Desde niño, César Pérez Arauco, mostró inquieta avidez por conocer el porqué y el cómo de la tierra que lo viera nacer. Su orfandad melancólica y silenciosa encontró en la sabia plática de bonachones y viejos cerreños, relatos de acontecimientos pasados que como saetas en carne viva se prendieron en su nunca satisfecha inteligencia penetrante y husmeadora.