo Urano” del barrio Buenos Aires y era temido por su implacable “guadaña” que sacaba a relucir en los momentos más álgidos del partido. Es decir, era un burro. Pasado el tiempo, retirado del rectángulo de juego, se dedico a “vocear” en los carros que iban a Huancayo, Lima o la Oroya. Una pulmonía terminó con la vida de este legendario “leñador” de nuestro fútbol.
Teodoro “Cashpi” Loyola, preciso en el quite, incomparable en el apoyo a pesar de su talla mediana, utilizaba ambos pies como aquellos ganchos con los que las mujeres separaban el cocke de las locomotoras; así él tenía la extraña virtud de quitar a sus adversarios todas las pelotas por más escondidas que estuvieran. Era un half extraordinario del “Sport Ideal”.
Un acontecimiento que marcó con huellas indelebles a la afición futbolística del Cerro de Pasco, es que el protagonizó el más grande futbolista de comienzos de nuestro balompié como Capitán de las selecciones peruanas, Don Telmo Carbajo. Este paladín del deporte peruano jugó en el Cerro de Pasco como centro delantero y capitán de uno de los más históricos planteles que tuvo la tierra minera: El Club Sport Unión Railway.
Ocupaba la presidencia de la institución don Guillermo Arauco Bermúdez y el cuadro era imparable en todo el centro del Perú. Es entonces que, en connivencia con los jefes de la compañía ferroviaria, deciden traer a nuestra ciudad al preclaro jugador. Lo alojaron en el barrio Misti con todas las comodidades del caso y él firmó por el club ferroviario por dos años en los que alternó en el primer equipo con todos los éxitos de suponer.
Aquel tiempo, el cuadro alcanzó enorme dimensión y se paseó por todos los pueblos del centro, triunfo tras triunfo. Al retirarse a su Callao querido, quedó un jugador cerreño de las mismas trazas del crack chalaco; igual en su talla, en su talante, en su carácter y en su habilidad. Este fue don Adrián Languasco, a quien siempre se le reconoció como “Carbajito”.
Manopla Palacios, fue un jugador que se caracterizaba por unas manos gigantescas, de allí su apodo. La utilizaba para trompearse con gran éxito.
Yo jugué con dos de los jugadores más ociosos que debe haberse producido en el fútbol. Uno era el “Sangre Cansada” Cuyubamba y, otro, el “Jet” Villavincencio. Eran incapaces de ir a traer la pelota cuando salía del campo. Podían pasarse horas esperando que otros lo hicieran.
Los apodos han sido siempre hereditarios en nuestra ciudad: los Malpartida eran -de abuelos a nietos- LOS GASHATOS; los Rodríguez, LOS CHUNOS; Los Ráez, los LICLISH; LOS PATOS, los Pagán; LOS TABLACASACA, los Remuzgo; TETERONES, los Tello; CAPACHONES, los Minaya, para citar sólo unos cuantos.
Uno de los más particulares apodos que conocí le correspondía un muchacho del barrio que tuvo la mala suerte de haber nacido con un dedo de más en la mano izquierda, encima del pulgar. Le decían SIX, en referencia a sus seis dedos. Este muchacho sufría porque su familia creía a «pie juntillas» que el haber nacido así le traería mucha suerte; lógicamente a él le importaba un bledo la creencia porque lo hacía sufrir. El apodo lo acompañó muchos años. Un día, después de meses de ausencia, se presentó a la sesión que tenía el Atlético Banfield Club, muy bien trajeado, con la esperanza de que por fin podría ser socio de la institución. En un determinado momento armándose de valor hizo un ofrecimiento espectacular. Regalaría los uniformes de juego y dieciocho buzos deportivos a los jugadores del equipo. La propuesta originó un grito general de:
– ¡¡¡Buena… six!!!…- De inmediato, como zafándose de una larga pesadilla de años, se quitó el guante que cubría su mano defectuosa y mostró que ya el sexto dedo no existía y, con una voz de reproche largamente guardada y enseñando la cicatriz de su desaparecido dedo, dijo:
– ¡¿Cuál six?!… – y enseñaba triunfante su manita limpia. Repuestos de la sorpresa, los muchachos gritaron…
– ¡¡¡Buena… ex-six!!!…
El muchacho, indignado por no haberse podido despegar del apodo que lo atormentaba, se retiró de la sala mentándonos a la autora de nuestros días; desde entonces lo dejamos de ver en el barrio. Claro, parece que los seis dedos le habían traído suerte porque casó con una chica que era hija única de un panadero que tenía muchas propiedades y lo acogió con mucho cariño. Él a partir de entonces, ejerció el cargo de Gerente e hizo prosperar el negocio. Lo que lamento es que aquella temporada, otro equipo del barrio, el River Plate, lució el hermoso juego de buzos que tenía como destino a nuestro club de apodadores. Lástima.
Los negros, especialmente dentro del deporte, también son numerosos: “Negro” Alfaro, “Negro” Sánchez; “Negro” Gamonal, “Negro” Luquillas. Cuando nació el Unión Minas, la mayoría eran negros.
Un back que dejó escrito su nombre con caracteres indelebles en el historial del fútbol cerreño, es nada menos que Félix Rivera a quien apodaron “Trueno” por su juego recio y relampagueante que todos aplaudimos; especialmente cuando defendía con entereza los colores de la selección de Pasco.
Era además un inquieto hombre de avanzada que estaba presente en mítines concentraciones y asonadas, haciendo escuchar su voz. La policía lo tenía “chequedo” porque en cuanto se suscitaba una asonada, lo detenían y lo retrataban con montones de dinamita y mechas y fulminantes. Lo hacían aparecer como “Terrorista”. Él nunca lo fue. Cuando todo volvió a la normalidad, el pueblo lo eligió para Presidente del Gobierno Regional de Pasco. Aacaba de finalizar su gobierno. La Historia lo juzgará.
Las cantinas cerreñas fueron laboratorios en los que se cocinaba los apodos de los miembros de la comunidad entre risotadas y chascarrillos justificativos. Las cantinas, por otra parte, contaban también con el privilegio de contar con su correspondiente remoquete: “La trompada gratis” reunión de gentes de pocas pulgas que en todo momento armaban estentóreos trifulcas en las que volaban vasos y botellas por doquier, amén de mesas y sillas, hasta que tenía que intervenir la policía para poner fin al escándalo. Finalmente, los dueños del bar tuvieron que fijar con remaches, mesas y banquetas para evitar que siguieran sirviendo de objetos contundentes durante las peleas.
Las otras tabernas, también tuvieron sus apodos inconfundibles: “Aquí me quedo”, a la salida de la ciudad; límite entre Chaupimarca y Yanacancha. “La Frontera”, “El Aguajal”, “El Come”, donde atendía la guapa cerreñita llamada Maura; “La Limeñita”, “La teterita”, “El Pulmón”; “El Corazón”. “El Arrabal”, es una cantina que merece especial mención. Estaba atendida por una preciosura. Se llamaba Gloria y por su buen ver y su simpatía apabullante, llegó a sorberle los sesos a uno de mis más caros amigos que jamás le interesó perder enormes sumas de manos de la belleza que también era experta en “Cachito”. Los muchachos del Unión Minas, después de cada partido recalaban en el «Arrabal» donde jugaban cachito, bebían sus chelas, cantaban y lo demás.
En un pueblo extremadamente varonil en el que se tiene por ley estricta el tener numeroso hijos, era mal visto y motivo de burlas de mal gusto el referirse a quienes no los tenían. Se decía que eran «Shegue» Leche, es decir, leche aguada por que no podía cuajar. Los estériles, tanto hombres como mujeres, sufrían el desprecio y las burlas punzantes de amigos y compañeros de trabajo. El machismo va a extremos de llamar “sagra tetera”, a quien sólo tiene hijas mujeres y no varones; es decir, a los “chancleteros”. Yo creo que el apodo no necesita traducción ni explicación alguna.
Les llamaban “Chula huevo” a los que, por accidente u operación quirúrgica habían perdido uno de los testículos. Tal es el caso de “Capón” Ramos, notabilísimo jugador del “Unión Minas” de Colquijirca que, en una pelea con un rival de amores tuvo la mala suerte que su contrincante le seccionara uno de los testículos de salvaje dentellada.
El machismo minero se manifiesta especialmente en tener varias mujeres con las que se convive simultáneamente, es decir, varias amantes que aquí se las denomina “queridas”. Muchos de los amantes cerreños justifican sus apodos como el “Ishcay chola Morales”, (es decir, que tenía dos cholas); cholo dicharachero, guitarrista, cantor y enamorado que, gracias a su prodigalidad amatoria se daba el lujo de convivir con dos cholas al mismo tiempo que, cosa curiosa, compartían la misma casa y ambas tenían sendos hijos del cholo amador. Jamás hubo ni una desavenencia entre ellas. Felices y contentas criaban a sus hijos y vivían felices con el generoso y cumplidor marido.
Por el contrario –cosas de la vida- en la mina había un cholo trejo y aguantador como pocos, hablantín y camorrista como él solo. Cuando se reunía con sus amigos hacía alarde de su fortaleza y sobre todos de sus conquistas amorosas que hicieron pensar a sus amigos que se trataba de un soberbio garañón. Todas estas características, reales o inventadas, además de su aspecto de poderoso hombre de trabajo, le ganó el mote fanfarronero de: “El Toro”.
Sus bravatas y exageraciones ya eran muy conocidas; sin embargo, un día conoció a una guapa huanuqueña que lo envolvió en las redes del amor –sus amigos decían que le había achamicado- y le hizo perder la soltería. El caso es que, durante más de tres años, la guapa huanuqueña no llegó a ver crecer su barriga, entonces los amigos, como lógica consecuencia, desengañados de su fanfarronería, e impotencia cambiaron su apodo, de toro a simplemente “Upa Toro” (Toro zonzo). Y así se quedó.
Últimamente la historia se repite. Él es un cumplido trabajador minero, ella (su mujer), guapa y posesiva como pocas. Llevan ya varios años de casados y no habiendo cuándo alumbre la mujer, han tenido que resignarse a su suerte y han adoptado a varios niños a lo que crían con mucho amor, pero a él le ha quedado su apodo: Muña. (Hierba aromática utilizado en la culinaria cerreña). Y le dicen muña porque ya “sólo sirve para darle gusto al chupe”.
Es de todos sabido que, con honrosas excepciones que al final se llega a conocer, en nuestra ciudad hay una buena cantidad de policías, investigadores, jueces y curas que han llegado a ejercer su profesión en cumplimiento de un castigo. Estos últimos, especialmente los camorristas, borrachos y mujeriegos han sido tan numerosos que, de tiempo en tiempo vamos a encontrar en las crónicas ciudadanas, que el pueblo cansado de tanto abuso y malacrianza, montándolo sobre un burro han arrojado a más de un chupacirios cuando la autoridad eclesiástica se hacía de la vista gorda.
Estos curas, cuyos paraderos no eran más que el burdel, eran muy conocidos en la ciudad; aunque también, es justo decirlo, llegaron muy buenos servidores de Dios como el padre Severiano Rojas Lazo que estableció escuelas y refectorios para los niños pobres que hoy –ya adultos- lo recuerdan con reverencia. Entre estos últimos hay que recordar a un cura gigantesco que por su talla y su fortaleza era apodado CHAZAN. Es decir, le habían puesto el nombre de un personaje de una serial de aventuras que con delectación contemplamos en nuestra infancia. Chazán era un ser mítico que al conjuro de su nombre, un joven desvalido se convertía en poderoso defensor de la justicia y las causas nobles. El apodo le venía como anillo al dedo. En la ciudad fue muy conocido y querido hasta que por razones que ignoramos, fue trasladado al pueblo de Chacayán en donde residió por largos años y se convirtió en toda una institución. Hace unos días, aquejado de una enfermedad Chazán murió siguiendo a su nombre que ya había sido sepultado de la memoria popular hace una buena cantidad de años. El se llamaba Próspero Reyes Cortés. En tanto vivió mantuvo vigente su apodo célebre que apareció en una novela de Scorza: “Redoble por Rancas”.
No todos los hombres que llegaron a nuestra tierra fueron ingratos. No. Hubo quienes debido a su cariño y a su don de gentes, se convirtieron en “cerreños adoptivos”; hombres que sintieron los reveses y los triunfos de la tierra minera como suyos.
La nómina comienza con el maquinista Harry Wall, luego Henry Stone, un inglés alegre y dicharachero, amigo del pueblo y continúa con un berlinés de gran personalidad y notable carisma: don Félix Lewandovsky. Este notable mecánico, trabajó codo a codo con los gringos de la compañía norteamericana en plena Guerra Mundial no obstante ser alemán. Es que su entereza y su gran sentido de responsabilidad lo hicieron insustituible. Fuera de su desempeño profesional en la empresa, todo su entusiasmo, energía y sensibilidad, lo volcó en su trabajo por el pueblo cerreño. Además de ser socio protector de muchísimas instituciones –un auténtico socio protector y no sólo de nombre- llegó a desempeñar el alto cargo de Comandante General de la Benemérita Compañía de Bomberos Salvadora Cosmopolita No 1. Su trabajo en este organismo pertenece a la Historia.
En el tomo segundo de nuestro libro, hacemos referencia a su labor. Bueno, el caso es que don Félix, además de tener una voz gutural y áspera, sufría mucho para pronunciar las palabras. Hablaba como si estuviera descubriéndolas. Por esta manifiesta dificultad, en la ciudad se le conocía por “El gago”. Esta chapa pronunciada con respeto, era el mejor homenaje a este gringo excepcional. Además, el gago vivía en La Esperanza, enfrente de la Estación del ferrocarril y, como nunca se había casado, vivía acompañado de dos jóvenes mujeres, hermanas ellas, que fungían de cocineras, lavanderas, jardineras, administradoras… es decir, eran “Amas de llaves”. Estas muchachas (22 y 23 años) eran muy agraciadas como unas muñequitas, pero tenían la desventaja de tener el cuerpo enteco y brazos y piernas como agujas. El pueblo las bautizó como “las escopetas”. Eran muy diligentes y amables con el gringo. Este, a su vez, era muy servicial y regalón con las chicas. Esta correspondencia hizo que en más de una vez se escuchara decir a los muchachos del barrio: “El gago se las tira a las dos escopetas”. Mi amigo Lucho O´Connor que era vecino de él en el barrio de Bellavista me asegura que casó oficialmente con la menor y que tiene un hijo que es ingeniero.
Otro gringo que el pueblo recordó por muchos años, fue Henry Stone. “Nacido en Londres en 1871, llegó a nuestra ciudad a los veintidós años de edad y se estableció en ella. Para 1903 ya había desempeñado la Alcaldía de la ciudad. Fue Director de la Beneficencia Pública y Síndico en el Concejo Municipal.
Fue gerente de la Salinas de San Blas de propiedad de don Agustín Tello y Apoderado de la Cerro de Pasco Mining Company a la que vendió previamente su minas” dice la escueta semblanza que hemos conseguido de él. Por eso pensamos que, habiendo logrado innumerables oportunidades para triunfar en la tierra minera, no sólo la llegó a amar entrañablemente sino que se identificó tanto con ella que dejó establecido como última voluntad, ser enterrado en ella.
Cuando acaeció su deceso en 1912, se le tributó el sepelio más espectacular de que se tuvo memoria y, contraviniendo pedidos hechos por su majestad británica que quiso llevárselo a Londres, se le sepultó en el cementerio de Yanacancha. Bueno pero es que, durante su estada en nuestra ciudad, convertido en “cerreño” compartió con nuestros abuelos los momentos más hermosos y los más dramáticos de su historia. Cantaba y bailaba como los mejores y premunido de su poncho de vicuña y su gorrita de lana, se le veía pasear, rodeado de amigos, por las arterias urbanas de nuestra tierra.
Motes históricos fueron, si se quiere, el que usó por ejemplo un recio muchachote cerreño descendiente de italianos cuyo nombre era Tomás Alunni. Trompeador y conflictivo encontró su destino cuando llegaron al Cerro los integrantes del Luna Park de Lima: El Yanqui, el Ciclón, El Conde, Renato El Hermoso, Rey Namur, el Chiclayano, El Peta, Hiena Chaqueña, para combatir con nuestros vernaculares representantes que les hicieron frente: Segovia, Montañita, Tarzán Cerreño, El Pulpo y el aparatoso “Enmascarado de Plata” que al aparecer en el ring con toda la espectacularidad del caso, fue recibido con el estentóreo mote que los chiuches conocían: ¡¡¡ AÑAS… !!!. De aquella inolvidable jornada quedó como gran recuerdo que Tomás Alunni se marchara con los visitantes. A partir de entonces, el éxito fue su compañero infaltable. Por esos días realizaron una visita a la “Arena de México” en donde nuestro paisano se quedó. Pasaron algunos años y, un día, el Cerro de Pasco se estremeció cuando en la película “Huracán Ramírez”, junto a los nombres de Crox Alvarado, Wolf Rubinski, y otros, aparecía nítidamente el de Tomás Alunni.
Por otro lado, el esplendor artístico alcanzado por Imma Sumac, -nuestra más notable cantante vernacular- originó como sabemos, el surgimiento de una ola de cantantes de coloratura que alcanzaron sonoros éxitos. El firmamento lírico del Perú de pronto se vio poblado de notables intérpretes con llamativos nombres en quechua, Sumac Ticka (Flor hermosa) por ejemplo y hasta las señoritas de la sociedad incursionaron en el género. Aquí en el Cerro de Pasco, para entonces, había una familia dedicada al arte, siendo la mayor de las hermanas una cantante de muy buen registro y llamativa belleza.
Una noche de publicitada actuación, salió el padre que ejercía de maestro de ceremonias y luego de una atinada introducción dijo: “Quiero que ustedes, los admiradores, le pongan el nombre artístico a mi hija. Aquel nombre que gane se hará acreedor a una jugosa suma de dinero”. Para hacer estimulante la acción del público presentó a la artista que comenzó a desfilar por una pasarela especial. Ella estaba elegantemente ataviada con un hermoso traje rojo de aires andinos, completamente ceñido a su cuerpo que, dicho sea de paso, era ampliamente generoso y artísticamente relleno. Ya habían aplaudido muchas propuestas, todas ellas en quechua como Cori Huayta (Flor de oro), Colque Coya (Princesa de Plata) etc. El momento era electrizante. La chica daba vueltas en el escenario para inspirar al público participante cuando, una voz socarrona y sonora, gritó:
-¡¡¡ Sumac Siqui…!!! (Culo hermoso).
Al comprobar el acierto del mote, entre risas y aclamaciones, el público dio por ganadora a la propuesta con atronadores aplausos. Naturalmente, el mote no le gustó a la señorita cantante y menos al padre, pero, a partir de entonces, la chapa quedó definitivamente sellada y la chica quedó como la ¡Sumac Siqui!. por el resto de sus días.
Otra cosa fue lo que le ocurrió a otra cantante como la anterior; sólo que ésta, no muy favorecida por la naturaleza y damnificada por una agresiva viruela, lucía su rostro dañado por el mal, agravado por su fiero continente de pocos amigos y un marcado mal carácter; de niña se trompeaba y jugaba con los varones de sus edad; cuando llegó al colegio, se convirtió en la brigadier general que puso en vereda a sus colegas juguetonas y chismosas. No siendo la feminidad una característica que la adornara, en el Colegio le clavaron un mote que también la acompañó toda su vida: La Mariscala. Eso sí, poseía un notable registro de soprano que todos aplaudían.
El apodo de “Casimiro” le endilgaron en un circo a un comedido muchacho cerreño que al arribo de la “Troupé” se desvivía por atender a los recién llegados; los servía de guía y ayudaba a plantar estacas, levantar la lona, acomodar las sillas y banquetas, pintar los carteles y auxiliar a los payasos y acróbatas. Por sus ojitos estrábicos y casi tuertos le pusieron el nombre de “Casimiro”.
“Muto” (manco), era el apelativo con el que se designaba a los que carecían de manos o brazos y sus muñones los usaban como manos. Al que más se le recuerda es al “Sirriachi”, un galifardo que mendigaba ubicándose en una de las tranqueras de fierro que había puesto la compañía después del terremoto de 1947. Estiraba su única mano en tanto la otra la dejaba visiblemente vendado, como un herido de guerra, pidiendo la voluntad de la gente. A quien le diera una limosna de poco centavos se los arrojaba por la cara y lo amenzaba con su palo que le servía como bastón. Como la policía ya estaba harta de tanta majadería, no hacía caso de las quejas ciudadanas. Pasado el tiempo, el “Sirriachi” despareció como por encanto dejando tranquila a la población cerreña.
Se llama también “muto” a los que, por defectos de nacimiento, tienen los brazos demasiado cortos. En el Cerro había muchos de estos personajes. Uno de los más populares era el diligente “Muto” López que alternaba su ocupación de ayudante de enfermero con la tocata de violín (tocaba por los Huérfanitos).
La viruela ha dejado a través de la historia, deprimentes secuelas que quedaban impresas en los rostros de los que la sufrieron. Tras una fiebre devoradora y un escozor insoportable, las pústulas que habían cubierto totalmente el rostro de la víctima se secaban y le dejaba profundos agujeros. A estos hombres los apodaban “Borrados”. “Borrao” Parra, “Borrao” Cotrina, “Borrao” Uribe, “Borrao” Maracho etc.. Así en nuestro pueblo minero hubo una gran cantidad de borrados, como que cada temporada llegaba la viruela y no se iba sino habiendo dejado considerable cantidad de damnificados; pero, el ingenio minero, creo sus variantes para éstos y diferenciarlos a uno de los otros; así nació el “Picoteao” Buendía, o “El espumadera” Tucto ó, el “Rachi” Casas Los borrados por la viruela también eran llamados “sagchos”.
Los togros, eran los que hablaban medio gangosos por el exceso de mocos en las narices o por algún defecto en el mismo órgano. Muchos son los togros en el Cerro de Pasco; uno de los más recordados: el “togro” Rojas, excelente jugador del Esperanza en sus buenas épocas y notable dirigente en las presentes.
En mis tiempos de escolar, más de un muchacho lucía desaprensiva y asquerosamente sus verdes mocos colgados de la nariz, como la gran cosa; cuando éstos estaban a punto de caer, se los absorbían ruidosamente , ¡Santo remedio!. A estos mocosos los llamaban “Togros” y creo que cada barrio tenía más de un togro. Uno de estos recordados muchachos era “liclishito”, Lucho Ráez, compañero de salón que me tenía un odio gratuito tan marcado que no perdía la oportunidad de hacerme la vida imposible. Su alianza con otros “niños bien” que residían en el centro de la ciudad, (yo vivía en el barrio obrero del Misti), determinó que en una oportunidad en la que llegaron a formar una “Cuadrilla” torera y sus corridas las efectuaban con carretas especialmente armadas simulando a los bureles y enterado de mi ardiente deseo de integrar la mencionada cuadrilla, hizo todo lo posible por impedir que mi sueño se tornara en realidad y, lo consiguió, sumiéndome en un dolor tan grande que no pude superar en toda mi vida.
Bueno, el caso es que un día en vísperas de una corrida en la que él iba a tomar la alternativa, subió sobre una carpeta y, con el fin de zaherirme, mirándome fijamente a los ojos y para que todos le oyeran dijo: “Quiero que ustedes me pongan mi mote de torero porque mañana me voy a “doctorar”. Mi respuesta, impulsada por el dolor de la frustración, fue rápida y estentórea ¡Mocosillo!!!.. Y entre un marco de risas y festejos, se quedó con el apodo que nunca pudo quitárselo. Ahora, “Mocosillo” es un brillante marino mercante, que cuando arriba a puerto después de cruzar los siete mares, tramonta los Andes y me busca para tomarnos unas cervezas y hablar de viejos tiempos. Recordamos -ya sin rencor-, a los integrantes de aquella cuadrilla: Marín Castellanos, “El Califa”; Gustavo Malpartida, “Niño de la Arena”; Ceferino Dávila “mister Babas”; Jorge Barrón, “Papá Negro” y, el más palomilla del grupo, Ricardo Acquaronne “El Cua – cuá”. Estoy seguro que muy pocos amigos me quieren como “Mocosillo”. Bueno, tal vez sea porque, estimulado por aquella odiosa marginación infantil, yo llegué a Lima y tuve la oportunidad de alternar en Acho con novilleros consagrados, cosa que ninguno de los “toreros señoritos” lo ha logrado.
Otros amigos de infancia son: “Paja Chuco”, “Cucharita”, “Cara e’Palo”, “Burro” Morón, “Pato” Pagán, “Uto” Soto, “Oso” Amador, “Chancho Winshe”, el más arrastrado y oliscón de mis compañeros; acusete y terco como una mula; era el espía de la clase, el soplón.
A mí me decían “Cushuro”, por que tenía el pelo crespo que parecía esas algas serranas que crecen en el agua cristalina de los puquiales.
A propósito de Colegio. Conocí a un muchacho muy amiguero y hablantín que tenía la extrema debilidad de empinar el codo por cualquier motivo. Su nombre era José Tello, pero era más conocido por «Pepe Botellas»; una chapa muy precisa. Cuando íbamos de excursión, jamás retornaba con nosotros. Se quedaba muchos días más en los pueblos que visitábamos porque fácilmente había hecho amigos. Tres o cuatro días después llegaba él con la cara como un tomate.
El lenocinio, burdel o “Casa Mala” como le decían las viejas, recibió desde antiguo una serie de remoquetes que sólo los iniciados los comprendían: BULIN, un argentinismo traído por el cinematógrafo del tiempo de Tito Lusiardo, Tita Merello, Francisco Petrone, Guillermo Bataglia y otros, que referían a la casa de cita como tal, como bulín. Después, TEPA: sacado de aquel corrido que Jorge Negrete cantaba con delectación: “La feria de las flores”, en uno de cuyos pasajes decía: “Vamos a “Tepa”, tierra soñada// donde la vida es un primor// Allí me espera, mi chaparrita// la única dueña de mi amor….También se le llamó, BUQUE, (otros más modestos le decían BOTE) tal vez por que, a manera de un transatlántico, permitía la convivencia de gente de diversa pelambre. Otro nombre que llevó fue el de CHONGO, y más cariñosamente “Chongoyape”. Creo muy sinceramente que, este tema sería muy extenso en nuestro trabajo porque, como ciudad minera pujante y rica, contó desde siempre con una interminable variedad de burdeles para todos los gustos y posibilidades económicas.
Ni qué hablar tiene de sus huéspedes, cada una de ellas con su correspondiente nombre de combate, cuanto más audaz, mejor; casi todos franceses, norteamericanos o cinematográficos pero, en todo caso, audaces y provocativos. A parte de estas denominaciones, los habitúes, les endilgaban su ‘mote’ a cada pelandusca de acuerdo a su belleza, rendimiento o defecto. “La cien soles” por ser la más cara entre todas; “La zamba de oro” una zamba extraordinaria de atractiva belleza; “las llampito”, dos hermanas que, además de hermosas eran muy acicaladitas y limpias como las onzas de plata pura que se denominaban llampitos; posteriormente hicieron brillante temporada deslumbrantes mujeres que todavía son recordadas con nostalgia por pelado o encanecidos lupanarios de entonces: Omara, Norma, la negra María, Malena etc. Bástenos leer las crónicas de don Carlos Malpartida para conocer algo de ese mundo vocinglero y escandaloso de las “Casas Malas”.
Pero no vaya a pensarse que sólo las mujeres de “vida alegre” eran las que contaban con sus sobrenombres, no; también otras que sin llegar a tamaña osadía eran de cascos ligeros y tenían sus apodos: La “Zangaracha”, “La Pisacha”, “La Anquicha”, etc. Dilettantes del amor libre en un pueblo de viejas pacatas y recios garañones.
“El Tuerto” Rojas, tarambana hermano del poeta Juvenal Augusto Rojas, era un hombre muy alegre, perennemente con una canción a flor de labios. Tocaba la guitarra pero, finalmente se especializó en el Jazz Band al que dominaba al revés y al derecho. No obstante tener un ojo cubierto por una gigantesca nube, el “Tuerto” Rojas, jamás se acomplejó. Era el alma de las fiestas en aquella época en que el Cerro de Pasco, debido a las radioemisoras, llegó a tener gran auge en la música.
Ya con unas canas encima quedó convertido en músico del elenco estable del burdel “Rancho Chico” conjuntamente con el pianista, “Trapito Rodríguez” y el “Cara de mango”, su tío. Las tardes de sol, justo en los atardeceres, cumplía otra misión. Salía a la calle con unos alicates, un rollo de alambre y una gran cantidad de somieres de las camas que “las chicas” utilizaban en su trabajo; las reparaba, las parchaba y siempre tarareando una canción terminaba su tarea a vista y paciencia de la gente que pasaba por la calle.
A propósito, en los atardeceres de mi tierra, cuando el sol estaba por ocultarse, los cerreños iban a acomodarse de espaldas a las paredes que recibían estos postreros y agónicos rayos de sol. Allí recibían el último calor el sol y todos decían “Vamos a tomar café jaujino”. Los lugares más socorridos para esta actividad eran, además el Kiosko Escardó, las paredes de Vicente Vegas, de Lizárraga y el Concejo Provincial. Allí, gozando el cálido ya muriente véspero los viejos se ponían a conversar y a hacer chistes.»Otro lugar preferido era la chingana de don Incacho Marcelo. Ahí chupaban y se alegraban cada tarde los viejos del barrio. No hay que olvidar que, el sol, era un huésped muy querido por nosotros en todos los tiempos.
“Sogpes” eran los que usaban los pantalones enormes a punto de caerse de la cintura. “Sogpe” Palomino, por ejemplo. Los cabezones son muchos: Cabezón Malpartida,
Los hipocorísticos son muy utilizados en la tierra minera: Anquicha, Tiucha, Antuco, Shisha, etc., etc. El trato nominal se hace mediante los hipocorísticos. El tratar a secas el nombre, es clara señal de que se está molesto.
Chinos: Callupe, Way, Campoa, Chino Baldoceda;…
Los “Cachabotas” y los “Huagrabotas” son varios.
Los burros también son numerosos. El “Burro” Morón para quien las matemáticas era, no sólo su problema sino también su suplicio, constituyó un reto muy serio para él; al final salió triunfante. Lo admirable es la constancia de este burro porque, hasta hace poco era un cumplido profesor de matemáticas en una Universidad de Chosica. Otro “Burro” era Mariano Collao.
Hubo en mi tierra, un hombre trabajador como ninguno, jaranista y trompeador y principalmente, futbolista. De profesión sastre se ganó al pueblo cerreño a poco de llegar de Ancash por su gracejo y su jocundia extraordinarios. El hecho de tener los ojos como a punto de cerrarse como los de un muerto, le ganaron el apodo de: Muerto. El muerto Pajuelo, para diferenciarlo de otros muertos que andaban por ahí. Lo que caracterizaba al muerto era no sólo su habilidad futbolística sino que, alegre por los tragos, en cada baile social que se realizaba en nuestra ciudad y ya cuando las “hijas de familia” y la viejas se habían retirado, el muerto pedía una marinera que de inmediato era complacido. Es entonces que, poniéndose un vaso lleno de cerveza a la cabeza, bailaba alegremente sin que el recipiente se le cayera.
Lo extraordinario era que, durante el baile, ejecutaba mil piruetas a cual más alegres pero sin que vaso fuera a dar al suelo. Finalizada la proeza, se bebía el contenido en medio de los aplausos de admiración de sus amigos. Al poco tiempo partió a vivir a Chosica; su salud lo requería. Un día –pasados muchos años- la noticia se irradió por todo el Cerro de Pasco conmoviendo a las gentes laboreras.
– ¡Ha muerto, el muerto…!!! – y la tristeza abrumó a los hogares cerreños.
Los carros tampoco se libraron de tener su nombre; especialmente el de transporte de pasajeros. En mi tiempo había uno que tenía la particularidad de tener cobertura solamente para dos o tres primeras filas, junto al chofer y el resto estaba al descubierto. Estos recibían el nombre de MIXTOS. En la parte delantera viajaban las personas importantes como el alcalde, el juez, el cura, el comisario y uno que otro notable. En el resto viajaba el “común”, de decir hombre y mujeres el pueblo que no contaban con ninguna prerrogativa.
La vez que los huanuqueños tenían que venir al Cerro para tomar el ferrocarril para Lima, los carros más utilizados eran: el “VENTE CONMIGO” de Laureano Nájera y el carro de Benigno Bazán “Don Biñi”.
señores ;
naci en pasco, es lo mejor que pudo pasar ,mi padre fue un guitarrista de la muliza cerreña y compositor una de sus canciones es cinco centavitos es todo mi capital desde su medio quiero homenajearle a el , trabajo en la empresa minera y tambien tenia un apodo (el joven )
dejo muchas canciones ineditas compuso al amor,a nuestra quien en vida fue el señor MESIAS DE LA TORRE HERRERA
SEÑORES
QUIERO COMPARTIR UN HOMENAJA AL GUITARRISTA ,VOCALISTA, COMPOSITOR SU APELATIVO » EL JOVEN»UNO DE ELLOS CINO CENTAVITOS ES TODO MI CAPITAL AL SEÑOR MESIAS DE LA TORRE HERRERA FUE CERREÑO
SALUDOS PARA TODOS LOS QUE VISITAN ESTA PAGINA , Y QUIERO FELICITARLES A SUS ESFUERZOS QUE HACEN PARA LLEGAR A NOSOTROS CON INFORMACIONES IMPORTANTESPARA MI UN ORGULLO CONOCER LA HISTORIA DE PASCO PERMITAME HOMENAJEAR AL GUITARRISTA COMPOSITOR CERREÑO AL SEÑOR MESIAS DE LA TORRE HERRERA (el joven) POR QUE EL COMPARTIA SUS CONOCIMIENTOS CON LOS JOVENS CERREÑOS GRACIAS EXITOS DESDE AQUI .
Naci en el antiguo distrito de Yanacancha en el ano 1957, mis hermanos y padres tambien cerrenos, hace como 40 anos que salimos de nuestra tierra, pero nunca nos olvidamos nuestro origen,las cosas, y anecdotas que escribe el Sr. Perez Arauco son ciertas, lo felicito sobremanera por su gran contribucion y difusion de las costumbres cerrenas, les escribo desde Zambia Africa Central y enviare una copia del blog a mi familia en Lima.
Efusivos saludos a mis amigos de la promocion 1973 del colegio Daniel Alcides Carrion, y a todos mis familiares que aun viven en Cerro de Pasco.
Don Edgardo Leiva:
No hay nada que haga olvidar a nuestra tierra. Ella en su hermosa simplicidad tiene un enorme papel en la historia patria. Hay que quererla y venerar el recuerdo de nuestros padres. Mi abrazo fraternal a usted y su familia en la lejana tierra africana a donde, gracias a este blog, puedo llegar. Un abrazo. Gracias
Simplemente fabuloso y de gran orden narrativa.
No soy Cerreño,pero sí, de tierra adentro de nuestra querida Patria, ancashino de corazón y Bolognesino de condición.
Felicito ciertamente, al autor de estas notas, que hacen vibrar las fibras de peruanidad, de sus lectores. Ojalá ubieran muchos más como él.
La lectura, me ha rejuvenecido, haciendo recordar, lo antes vivido, sentido y llarado.
Palabras, hay muchas. Sólo diré. Gracias por los momentos gratos de su amplio bagaje de conocimiento y por haceme ecordar mi infancia ancashina.
Atte.
Su amigo.
RACH
Excelente relato,lleno de vivencias anecdotas sin lugar a dudas una de los mejores relatos que lei acerca de mi tierra Cerro de Pasco
buenas noches Sr Cesar PEREZ ARAUCO,me encanto leer la historia de mi querido y añorado Cerro de Pasco que hoy los jovenes y muchas personas solo quieren llamar PASCO, trabaje muchos años en mi tierra atendiendo a mis paisanos en el hospital de essalud,en su historia se que faltan muchas personas con sus respectivos apodos uno de ellos mi padre el Sr Teodoro Espinoza jugador de futbol,presidente del Circulo Urano,sobrestante de la coper corporation,cuyo apodo era «casho» por que de joven era muy delgado,asi mismo el gran «Cañon «Sr Atencio quienes ya nos dejaron, que en paz descansen, felicitaciones para Ud. gracias por ayudarnos a recordar cosas hermosas y bellas de nuestra tierra.
Estimada Rosita. Tu padre fue mi amigo. Muchas veces viajamos juntos en su carro de Lima al Cerro. Lo vi jugar por el Urano, equipo del barrio. Nuestra amistad siempre estuvo vigente hasta que dejamos de vernos. Mis más hermosos recuerdos para «Cashito» y mis respètos para tí y tu familia. Sígueme acompañándome en est blog. Chau
Que agradable relato,me divertí tanto leyéndolo.Me sentí en casa con esa prosa amena.Gracias por el deleite !
Y si pues para el que estudio en la escuela de Yanacancha,le queda claro que fue del Chancho Mayta y punto.
siento enorme orgullo de haber nacido en esta tierra generosa, de tanta gloria y tradición a travez de su fecunda historia milenaria. hay que respetar su prolífico y fecundo pasado. tierra bendita , tierra añorada.. plinio salas villena
porfavor alguien me podria dar un chiste acerca de Cerro de Pasco